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His Bobness

His Bobness

Al poco rato de poner pie en Estados Unidos, vi a Bob Dylan en la portada de la Rolling Stone y dije lo mismo que dije cuando vi la última versión de las Air Jordan: "Yo eso me lo tengo que comprar". Desconozco si la edición española de RS (esa adaptación tan pálida de esta publicación fundamental para la cultura popular en los últimos 50 años) ha sacado también estas semanas a la calle el número con la trabajosa entrevista de Jonathan Lethem a Dylan. Viene encuadrada en el contexto de la publicación de Modern Times, el último Lp del músico interminable, y del que no me voy a molestar en hacer una crítica. No me asiste la capacidad para hablar de música más allá del corregible criterio de un melómano aficionado. Pero algunas pinceladas sí pueden anotarse. Que el disco se llame Modern Times parece una broma del longevo Dylan, quien ya usó ese juego de circunstancias paradójicas hace un par de Lps (Time Out of Mind). Como anotó con agudeza el argentino Rodrigo Fresán, hace rato que Dylan comienza y termina en sí mismo, de modo que resulta imposible congelarlo o situarlo en relación con algún momento exacto que tenga que ver con este tiempo, el anterior o las variaciones por venir. Se las ha arreglado para situarse más allá o más aquí del tiempo, y no está claro si sus canciones provienen del pasado, del futuro o de un lugar indeterminado en el que se reúnen tradiciones musicales imperturbables. Dylan las revisa y transita entre ellas con una voz cuarteada en la que ya no se trata tanto de cantar sino de contar.

Los críticos advierten en Modern Times la culminación de una trilogía que Dylan habría iniciado con Time Out of Mind y continuó a través de Love and Theft. Los tres suponen discos estupendos y con similitudes, al menos en la actitud del Dylan de hoy hacia la música. Qué le apetece tocar y por qué (si alguien que no sea Greil Marcus se atreve a preguntar por qué). Dice His Bobness: "A todos nos gusta oír los discos en giradiscos pero, afrontémoslo, eso se ha ter-mi-na-do. Así que haces lo que puedes, te peleas con la tecnología de todas las formas posibles, pero no conozco a nadie que haya sacado un disco que sonara decentemente en los últimos veinte años, la verdad. Escuchas estos discos modernos y... son atroces, tienen sonido por todas partes. Nada está definido, ni las voces, nada, sólo.... ruido". Dylan reúne 20 años bajo esa radiografía como el que está hablando de la semana pasada o la última temporada musical. En ese sentido, verdaderamente podemos intuir cierta condición unitaria en los últimos tres discos del genio: no suenan a ahora o a entonces. Suenan clásicos. Y muchas canciones podrían ser trasplantadas de un album a otro sin que la unidad acusara mella alguna. Probablemente no sean obras maestras si por obras maestras entendemos Blonde on Blonde, Blood On The Tracks o The Freewheelin’, pongamos. Pero desde luego, estos discos son la obra indudable de un maestro. Una obra hermosa, indeed.

Como a cualquiera, de Dylan me interesa tanto su música como su inasible personalidad. En algunas épocas concretas me interesa igual o más. Por eso miré con deleite religioso el documental No Direction Home, de Scorsese, que considero una de las grandes películas de los últimos años. Y por eso hube de comprarme las Jordan y la RS, porque no me resisto al ventajoso espectáculo que para un periodista supone ver a otro periodista intentando entrevistar a Dylan. En general, no son entrevistas, sino tentativas de entrevistas. El personaje es demasiado extenso para someterlo a la revisión de unas cuantas preguntas. Y además, en cuanto alguien aproxima un tanto la lupa, adopta posiciones lo suficientemente ambiguas, críticas o distantes como para correr un velo de desconcierto entre él y su interlocutor. Me refiero a ese modo dylanesco de situarse más allá de la imagen que el mundo tiene de él, y que viene de los primeros días. No hace falta recorrer los episodios tan conocidos. No direction Home los expone con generosidad y maestría. Hay una rueda de prensa en la que los periodistas le interrogan por la canción protesta. Dylan ni se inmuta: "No tengo idea de qué es eso que ustedes llaman canción protesta". Pero su música conlleva una importante carga de ideas políticas, le contraatacan. ¿Es que usted no cree en lo que canta?: "No necesariamente. Son sólo canciones".

La minuciosa pelea de Lethem por encontrarle un hueco en la guardia a Dylan tiene dos valores. La fotografía que enmarca el texto, en la que Dylan mira con remotos ojos grises y exhibe en el rostro las arrugas y cráteres del último planeta por descubrir. Y este párrafo que transcribo a continuación acerca de su significación como icono permanente de los Sesenta:

"La gente tiende a exagerar mucho con los Sesenta, ¿sabes? Parece que hablaran de los días de la Guerra Civil: los Sesenta (enfáticamente)... Pero, quiero decir, tú estás hablando con alguien que es el dueño de los Sesenta. Y... ¿hice yo algo para adquirir esa década? No. En lo que respecta a mí, te la puedes quedar, toda tuya. Te la regalo".

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