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El mito de Bond

El mito de Bond

 

La primera noticia que tuve de Daniel Bond Craig fue una página web intitulada craignotbond.co.uk, en la cual die-hard fans de la serie (traducido, tontolabas que se pasan todo el tiempo pensando en James Bond) argumentaban contra la elección: Craig no es Bond, sostenía la página, por la dureza de su rostro patibulario, por ser rubio y de ojos azules y un poquito bajo; como si el rostro patibulario, ser rubio y de ojos azules y un poquito bajo constituyesen una extrañeza en Inglaterra. Craig sustituye a Pierce Brosnan, quien nunca dejará de ser Remington Steele. Roger Moore era el Santo y Brosnan, Remington Steele. Mucho tiempo después he visto Casino Royale, la película, y ha sido precisamente Daniel Craig lo que más me ha gustado de ella.

Yo no soy un admirador reconcentrado de las películas de Bond. Ni siquiera he visto todas, aunque tengo unas cuantas: las primeras con Sean Connery, De Dr. No a Sólo se vive dos veces. Ésta y Desde Rusia con Amor son las que más me gustan... de las que he visto. Sólo se vive dos veces es más Bond; Desde Rusia... me parece más una película de intriga o suspense, que por momentos me recuerda a Con la muerte en los talones, y no sé bien por qué. Quizás las escenas en el tren. Me gusta también Goldfinger y esas palmadas en el culo de las chicas en bañador, que constituían la esencia Bond y que la corrección política se ha llevado por delante. Me gusta el malo de Goldfinger. Me gusta MUCHO Pussy Galore (la espectacular Honor Blackman). Me gusta Oddjob, el despiadado mayordomo japonés con sombrero hongo y dedos hidráulicos. Me gustan los nombres de los malos: Ernst Stavros Blofeld (el genial Donald Pleasance), Tiburón (Richard Kiel), Francisco Skaramanga (Christopher Lee), John Largo. Cuando viajaba por el país del fútbol con Plf y Oliver, pasábamos mucha parte del tiempo en el coche hablando de las películas de Bond, del lado más divertido de las películas de Bond, de esos nombres, de sus frases, de las réplicas... En alguna ocasión nos llevamos dvds de las de Sean Connery para verlos en el hotel, y lamentábamos la pérdida de carácter del personaje. Sean Connery no era el mejor Bond; ERA Bond. Los otros sufrieron esa maldición comparativa. George Lazenby "tenía la misma capacidad de actuación que un huevo cocido", se dijo de él, aunque su único Bond conserva buen aprecio entre los grandes seguidores; el flemático y arrugado Roger Moore era más inglés que el cricket y el Ford Cortina, pero excesivamente atildado; Timothy Dalton regresó al Bond más físico, pero siempre pareció a punto de largar un monólogo de Hamlet, de esos que interpretaba en los teatros. La serie descarriló ahí y en el juego de cejas del relamido Remington, Bond al que uno no podía evitar imaginar, como escribió alguien, desayunando zumo de naranja con muesli. Anteayer, camino de Casino Royale, me crucé precisamente con Plf, que resumió al nuevo Bond: "Demasiado violento a veces, pero por lo menos es un hombre". De eso se trata.

Como película de acción, Casino Royale me parece pálida e irregular. Demasiado plot point contravenido. Larga partida de poker que no añade gran cosa, y una partida de poker tiene que añadir grandes cosas a cualquier película que pierda media hora en explicarla: The Cincinatti Kid, El golpe, incluso Rounders... las hay a decenas. La trama de Casino Royale supone un inmenso McGuffin (hay muchos malos haciendo cosas malas, pero uno no sabe bien en qué orden) y algo compleja, pero eso lo voy a decir con la boca pequeña porque yo, desentrañando tramas, soy más torpe que las piedras. Lo demás está bien: la mediana oscuridad del nuevo Bond, el regreso a la primera aventura según la cronología Fleming, para que así el reset general no chirríe tanto, el modo de introducir los tópicos del personaje sin someterse a ellos. Cuando pide su clásico Martini y da la receta. Cuando después le pregunta el barman: "¿Mezclado o agitado?". Y Bond le da la vuelta a su clásica línea y dice: "¿Tengo cara de que me importe?".

