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El día del velocista

El día del velocista

Algunos días me siento un velocista.

Son los días en los que el fútbol viene tarde. Y en silencio, durante toda la jornada, dispone su trampa para el escritor de fútbol. El escritor de fútbol nocturno es un velocista cruzado entre los hechos, su narración y la hora. Como el velocista, pasa el día huyendo de la carrera de la noche para no correrla varias veces. Basta una. Si la corre dos, va desgastado. Si pasa a correrla tres, está muerto. En esa única carrera se juega todo. El velocista escritor dispone su cuerpo en la salida como tantas otras veces. Luego escucha el disparo de aire, un silbido, y sale en estampida sin saber cómo ni a dónde. Lo espantan frases que no atrapa y palabras que no suenan bien con otras palabras; acecha una repetición, un olvido, el detalle ingrávido que no alcanzas. Si algo se pierde por el camino, se pierde todo.

El día no tiene nada que ver con esa explosión última, y eso es lo peor. Ahí queda compuesta la maraña de la que hay que salir airoso. La mañana no existe, no hay nada que hacer, nada que pensar, salvo lo cotidiano: desayunar sin prisa, ir a la peluquería, hacer una visita, mirar al cielo, comer tarde. Pueden agregarse o restar estas y otras alternativas. No importa: durante esas convenientes rutinas, el velocista va interrogando a su cuerpo y espera respuestas en voz baja; contestaciones que, si han de ser desfavorables, al menos incluyan la posibilidad de una reparación. Como "tengo una molestia en el cuádriceps". O bien... "hoy no tengo ganas de escribir". Puede que el dolor sólo signifique un residuo del sueño. Puede que a lo largo de las horas ocurra algo que despierte el deseo de contar y contar bien.

Antes de escribir un partido veloz, vuelven siempre estas preguntas y otras que ahora no encuentro: “¿Seré tan rápido como puedo ser, serán mis piernas tan fuertes como pueden ser, seré tan agresivo como quiero ser, seré tan automático, exacto y preciso como puedo ser, seré el que quiero ser? Siempre igual. Soy yo contra yo mismo, contra mi propia y ajena expectativa. En esa competencia, lo sé bien, dependo de ese a quien yo llamo 'el otro'. El otro. Un tipo que me habita y me ignora. Un tipo que viene y va de mis días. A veces él aparece y escribe una magnífica crónica para mí, sin que le pesen el esfuerzo, la hora, la carrera, la presión, los hechos objetivos del partido. Sin esfuerzo los registra todos y sin esfuerzo teje una historia que me gusta o me hace reír o me parece inteligente o directa como un disparo. A veces comete errores, o un gran error global, pero incluso ese error posee la fluidez de lo instantáneo. Cuando él viene, le dicta al papel y en el papel se ilumina algo. Yo miro y le presto los dedos. Yo sé bien, durante estas horas de guardia lo sé, que estoy en sus manos. Estoy en su voluntad. Si no aparece, me quedaré solo y entonces tendré que buscar en el oficio, en la costumbre, en el coraje, en la matemática inexacta de las palabras, lo que no me entregue su presencia. El otro es notablemente mejor que yo. Yo soy un torpe metódico. El otro es un velocista de cojones.

En esas esperanzas mínimas, dejé que la tarde fuera derivando en noche, sin apenas mover un músculo ni afectar a la mente, que va a disponer el resultado de esta nueva prueba. Leí a Richard Ford. Cuando leo a Richard Ford no quiero hacer absolutamente nada más que leer a Richard Ford. Escuché viejas canciones de Neil Young y de Wilco. Cuando escucho a Neil Young y a Wilco no quiero hacer absolutamente nada más que escuchar a Neil Young y a Wilco. Nada que interfiera. Todo empieza y acaba ahí. Desde luego, no quiero escribir un partido subido en un tren desbocado que ingresa a un túnel. Pero hay que hacerlo. En la última hora, justo antes del silbido a filas, compré algunos libros que me ayudarán a superar este otoño y me llevarán al invierno. Los guardé bajo el brazo y partí a la salida. Con ellos en el costado me sentí seguro, pensé que algo me darían. Repetí estas mismas frases como un mantra. Richard Ford y la voluptuosa Beuna. Wilco y Neil Young. Crazy Horse.

El disparo me estalló junto a la cabeza.

Anoche el velocista no vino.

2 comentarios

Mario -

No sé qué decirte, Iñakil. El comentario es generoso. Mi fortuna la refutan, como a todas, otras fortunas. Voy a comprarme un pulsómetro para el partido del domingo, y registraré las alteraciones. Tampoco me importarían unas ventosas del sueño que contasen lo que ocurre adentro. Yo he estado jodido de estrés y de tristeza y de frustración, y he tenido entrenadores o subalternos que metían piedras en las zapatillas. Cualquiera que haya pasado por mi lado en los últimos 16 años lo sabe. El velocista es el recurso para las noches de sprint: modestamente, en Somniloquios no le permito que se meta. Aquí el ritmo lo marcan mis piernas. ¡Salud!

Iñakil -

¿Quizá el velocista se reservaba para dictarte este post?
Eres afortunado, muy poca gente puede tener esas sensaciones en lo que llamamos trabajo. Muchos jamás han alterado su ritmo cardiaco. Y muchos velocistas terminan jodidos de estrés o tienen entrenadores que les meten piedras en las zapatillas.