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Profecilia

Profecilia

Hace algún tiempo, en plena legalización del matrimonio gay, y tras una acalorada comida con amigos periodistas (sí, los hay... aunque en la mesa no estoy seguro de que todos lo fueran), se suscitó el asunto en animada discusión pseudoetílica de sobremesa. Mi ladino argumento fue que si todo se defiende como opción sexual, pasado el tiempo (quizás mucho tiempo, pensaba yo) alguien sostendría que la pedofilia también es una opción sexual, lo que abriría el camino hacia su eventual aceptación a manos de un creciente relativismo que  no admite la posibilidad de los límites éticos. Dije pedofilia pero luego añadí zoofilia, desde luego. Y cualquier otra de las posibilidades infinitas del sexo, llamémoslas perversiones o llamémoslas equis.

La discusión ganó ritmo enseguida. Casi todos disparábamos hacia el mismo lado o eso pareció. Hice una defensa encendida del trío y abogué por esa fórmula de matrimonio. Pedro Luis, en su estilo de refutación completa de los razonamientos hechos y, sobre todo, los por hacerse, fue más allá: ¿Por qué uno no puede casarse con su perro?, preguntó. Y escenificó la cuestión, como suele hacer: "Oiga, que yo quiero casarme con mi perro". "¿Cómo?" (imposta la voz para simular al sorprendido interlocutor). "Sí, sí, con mi perro. Que nos queremos mucho". A partir de ahí, lógicamente, la discusión se murió sola por incomparecencia de ningún argumento medianamente sostenible.

Por la noche, porque yo repienso por la noche los partidos, atribulado me dio por considerar si no me habría excedido. Yo verdaderamente sentía lo que dije, pero... me pareció que no iba a acertar a defenderlo con un mínimo de rigor y que cualquiera podría fácilmente tirar abajo mi tesis. Conclusión: la mía había sido una comparación maximalista, aventajada e inválida. O sea, una baladronada con sabor a pacharán. El tiempo ha pasado y esta tarde he visto este teletipo que copio abajo.

Diré antes de nada que Holanda me parece un país de tipos muy altos y rarísimos (salvo Paul Knaap, desde luego). Diez días de estancia por trabajo redujeron enormemente mi consideración hacia un lugar que originalmente me parecía inocuo, pero del que ya sospeché cuando, hace once años, conocí en Londres a dos recepcionistas holandesas que medían metro ochentaicinco y me daban terror, pero en serio. No era sólo la estatura. Eran su voz y un involuntario gesto imperativo que ni siquiera la más amable sonrisa podía impedir. Es notable que a mí la dirección del hotel no me permitía entrar a solas en lo que llamaban la convention room (una sala para reuniones de cualquier tipo). Cuando tenía que montar la alargada mesa de trabajo para algún grupo, siempre me debía acompañar una de estas recepcionistas holandesas para que yo no me manejara por mi cuenta en el armario del material: yo era el latino y por lo tanto susceptible o sospechoso de querer robar algo. El material era de lo más inrobable (lapiceros, folios, gomas de borrar, bolígrafos cualesquiera...), pero aun así, ellas me acompañaban y vigilaban mientras yo, humillado como pocas veces me voy a sentir, me acordaba de la educación recibida de mis padres y repartía los lapiceros sobre la mesa. El director del hotel, por cierto, era indio. Más que indio era un gilipollas, en verdad. Su asistente, un jamaicano imposible, un tipo estirado como junco de carbón, vestido con corbatas de seda y trajes de alpaca, modales exquisitos (un hijo de su puta madre, pero exquisito) y acento impostado de Eton. Todo esto lo voy a contar despacio algún día. Pero nos dice algo sobre la concepción del orden europeo desde el punto de vista británico y puede que también acerca de la multilateralidad (que se dice ahora) del racismo.

