El misterio Aimar: un caso para Philip Marlowe
[Este texto apareció publicado hace un par de semanas en la revista Mediapunta. Nació como un encargo algo abstracto y pronto derivó en un juego a medio camino entre el periodismo, la literatura y el fútbol. El cometido del periodista consistía en dar respuestas acerca de lo que llamaríamos el misterio Aimar: el presunto caso del futbolista diletante. Después de darle muchas vueltas, recurrí a esta fórmula algo arriesgada y aún más singular. No sé si los argumentos acaban por ser convincentes o si el texto enmascara esos defectos. A mí me pareció una honrosa rendición. Si no podemos dar respuestas, al menos podremos entretener. Quizás sólo me divirtiera yo mismo al escribirla. Se la dedico a Pablo Aimar, el genio de los domingos].
La otra tarde recibí una nota con un desafiante pedido del editor: “A ver si desenredas el misterio de Aimar”, decía. Pronto supe que éste sería un caso para Philip Marlowe, pero Marlowe no estaba en su oficina cuando lo telefoneé. Es sabido que atiende de 12.10 a 12.30 del mediodía, y que a esa hora casi siempre lo aguarda en la antesala del despacho una rubia liviana que viene a traerle problemas. Así que enfrenté el asunto de Pablito yo solo. El encargo asumía que hay de verdad un misterio Aimar, alguna clave enigmática que desentrañar en la figura del jugador número 8 del Zaragoza. Uno lo mira y observa a un jugador prolijo, casi transparente, en todos los aspectos. Su fútbol tiene una claridad cristalina, armónica, elevada en las formas pero despojada de artificios. El dorsal no ayuda: cualquier otro número permite una entrada y una salida, pero el 8 juega a hacer sobre sí mismo un bucle que, vuelto sobre un costado, dibuja el anagrama del infinito. Me quedé pensando y concluí que esos signos eran poco benevolentes. Anunciaban problemas.
Comencé por reunir algunos datos conocidos, los obvios. Marlowe lo hace. Sinteticé la ficha en unos pocos folios y, como suelo tener la nevera como una cueva, fui a comprar algo de comida china en el establecimiento de la esquina. Me recibió una muchacha de flequillo recto como una cortina, a la que no conocía. Los chinos siempre están cambiando de lugar. Mientras daba cuenta del cordero con salsa agria de soja en un recipiente de cartón plateado, leí que Pablo César Aimar había nacido en Riocuarto, en la provincia argentina de Córdoba, el 3 de noviembre de 1979. Su padre fue futbolista y él ha seguido esa pequeña tradición, primero en River Plate, luego en el Valencia, también con Argentina y ahora en el Zaragoza. Subrayé este mismo nombre a la izquierda de una gotita de salsa que había ahuecado el papel en fina transparencia, y le agregué una anotación en tinta roja: “¿Por qué el Zaragoza?”. Seguí leyendo...
Cuando desperté sobre el sofá tenía un regusto amargo en la boca, como de digestión inacabada. Los restos de la comida estaban aún en la mesa baja del centro del cuarto de estar y los papeles de Aimar habían resbalado sobre el piso, desordenados. La pieza olía como un recipiente de cartón plateado lleno de salsa. Debí de dormir al menos un par de horas. Me di una ducha y me aseé el rostro, mientras recordaba en el duermevela haber entrevisto a un Aimar campeón del mundo Sub-20, perseguido después, cuando se hacía algo más grande, por figuras informes que repetidamente le trituraban los tobillos o se reían de él con bocas muy grandes y con muchos dientes. De las gargantas surgían enjambres de moscas. La única imagen que reconozco como cierta es una tapa de El Gráfico en la que Aimar, luminoso con una sonrisa aniñada, posa vestido de River Plate junto a Javier Saviola. El título restalla como un neón intermitente y onírico: “La rompen, la rompen, la rompen, la rompen...”. En otra escena del sueño, Aimar permanece quieto en el centro de un escenario, bajo una luz demoledora. Frente a él está Maradona, que alternativamente lo abraza y luego, al separarse, alarga un amplio dedo y con él le apunta al pecho: después el Diez, con un movimiento mecánico, echa la cabeza atrás y se carcajea de Pablito. La escena tenía lugar frente a una muchedumbre en penumbra y Aimar trataba de escaparle al minucioso foco con un gesto de contrariedad no demasiado enfático. En mi cabeza el ruido crecía paulatinamente: unos gritaban que Aimar era una promesa mentirosa y otros lo idolatraban en voces conjugadas.
