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Somniloquios

Nostalgia de Kafka

Nostalgia de Kafka

Terminar la lectura de un libro puede a veces ser terrible, un anticlimax descorazonador. Yo siempre procuro tener un buen remanente de posibilidades en la estantería, para asegurarme todas las opciones. No se trata de que use un método estricto en la adquisición, no tomo los libros como medicinas preventivas, pero sí que pierdo tiempo en la elección del siguiente para intentar sostener el encanto del anterior o romper con una mala experiencia. Eso me procura a veces un desasosiego con el que me peleo a ciegas: uno no puede errar, existen pocas frustraciones más desagradables que abandonar un libro recién empezado... Escoger supone un descarte que conlleva riesgos. Yo vigilo diferentes variables: mi estado de ánimo, el tono que le intuyo a la obra que acometo, la apetencia, el volumen de páginas, el género. Cruzo todos esos datos y entonces... Así que hay algunos libros que pueden pasarse años sin que los elija, porque su momento se pasa o nunca llega.

Ese estrés se multiplica cuando acometo un viaje o unas vacaciones. ¿Qué selección hacer? Uno no puede llevarse la biblioteca en la maleta, ni siquiera los libros que quedan por leer. El verano pasado me ocurrió... y qué mal lo pasé. Calculamos a la baja los días de ausencia e hice corto de lecturas. Además, en verano yo me entrego a la novela negra, la policiaca, y si salgo de ahí es para meterme en los clásicos de aventuras. Las dos estupendas colecciones de esos géneros que editó hace un par de años El País son compañeros inseparables de esos días. Además de las novelitas de Ray Chandler y Dashiell Hammett, que siempre andan a mano... Esos tienen puesto fijo en la hamaca.

El caso es que hace un año tuve que acudir a por refuerzos con gesto desesperado. Dar con librerías mínimamente serias en la costa española resulta complicadísimo. Hay best sellers, novelas rosas, las últimas novedades y la cosa de la autoayuda (que no me va nada, porque yo soy poco generoso conmigo mismo) o la colección de monólogos del gracioso/a de turno en la tele. También suele aparecer Agatha Christie, pero eso no es de lo que yo hablo... Estuve a punto varias veces de hincar una rodilla derrotada y comprar Porno, de Irving Welsh, en la tiendecita de los periódicos. Era salirme por completo de los límites, sólo con el fin de chutarme en vena algo de escritura potente, un disparo de palabras, justo lo que yo preciso en vacaciones para compensar la hibernación corporal en la que me sumerjo. Cuando ya daba por perdido el caso y estaba a punto de practicar la apnea suicida, topé en un supermercado playero con una modestísima colección de policiales amontonados en una gran cesta de alambre. Casi caigo redondo de la emoción. Ahí estaban Chester Himes (Por el pasado llorarás, un drama carcelario de primera), El secuestro de Miss Blandish, El caso de los hermanos siameses... Hadley Chase y compañía, Nicholas Blake. Ansioso, compré todos los que componían el lote, que me pareció caído del cielo: tapita blanda y el filo de las páginas teñido de rojo. Todo bien sangriento. Babeaba como Hommer con los aros de cebolla.

Recojamos el hilo. Acabar un libro también puede derivar en angustia melancólica por otro motivo aún más patológico: la confusión de realidad y ficción, la confusión de fronteras. Me ocurre con los cuentos de Cortázar (que regresan cada año por septiembre, sin falta). Y me pasó con su novela Los Premios, en la que me enamoré con extraña nitidez del personaje de Paula Lavalle. He dicho mal: no fue del personaje, fue de la misma Paula Lavalle. Ahora se repite el caso. Acabo de finalizar Conversaciones con Franz Kafka, un libro maravilloso que ya he mencionado en Somniloquios anteriores. Los paseos y diálogos del joven aspirante a poeta Gustav Janouch con el genio de La Metamorfosis. Aforismos dichos al pasar, pero con la humanidad de una voz dolorida como la de Kafka. Juicios sobre el tiempo, comentarios de arte, de literatura, de política, de la vida... Afirmaciones intemporales, trazos de la condena interior de Kafka, el desprecio hacia su propia literatura, pero un desprecio cortés, sincero, no destructivo o impostado. Menos mal que existió Max Brod. Así, paseaoms junto a un hombre atormentado al que Janouch muestra bajo la luz de una sabia piedad que lo convierte en un ser vital, necesario, imprescindible. Me dolió de un modo exagerado terminar el libro; era como separarme del muchacho y de su guía espiritual, al que en cierto modo hice también mío hace ya años. Pasear con Kafka por Praga había supuesto retomar la mano de un viejo amigo y editar de nuevo su voz, guardada en algún rincón atestado de la memoria. Luego me sentí huérfano, un poco (no pretendo compararme) como Janouch al conocer la muerte del frágil escritor. Para olvidarme de la pena, he elegido ahora una novela de Richard Ford (preludio del verano y sus oscuridades), pero no sé si voy a acertar. En realidad, lo que ocurre es que extraño al doctor Kafka.

Foto: la portada del libro, una melancólica imagen de Franz Kafka en 1922, ante la fachada del edificio en el que habitaba con su familia en Praga. Me gusta el empedrado del piso y el sombrero de K. El corte del abrigo, la pulcritud de la línea recta de los pantalones y la forma abombada de los zapatos.

3 comentarios

alex -

Serías un gran padre. Además, así ampliarías tu profesión, porque has de saber que ser padre significa ser mayordomo, camarero, cocinero, profesor, psicólogo, monitor de tiempo libre, puericultor, orientador, consultor, analista, administrador, comercial, chófer, payaso, cantante, bailarín, entrenador, consejero, sargento, enfermero... Te aseguro que la sonrisa y el abrazo de tus hijos es lo más maravilloso del mundo (pero hazte un pequeño búnker en casa, sin que se entere Cris, y métete ahí con tus libros una vez al día).

Mario -

Fíjate que siempre que pienso en tener niños, cosa que supongo inminente, pienso primero de todo en si podré seguir leyendo. Me tranquiliza pensar que casi toda mi vida consciente (es decir, la que tiene que ver con mis propias apetencias e inquietudes) está confinada en el territorio vasto y solitario de las noches. Dice Cris que la célebre toma de las tres de la mañana se la tendré que dar yo... y algo de razón no le falta. De todos modos eso que has dicho de la envidia era una forma de hablar. El pequeño Alex y Sofía, estoy seguro, rebaten con su presencia cualquier posibilidad de algo así.

alex -

¡La costa española y la literatura! Me pasó lo mismo un verano y me tragué tres novelas de Le Carré. Ahora me das mucha envidia, Mario, porque Alejandro y Sofía me succionan todo el tiempo y sólo puedo leer en diagonal. Pero tengo un sueño. Cuando se hagan un poco mayorcitos veré con ellos mis películas favoritas y por fin tendré tiempo para volver a leer tranquilo (ahora tengo que tener un ojo en el libro y otro en ellos para que no hagan trastadas).