Pero volvamos a Holanda. Una visita a Amsterdam hizo el resto. Tal vez injustamente, porque la conocí de forma rápida y parcial, Amsterdam me pareció una ciudad decadente y profundamente uninteresting, que dirían los ingleses, dándole la vuelta al calcetín de las palabras. Será porque no me interesan las drogas, los canales, los barrios rojos ni las chicas detrás de un cristal. O al menos no me interesan así, con esa escenificación tan distante. Mano a mano es otra cosa, pero las prostitutas en el escaparate me produjeron un temor muy similar al de aquellas dos recepcionistas del John Howard Hotel. Por más irreprochables que fueran sus tetas, a mí me parecían maniquíes articulados entrados en vida, con un punto de cuento de terror. Además, esos tipos desalmados que viven en el país llamado Holanda sirven los gin-tonics en unos tubicos bajitos y con el alcohol medido en una especie de dedal que yo aprendí a utilizar en London, con horror, para servir copas en la barra del bar. Terrible. Tan terrible como freír un huevo con mantequilla. A esos vasos les llamaba Muñoz enanos ("ponme un enano, Gene"). Eran el digestivo, el colirio (término acuñado por Miguelón), con el que pasábamos la cena en El Emir. Sería por todo eso o sería porque no estuve en el museo de Van Gogh, que es mi pintor más querido por razones tan inconcretas como irreversibles. Pero el caso es que lo mejor que vi en Amsterdam, y lo recuerdo claramente, fue un documental de la televisión sobre Elvis Presley la última noche que estuve allá. Tema bien holandés, como el queso de bola.

Bueno, pues precisamente en Holanda un grupo de pedófilos perfectamente organizados van a formar un partido político para pedir que la pedofilia venga a ser otra opción sexual. Considerada como tal. Y también la zoofilia. Ahora todo el mundo los toma por dementes insensatos o por una recua de hijos de puta sin ninguna gracia. Pero ahí están. Todo suele empezar así, de modo que no haré más profecías. Por cierto, el detalle final de los billetes de tren me ha parecido tiernísimo. Viene a demostrar que estos tipos tienen conciencia y programa. Como Gaspar Llamazares, joder.

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(PD/Agrencias).- Pedófilos holandeses van a lanzar un partido político para presionar por la reducción de la edad legal para mantener relaciones sexuales de 16 a 12 años y para legalizar la pornografía infantil y el sexo con animales. El partido Caridad, Libertad y Diversidad (NVD) dijo en su página web que se registraría oficialmente el miércoles, proclamando: "¡Vamos a sacudir a La Haya para que despierte!".  La formación dijo que quería reducir la edad legal para las relaciones sexuales a los 12 años y eventualmente eliminar todos los límites. "Una prohibición sólo hace que los niños sientan curiosidad", dijo Ad van den Berg, uno de los fundadores del partido, al diario Algemeen Dagblad (AD). "Queremos hacer de la pedofilia un objeto de discusión", añadiendo que el tema había sido tabú desde que en 1996 el abuso infantil de Marc Dutroux escandalizara la vecina Bélgica."Hemos sido silenciados. La única forma es a través del Parlamento". Holanda ya tiene políticas liberales en drogas blandas, prostitución, matrimonio homosexual, pero es muy improbable que el NVD consiga apoyos, dijeron expertos consultados por el AD. "Salen ahí fuera como si quisieran más derechos para los niños. Pero su posición es que a los niños se les debería permitir tener contacto sexual a partir de los 12 años, por supuesto, sólo en su propio interés", dijo la activista anti-pedofilia, Ireen van Engelen al diario. El partido dijo que la posesión de pornografía infantil debería estar permitida aunque se debería prohibir la comercialización de ese material. La emisión de pornografía debería permitirse en el horario diurno de televisión, y sólo limitar a las horas nocturnas la pornografía violenta.   Los niños más pequeños deben recibir educación sexual y los jóvenes de 16 en adelante deberían poder participar en películas pornográficas y prostituirse. El sexo con animales debe estar permitido, no así el abuso a los animales, defiende el NVD. La formación también dijo que a todo el mundo debería permitírsele ir desnudo en público. El programa del partido también incluye ideas para otras áreas de la política, como la legalización de todas las drogas, tanto blandas como duras, o los billetes de tren gratuitos para todos.

Foto: Son el desastrado Serge Gainsbourg y Jane la interminable Birkin, pareja que cantó 'Je t'aime, moi non plus...', compuesta para la voz de la Bardot y que la jovencísima Birkin hizo suya con una desconocida forma de ventriloquía en la cual la voz salía directamente no de la glotis, sino del lado interno y reblandecido de los muslos. Podría haber puesto a la Lolita de Kubrick y su piruleta en forma de corazón, pero resultaba demasiado obvia. Y además, esta imagen de lascivia de la edad perdida me fascina. Pero me fascina de verdad. ¡Grande Gainsbourg!

2 comentarios

Zerk -

Muy buen blog y aparte hecho por un colega, estaremos por aquí echando el ojo un rato, gracias por compartir la experiencia y la desavenencia cotidiana...

mea culpa
desavenencia
desavenencia
desavenencia
desavenencia
desavenencia

Zerk -

Muy buen blog y aparte hecho por un colega, estaremos por aquí echando el ojo un rato, gracias por compartir la experiencia y la desaveniencia cotidiana...