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Somniloquios

Una tarde con Bart Davenport (y con ella)

Una tarde con Bart Davenport (y con ella)

Cuando termino de escribir me gusta poner música y dejarme llevar. Entregarme a la piel del sillón, bajar la palanca y reclinar el respaldo. Mirar a la pared, mirar a los libros, mirar a las películas, mirar a los estantes que aguardan más libros (ahora aguardan unas conversaciones con Kafka), mirar los libros que no he leído, mirar el cuadro de John Lennon que le compré a Perico Fernández, mirar mi sombra imprecisa en la pared, mirar por la ventana y sentir que la tarde ha sido modificada por estas pequeñas maravillas siempre añoradas, no siempre obtenidas.

Entonces ella ha venido con un té con leche. El té con leche es siempre de algún modo Ridgeley Road, al norte de Londres, en 1995. Las tardes detenidas de lluvia lenta en el cristal, como una canción, el mug de Tetley’s humeante. Un clásico del cine hacia las dos en la BBC, el partido de rugby después, la taza sobre la moqueta burdeos y Gavin Hastings anotando un golpe de castigo desde más allá de 50 metros, bajo la nieve que abruma Edimburgo. Ella ha venido con una taza de té con leche en la mano y yo había terminado de escribir y oía a Bart Davenport. Nacer en Berkeley en los sesenta suponía un imperativo: Bart Davenport nació en Berkeley en los sesenta. En la camioneta de sus padres hippies, quizás. Había una camioneta y unos padres hippies, eso es seguro. De todas las cosas que Bart Davenport podría haber llegado a ser, nos quedamos con la que es: músico exacto para esta tarde de invierno (y para esta taza de té caliente), primero frontman de The Loved Ones y luego frontman de sí mismo y de su guitarra. En sus canciones se advierte de cuando en cuando el chasquido de una variación en el trasteo.

Ella ha venido con una taza de té con leche, dándole forma a un mínimo sueño de vigilia que le conté en cierta ocasión: en él, yo escribía en una tarde de invierno y afuera llovía, y ella se acercaba silenciosa con una taza de té para darme descanso, y tal vez hacíamos el amor entregados en la piel del sillón, el respaldo reclinado. Le dije que eso, o algo parecido, era la vida o lo que yo entendía por la vida. Así que de alguna manera ella ha cumplido el contrato inexistente de ese sueño y ha venido con una taza de té, reuniendo todas estas maravillas en una escena modesta, y luego se ha marchado. La he visto ir y he vuelto a mirar mi sombra redonda en la pared, los libros que no he leído, John Lennon visto por Perico Fernández, y he mirado a Bart Davenport asomado a una ventana de invierno, rodeado por su música. Después he salido para mirarla a ella, que leía en el otro cuarto, y he anhelado que todas las tardes fueran ésta o mínimas, dulces variaciones de ésta. Al menos una vez; apenas un cambio de dedos en las cuerdas de la guitarra, pero esta misma canción. En silencio la he mirado, envuelta en una burbuja, y he querido no tocarla. Para que así esta tarde resbale por todos y cada uno de nuestros días, como un tibio sol de invierno que muy despacio se oculta en el parque.

1 comentario

Maruja -

Hola! me encantó desaceleraciones 2... lo q scribiste s tan real! d pana! yo he stado ahi antes... m ha pasado querer evadir las llamadas y cualkier cosa q me distraiga de la poca paz que tengo en mi vida... t felicito!