Buena pinta
Nosotros somos gente de ley. El día que entró en vigor la ley que permitía a los pubs abrir todo el domingo entero fue un domingo, claro, allá por el verano del 95, y lo pasamos entero en un pub a la vuelta de Portobello Road, en Londres. Round table en una terraza en sombra. Once horas en un mismo pub podría parecer demasiado pero, una vez consumidas las tres primeras pintas, el cuerpo se hace cómodo, se almidona dulcemente en el acogedor banco de madera, y además, cada tanto se añaden nuevos contertulios y todos traen otra ronda. Los vasos caen vacíos como campanadas. La tarde resbala de forma conveniente sin que la adviertas. Conviene que sea así, porque la tarde de un domingo siempre tiene un cierto aire deprimente. Si eso os parece deprimente, es que no habéis visto la tarde de un domingo en las calles laterales de una ciudad británica. El pub es la terapia.
Ahora hay libertad de horarios y se han relajado las costumbres. Hemos ganado y hemos perdido, como siempre. Ha desaparecido el síndrome de la campana, pero también ese divertido ritual de pedir al menos un par de pintas o tres para bebértelas en apenas media hora y así conjurar la frustración de los horarios de guerra. Last orders... y la carrera general a la barra. Siempre me han gustado especialmente los pubs silenciosos, sin música, en los que tres o cuatro parroquianos beben sin decir palabra, sin mirarse a pesar de que han bebido a pocos metros unos de otros durante los últimos 35 años. Los pubs tan recogidos que casi resultan claustrofóbicos, recubiertos de madera, moqueta, revestimientos en las paredes y sillones de eskay. Ahí uno puede quedarse durante horas, ignorante de las bombas alemanas o la caída del gobierno conservador. Todo se oye. A veces entra un visitante nuevo y bromea con agudeza con el publican. Aunque nadie ha dicho nada, todos los presentes se ríen. En esa extraña comunión humorística reside todo su afecto.
Algo de eso hay en The Jolly Judge, pub de la Royal Mile en Edimburgo, en uno de esos maravillosos espacios interiores de piedra, a la espalda de la calle principal, que se encuentran aquí y allá. En una de las casas colindantes se encontraron por primera vez el doctor Samuel Johnson y su buen amigo Bosswell. Algo más arriba, en dirección contraria al castillo, está Deacon Brodie's, la taberna dedicada a la memoria del diácono de vida recta durante el día y licenciosa por la noche en el que se inspiró Robert Louis Stevenson, cuentan, para escribir El misterioso caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde. El sábado, después del rugby, el Brodies's fue un hervidero de kilts y cerveza toda la tarde... Hace años recuerdo, en Balloch, a la orilla del Loch Lomond, un pub de aldea extraordinario: me queda la quietud sombría del lugar y a los lugareños mirando a John Mayor en la televisión con aparente respeto para, de pronto, comentar una de sus frases con sorna y explotar en violentas risotadas conjuntas: "Ye fucking twat... ayeeee!".
De este viaje me quedo con The State, en Holland Street sobre la esquina con Sauchiehall Street, en Glasgow. Como para marcar el signo de los tiempos, en el piso de arriba hay una sala bien moderna, con música y desenfado; abajo, al final de las escaleras y a través de una puerta alternativa, escoceses desdentados beben en serio y en silencio. Sillones orejeros y libros en los estantes. Cálido y hogareño. No es el mejor pub del mundo, y no va a aparecer en ninguna guía... pero tiene esa modestia de los espacios inolvidables.
[Foto: veo ahora que la imagen ha adquirido el aspecto empastado de una pintura gracias a mis juegos experimentales con la luz, pero es una fotografía tomada el sábado por la tarde en el Ensign Ewart, en la Royal Mile de Edimburgo: allí vaciamos algunas pintas de Caledonian, estupenda bitter escocesa).
2 comentarios
Mario -
Respecto a las pintas: es mejor autoengañarse con medias pintas que autoengañarse con pintas enteras... He tenido que asistir a autoengaños con pintas enteras y cargar con un muerto/a no es recomendable.
Gracias por volver...
match point -