La estrella al revés
“Tienes que presentarme a Aimar”, me dijo una amiga con la que cené aquella noche. Y se mordió el labio inferior al repetir el nítido apellido. “Aimar... preséntamelo”. Había bebido demasiado, pero la petición me resultaba familiar. No era la primera vez. Pablito Aimar es atractivo para las rubias o las morenas. Durante las cuatro mañanas siguientes estacioné el coche bajo una sombra a la salida del entrenamiento del Zaragoza y lo observé. Un prodigio de discreción. Callado, taciturno a veces, su modo de vestir muestra a un chico medianamente joven, de esencial desenfado, sin molestos intereses estéticos. No se viste con ropas de la marca que lo patrocina, ni lleva camisetas de moda llamativas, ni se hace el extravagante. Unos vaqueros nada tendenciosos, una camiseta de algodón oscura, unas deportivas... así todo. Esos indicios me confirmaron que Pablo Aimar es la estrella sin énfasis, el ídolo invertido, libre de entusiasmos ni imposturas.
Lo había intuido el día de su presentación en Zaragoza, cuando ante miles de seguidores rebosantes de ilusión enseñó dos caras. Primero, la parquedad de un carácter tímido frente a un estadio que lo aclama. Segundo, la precisa inteligencia de un jugador de fútbol que escucha las preguntas y piensa bien (y rápido) antes de responder. Reflexioné sobre esto mientras tomaba un gimlet en el Gregory’s. Al segundo vaso anoté en mi libreta: “Si bien Aimar parece distante o bien desinteresado en las entretelas públicas del fútbol, no se permite la ligereza ni por un instante”.
Apoyé esta conclusión con una frase recogida en una entrevista reciente en la que le interrogaban acerca de la renuncia de Riquelme a la selección argentina: “Lo tratan como a un ladrón. Parece que en la Argentina es peor un futbolista que juega mal un Mundial que un político que roba. Para opinar sobre su decisión hay que estar en su piel. Gracias a Dios yo no vivo de opinar. Sólo lo echo de menos como persona”. Esas frases aproximan a Aimar, un muchacho honesto al que le duele el juego de Hollywood que es el fútbol. Bajo sus palabras asoma una educación de cierta estatura moral. Y hacia el final, se presenta indudable el Pablo Aimar sencillo, que preferiría escapar de algunas obligaciones y regresar al barrio con los amigos con los que jugaba al fútbol.
Bartleby, el centrocampista
Cualquier jugador que no se comporte de acuerdo a los cánones es acusado de nihilismo. El nihilista más adorable que conocí fue Marcos Vales, un futbolista de extrordinarios perfiles al que Aimar me recuerda un poco, aunque en otro nivel futbolístico. Marcos, un tipo fenomenal, parecía adoptar siempre de forma involuntaria la postura del Bartleby de Herman Melville: sí, podría ser un tipo que la rompiera, pero... parece que él preferiera no hacerlo. Ahora que se ha ido Riquelme, otro incomprendido, la Argentina vota por Aimar como su mejor sustituto. Pero el Payito desestima sin palabras cualquier misión de carácter mesiánico. No que prefiera no hacerlo, no; es que ese empeño en la heroicidad le parece innecesario.
