La Zapalomita
El periodista Carlos Paño me envió hace ya unos días un mail en el que me invitaba a recordar en Somniloquios este texto sobre el debut, una tibia noche de mayo de 2004, de Jorge Zaparain. A él le encanta, supongo que al menos por razones de amistad: la suya conmigo y la suya, sobre todo, con Zaparain. Carlos incluso me lo envió adjunto, por si no lo guardaba y para establecer de qué modo su entusiasmo tenía la forma de una solicitud. En realidad yo sí lo tenía, no por afán narcisista, sino por el deseo de entrever aún quién soy y, de paso, combatir aquella feliz anotación de Borges: "El periodismo es escribir para el olvido". Somniloquios va creciendo y algunas mañanas, en el duermevela silencioso que precede a la vigilia, cruzo pensamientos informes que me hacen temer que este espacio de huida acabe por devorarme. Acuciado por un impulso de mito paradójico, me entrego a esa posibilidad. Inauguro esta sección de escritos contra el olvido (Fondo de Armario), de ritmo agosteño, con este mínimo homenaje a los jugadores que completan un tránsito hasta la cumbre del fútbol, para enseguida iniciar otro interminable que consiste en caminar hacia atrás, no olvidar de dónde vinieron y saber a dónde van. Más o menos imposible. Ahí va la Zapalomita... el iniciático encuentro del joven Zaparain con el implacable Ronaldinho.
En el aire denso de mayo colgaban pelusas ingrávidas, como si el estadio se hubiera sumergido en un mar. Parecía el Sur de Capote o de John Kennedy Toole, una atmósfera de algodón deshilachado que entorpece la noche. Ronaldinho la cruzó a paso de vértigo en su ritual ingreso en el césped. Al otro lado, Zapa recogía los balones con los que Álvaro procuraba enfriarle el nervio de un debut. La grada aplaudió rabiosamente el nombre del portero en los altavoces y silbó con ardor la puesta en escena del Barça. En esa contraposición se resumía la noche: Zapa contra el Barça; Zapa contra Ronaldinho... No es seguro que el orden correcto fuera uno u otro.
De momento, Ronaldinho se hizo al lado izquierdo y de allí partió sólo con la intención evidente de llegar al gol: tiró un par de pases y un par de faltas, preciosos pero inefectivos. Una la tomó Zapa en posición rigurosamente vertical, junto a su poste, y la otra se perdió por un lado. Los dos se cruzaron cuando el brasileño recibió un pasecito a la espalda de la defensa y Zapa lo fue a buscar abajo. Le ganó por una coleta.
A esa altura el portero ya había resuelto dos o tres situaciones cotidianas precisamente así, con aire rutinario. Vestido de púdico gris, hizo de la noche la continuación de cualquier otro día. Eso es notable cuando a uno lo ponen de estreno frente al Barcelona. Pero Zapa estaba en el partido, estuvo siempre, y ni siquiera el gol de Saviola le supuso una derrota. Siguió adelante como si nada. Antes le había sacado la carga a un pelotazo del argentino, más tarde descolgó un par de centros y sujetó otro disparo. Lo vimos dudar en una pelota muy larga que alejó Ponzio. En general, Zapa sostuvo su figura por encima de cualquier incertidumbre.
Al gol de Savio le contestó Cani, y luego Soriano anotó el empate. Merece la pena detenerse en ese tanto, por varios motivos. El primero, la insistencia del zaragozano, al que Víctor se inventó en la banda izquierda, donde faltaba Savio. Villa se pasó la noche girando hacia ese lado. Soriano lo encontró dos veces. En la segunda, la aceleración del Guaje frente a Oleguer reunió la emoción de las grandes jugadas. Villa amagó por fuera y enganchó hacia dentro, salió zumbando y dejó atrás al azulgrana como un tren deja una estación. Al cerrarse contra la línea arrastró a la defensa... y luego abrió todo el ángulo en el toque atrás. Vino para Soriano, que goleó cruzado, seguro.
La grada ya no pudo sujetar la celebración. Tenía ansia de alegría. Cantó la de los campeones, la de Movilla, la de Villa maravilla y hasta la de Darío Franco, que suena desde los días grandes. Y cerró el año con dos aplausos de significado diverso, que hay que examinar. El que le dedicó a Villa suponía el reconocimiento al jugador más notable del año; el de Toledo ampliaba el aprecio a otros valores: Toledo será un jugador muy imperfecto, pero también un estupendo defensor.
El epílogo, inevitablemente, lo escribió Zaparain, otra vez frente a Saviola. El argentino disparó con cierto desorden y el balón se fue hacia la escuadra. Entonces Zapa saltó, dramáticamente, describiendo un arco muy largo con el cuerpo. Adelantó las manos, grácilmente recogió la pelota y cayó con ella en los guantes. Envuelto en aplausos. Acababa de inventar la Zapalomita.
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Mario -
Chis -