Ruge el león
A mí el zarpazo de Van Morrison me ha durado diez años, desde que lo vi en el otoño del 96, creo que era otoño o en mi cabeza lo era, y Van Morrison ofreció en el Príncipe Felipe un recital que me pareció memorable. Recuerdo a Georgie Fame a un lado del escenario, un espacio cubierto por músicos apretados en una big band con todos los registros posibles. Los conciertos de este fin de semana han presentado a un Van Morrison de músicas más intimistas y energía contenida a veces, pero incontenible después. En ambos casos, en todos los tiempos, los espacios instrumentales me sonaron hermosísimos, muy nítidos, sugerentes y llenos de esa sensualidad tan propia de la música de este genial norirlandés. Música capaz de salvar un día algo gris. La voz de Van Morrison, tan blanca, tan negra. Había instantes, como me dijo Andy, para cerrar los ojos y escuchar esos instrumentos que parecen voces y esas voces que suenan como instrumentos. Cuando Van Morrison se pone estupendo, agita el brazo derecho, como si únicamente esa articulación tuviera vida. Y con ese brazo reparte juego, da entradas y salidas, marca los tiempos. Por lo demás, es un poste de luz sobre el escenario, pero tiene ese algo negro que tanto me gusta: el sombrero fedora, las gafas de transparencias irisadas, la palidez del rostro, el traje opaco... En ocasiones, o mirando a Van Morrison, uno quisiera tocarse con un sombrero fedora y no parecer un fantoche.
En diez años, desde la última visita de Van Morrison, han pasado muchas cosas. Van Morrison ha publicado una cantidad enorme de discos y los hemos ido escuchando y confundiendo, y las personas han ido y han venido a nuestro alrededor, como otoños. Lo pensé mientras el león rugía Brown Eyed Girl y marcaba el ritmo a los demás con golpes sincopados de su tronco a cada lado. Me veo bajando por Harrow Road con Hymns to the silence en el walkman, cuando el día aún no se había levantado del todo y el motocarro del repartidor de leche traqueteaba en el semáforo, camino de Portobello y el centro. Brown Eyed Girl sonaba alegremente en Ridgeley Road, al noroeste de Londres, con cierta frecuencia. Una canción de recuerdos lavados por el tiempo. "¿Te acuerdas de cuando cantábamos? Sha la la la lala lala". Por los viejos días y los buenos días, vuelvo a cantarla. Siempre que la oigo.
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eduardo -
Jeremy North -