Él sabe que no existe tal cosa en el fútbol. Aimar alcanzó su cima en los días del Mundial de Corea-Japón, cuando Argentina tenía su ritmo. Como todos los grandes jugadores argentinos del momento, su trayectoria describió un ascenso rapidísimo, jalonado por todo tipo de comparaciones maradonianas y exabruptos ditirámbicos bien raciales. Después llegó a España y comenzó el tobogán en Valencia. Entonces vinieron las preguntas. Las dudas. La esperanza incompleta. Ganó un par de ligas, una UEFA, una Supercopa... pero crecía la sombra sin remedio: lesiones, acusaciones de fragilidad, intermitencias con el banquillo. Claudio Ranieri lo dejó afuera más que nadie. Su idea se resume en este pensamiento atroz, que se atrevió a hacer declaración: “Aimar pesa 60 kilos. No puede jugar tres partidos seguidos”. Esa sentencia dejaba planteado el misterio Aimar, que se conformó hoja a hoja, con el paso de los días. Hasta hoy. Anoto: “Qué difícil es ser Maradona sin ser Maradona”.
Ahora Aimar se busca en Zaragoza. ¿Por qué Zaragoza? Digo: ¿Y por qué no? Un hombre suele querer una cierta paz interior y la felicidad no se alcanza sólo de un modo, o todos haríamos lo mismo. Vi a Aimar frente a España y me pareció raro que ahora, de repente, haya que llenar la imagen de Riquelme, un futbolista que en la albiceleste siempre pareció bajo sospecha. Ranieri no ponía a Aimar; Bielsa no ponía a Riquelme. Eso es todo. Todo el misterio. ¿O no?
Al llegar a casa encontré en el buzón un ejemplar gastado de un diario argentino, con una nota adherida en la portada: “Busca el reportaje a Aimar y entenderás...”. Pasé las hojas mientras aguardaba al ascensor. Subrayado con uno de esos rotuladores fosforescentes vi este diálogo entre el periodista y Pablito:
-En el barrio, de chico, ¿soñabas con jugar en River y con Argentina?
-Es que yo jamás soñé con jugar al fútbol. Hay gente que no me cree, pero es la pura verdad. Hoy vivo lo que me tocó vivir y no puedo decir que me haya desilusionado o sorprendido. Yo empecé a jugar en Río Cuarto porque lo hacían mis amigos y llegué a Buenos Aires porque vinieron algunos de ellos. Después, estando acá, me di cuenta de que podía jugar en un club grande y ganar plata.
Me pareció que esas frases resolvían el caso, si hubiera alguno. Al llegar arriba me tiré en el sofá. Examiné otra vez la nota de mi comunicador anónimo: no había ninguna firma en el post-it, pero me pareció que esa letra despareja era del bueno de Philip Marlowe. Con una media sonrisa, me serví un gimlet y prendí el televisor. Pasaban un partido de los Yankees. Aún no me puedo creer que el pitcher sea chino: eso sí que es un misterio.
octubre 2006
www.mediapunta.es
17 comentarios
lucas cba argentina -
rmf -
rmf -
Eduardo -
andres -
elisa -
Diana -
Jimena -
Jorge Juan -
Quique Wolf -
Jimena -
y no creo q exista ningún misterio en su juego,tal vez en otro mundo en el que no exista el futbol,por que el juega como es el, y eso lo resalta al pisar una cancha de futbol,con su jugo limpio,con humildad,honestidad,con magia y habilidad.
No intenta ser como los nuevos jugadores que los llaman´´el nuevo Maradona´´ o el´´reeplazante de Riquelme´´,simplemente es Pablo Aimar y para mi eso es lo mas importante ,que hay de el.
lorena -
joder, qué risas.
gracias, Cuartero.
Mario -
jcuartero -
Hace unos años, demasiados, cuando leí por primera vez el Bartleby; sin querer asociaba al escribiente con el rostro de Valerón.
Ana Lahoz -
Lo de Aimar es de otro planeta. Y que bueno que viniste "pibe"..
Marlo -
Jorge -