Territorio navajo, territorio Ford
Monument Valley, en el extremo sur de Utah, donde la línea de los estados se reúne con Arizona. Territorio navajo. Desde el aire, más allá del Desierto Pintado y de los meandros fascinantes de Lake Powell, de las carreteras de ripio nacen brazos que serpentean hasta los hooghans, las viviendas tradicionales de los navajos: leves pirámides circulares de barro o madera (nunca la madera de un árbol golpeado por el Rayo, ese árbol pertenece al poderoso Rayo y no debe ser utilizado), con la puerta de entrada mirando al este, para que la ilumine el primer atisbo de cada amanecer. Descendimos sobre Monument Valley, tierra roja, arbustos, paredes de piedra como madera tallada, territorio Ford. Un lugar extrañamente emocionante. La luz jugó todo el mediodía con las texturas y, para cuando llegamos al John Ford's Point, al pie de la roca llamada Las Tres Hermanas (tres agujas casi gemelas, como un tridente), las nubes habían velado el sol y ensuciaban las fotografías en un contraluz de rabiosa naturalidad, que yo no pude recoger. En Monument Valley residen miles de memorias cruzadas y la mía remite con constancia a las películas del oeste, que son un pedazo muy sólido de mi imaginario. Creí adivinar la loma desde la que las patrullas del indio Cicatriz asaltan al grupo de Ethan en Centauros del desierto, pero no es seguro que fuera aquella u otra. Aprovechando mi alucinada desatención, cuatro moteros en choppers intentaron sisarme la cazadora: pensé en Easy Rider, el último western, mientras los maldecía en violento español. Harry Goulding atrajo a Hollywood hasta este lugar olvidado por el tiempo, desierto de piedra y arena que el cine convirtió en lo que ya era en las oraciones de los Navajos: territorio mítico, donde el castor y el coyote surgieron al Cuarto Mundo para levantar el primer hooghan. No pude filmar Monument Valley, pensé que ya lo había filmado Ford y eso me tranquilizó. Un vídeo parecía inadecuado en la tierra consagrada por el genio, el maestro: los lugares mágicos quedan inscritos en el recuerdo y tal vez en una fotografía a la que mirar de cuando en cuando. Mientras la tarde iniciaba su descenso, clausurada la luz, vino una lluvia agitada a refrescar el valle e inundó el autobús sin ventanas. Los japoneses corrieron en busca de protección en el Centro de Visitantes. Yo me quedé afuera y disparé esta última imagen contra la cortina gris.
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