Me gusta que Bond se haya hecho una película más orgánica, más ocasionalmente brutal, más humana a pesar de la violencia explícita, porque el lado naif de los últimos Bond me molestaba bastante: veía a Remington ajustándose el nudo de la corbata en medio de una persecución en una lancha y quería irme del cine; veía a Halle Berry amenazada por un láser cortante que en vez de quemarla directamente hace un recorrido por los alrededores para que al otro le dé tiempo a llegar y... en fin. Me gusta que en Casino Royale el villano siente a Bond desnudo en una silla sin asiento y le reviente las pelotas. Así, sin suspensos ni intermedios explicativos. Las películas de Bond nunca fueron grandes películas, pero sí entretenimientos muy bien hechos que vivían de la guerra fría. "¡Cómo echo de menos la Guerra Fría!", se queja M. La cosa ha cambiado, y sin embargo los espías aún mueren envenenados lentamente (una de las mejores escenas de Casino Royale tiene que ver con eso). Ahora el problema de Bond no son los misiles de ESPECTRA, sino la ingenuidad en la que había caído, frente a lo que la rodea: sobre todo Bourne, la serie que ha tomado en su mano el magnífico Paul Greengrass, con Matt Damon en la carne del despiadado agente Jason Bourne. El mayor problema de Bond es Tarantino y su revolución de las escenas de lucha física y psicológica. Tal vez el problema sea John Woo, aunque a mí ese estilo Hong-Kong me espanta, salvo en los Kill Bill, que me divierten como a un niño. O Misión Imposible. O Michael Mann y su sobrecogedora persecución a tiros a la salida del banco en Heat: llegué a creer que el cine Don Quijote se venía abajo.

Esa búsqueda constituye ahora el reto de la serie en estos tiempos de guerra televisada y cerocerosietes muertos con polvo de polonio. El Bond de Craig aún no alcanza al Bourne de Greengrass, pero si en el futuro le escriben tramas algo más equilibradas (¿cuántas frases de Casino Royale firma el genial Paul Haggis? ¿Dos?), quizás pueda lograrlo. No es seguro: el camino más previsible, y ocurrió, era la caricatura. Si hay alguna esperanza reside exactamente en Daniel Craig, capaz de darle al personaje un buen pedazo del perfil de Fleming: "Irónico, frío y en ocasiones brutal". Un agente del MI6 no puede ser ni una hermanita de la caridad ni un playboy internacional. Y los malos ya no pueden estar hechos como personajes de cómic que viven en palacios de hielo en el Polo Norte, con diamantes engastados en el rostro. Le Chiffre (gran nombre) llora sangre y tiene el párpado agrietado como Blofeld, pero no aspira a dominar el mundo. Lo que quiere es ganar pasta y que ningún gobierno le toque la cuenta de beneficios. Como cualquiera. El signo de los tiempos.

7 comentarios

oriente -

excelentes comentarios sobre la peli del nuevo Bond!!!!

Mario -

D'accord, Jeremy. A mí Timothy Dalton me gustó. Brosnan, nada. Es una dialéctica sin soluciones: las preferencias de cada cual han modelado diferentes Bonds que, según opiniones, son el Bond más real. Hay una tradición y un arquetipo, y a muchos fans de Bond eso les pesa.

Jeremy North -

Para mi el mejor Bond desde el de "Licencia para Matar" de Timothy Dalton, a mi me gustan los Bond violentos y varoniles y muy hombres...

Magda -

No te preocupes, no tienes que devolver la visita, por aqui pasaré a leerte con mucho gusto.

Mario -

Un saludo a los dos, Magda y Jorge: creo que dejáis vuestros primeros comentarios. Muchísimas gracias por venir a verme. Os devolveré las visitas. Abrazos.

jlacu1 -

Chico Mario, has dado in the middle of the clavo (no tengo la palabra en inglés).
Felicidades por lanzar al aire esta bitácora, se agradece leerte de cuando en cuando.

Magda -

Tampoco soy muy admiradora de las películas de Bond, pero algunas son entretenidas, como Licencia para matar, Vive y deja morir y Nunca digas nunca jamás, pero la que más me ha gustado es Agente 007 contra el Dr. No, sobre todo por el malo del dr. No, buen personaje. Y las palabras clásicas del "héroe" moderno: "Soy Bond, James Bond", son ya inolvidables.