El día que doblé el cabo de Hornos
Hay pocos grupos tan notables como un grupo de ciudadanos británicos en cualquier lugar del mundo. Ellos no contemplan la disensión espacial que los rodea. Ellos mismos constituyen, a su manera, un país. Así que, donde ellos van, permanece ese país con todas sus circunstancias y condiciones. Se plantan como si plantasen una bandera en tierra extraña. No sé, yo los quiero, les tengo ese viejo afecto... Y me asombra que sigan en el más alegre desconocimiento del euro. La macroeconomía va que vuela en Europa. Puertas adentro, la gente murmulla: "¡Cómo nos cagaron con el euro!". Y los británicos ahí, tan panchos, pagando con su libra esterlina hasta en los aviones de vuelta de España. "Sterling, please"; "Egg and crest, por favor"; "and a cup'o'tea, darling...". Uh, ah, Daily Star!!!
John Lennon Airport. Liverpool. Scousers despreocupados bajan del avión. Voy a Glasgow vía Liverpool, a Glasgow para ver The Old Firm, el derby de Escocia. El fotógrafo Alfonso Reyes y yo viajamos desde hace unos meses para buscar por el mundo la historias que el fútbol no cuenta en las crónicas. Imagen y palabra, algo que rescate la inabarcable dimensión social, también la esencia si es que queda algo de ella, de lo que siempre fue este juego. ¿En qué se parece un partido de fútbol de chicos descalzos en un pedregal senegalés a la tienda de merchandising del Celtic de Glasgow? Esa pregunta deben responderla, con certeza o sin ella, las imágenes. En el mientras tanto, nos entretenemos. Al periodismo hay que buscarle la vuelta. Como dice el personaje de Primera Plana, la película de Billy Wilder. "No le digas a mamá que soy periodista; dile que trabajo en un burdel".
Hace 13 años hice este mismo trayecto, de Liverpool a Glasgow, en un autocar. Era joven y estaba a punto de quedarme sin trabajo, pero yo eso no lo sabía. Ahora lo completo en coche de alquiler y voy solo. En las afueras de Liverpool brilla un sol honesto que se impone a las inevitables nubes. A la manera de Mark Twain, habrá que decir que uno de los inviernos más fríos que recuerdo fue un verano en Liverpool. Eso fue hasta que caí en San Francisco, claro, la ciudad de la que hablaba Twain. En la maleta llevo el segundo tomo de su Viaje alrededor del mundo siguiendo el Ecuador, gloriosa colección de sus notas de viaje. Y La Guerra del Fútbol, una colección de reportajes de Ryszard Kapucynski (y espero haber acertado con las vocales y consonantes). Discos de The Killers (compruebo en pocos días que son el grupo número 1 del momento en el Reino Unido), de Wilco, de Neil Young, de Los Planetas... Pongo la radio, pero conducir por Inglaterra requiere tal estado de concentración que no la subo mucho. Si canto me estrello.
En las siguientes horas buscaré repetidas veces el freno de mano en el lado equivocado, y tiraré de un cinturón de seguridad, que no existe, sobre mi hombro izquierdo. Acostumbrado a acodarme en la ventanilla con la zurda y sostener el volante al mismo tiempo con esa misma mano, esta descontextualización resulta dolorosa. Por la izquierda no se puede adelantar. Sí, es obvio... pero cada cierto rato hay que recordarlo, decirlo en voz alta, darle a refrescar o actualizar. Por fortuna, el limpiaparabrisas está en el mismo lado, así como los intermitentes. Busco el retrovisor donde no es, y me encuentro el cielo. Escucho las noticias: una madre ha matado a su hijo en algún lugar; Irak, resumen diario de bombas y muertos; y por fin ha terminado la reforma de Wembley. La empezaron poco después de que yo me fuera de Londres, allá por el 96, creo. Una década y unos 800 millones de libras después, he tenido que regresar yo para que eso saliera adelante...
De momento va todo bien, lo suficiente para empezar a mirar alrededor. Dejo a un lado Manchester, al otro Liverpool, atravieso las lindes del Distrito de los Lagos y enfilo para Escocia. Paso por ser uno de los pocos seres humanos que ha visitado el Distrito de los Lagos sin ver un solo lago. Me trajo Andy H., un tipo capaz de eso y más. Pero esta zona de la región de Cumbria me parece hermosa, pese a todo. Twain anotó que, en lo paisajístico, Inglaterra constituía un canon de belleza. Sí, habría sitios más exuberantes, pero no tan armónicos en su conjunto. Yo creo que ese gusto significa una frecuente exageración, pero a mí me fascina también de un modo raro esta suavidad perezosa de las colinas, las cercas de madera de los campos, la repetición del escenario y los carneros detenidos en las lomas, como si los hubiera pintado Carrington. A veces hay vacas inclinadas sobre las rampas verdes, y uno diría que están a punto de volcar o que combaten la gravedad con las ubres. Desde el cielo de un avión, Inglaterra se hace un burbujeo de nubes esponjosas. Abajo, la bóveda se abre y se cierra como una puerta automática: llueve y sale el sol, diluvia o sopla el viento. Cambios repentinos. En ciertos lugares de Inglaterra, un día es un lapso de tiempo demasiado largo como para que siempre haga el mismo clima; en otros lugares de Inglaterra, cinco minutos es un lapso de tiempo demasiado largo como para que siempre haga el mismo clima.
Pasado Carlisle, el paisaje inicia un cambio dramático. La verde ternura inglesa pierde brillo, los colores decaen y los valles se abren, para que la vista pueda resbale bajo una luz tenue que viene y va. Tonos ocres, agrestes, menos previsibles. Colinas elevadas. Tejados de pizarra en dos aguas de triángulo muy cerrado, prendidos en las laderas igual que alfileres de piedra. Escocia. Unos kilómetros más adelante, me sorprende un cartel a un lado de la carretera: "Lugar de nacimiento de Carlyle". E invita al desvío. Paso de largo y el cielo me castiga ese desinterés con un chaparrón sin misericordia. Me pareció advertirlo de antemano en la confabulación de nubes oscuras que vi reunirse delante de mí, sobre el vértice que formaban dos colinas terrosas a los lados del asfalto. No me equivoqué lo más mínimo, pero es que no había escapatoria. Tenía que cruzar aun sin quererlo. Apenas unos minutos después, el piso había desaparecido y con él los límites de los carriles y de la misma vía. De un momento a otro caía tanta agua que me pareció estar atravesando el Canal de La Mancha en un Ford Focus. El esfuerzo del parabrisas tenía algo de agonía mecánica que casi me entristeció. El salpicadero iluminó un piloto anaranjado con el símbolo de la nieve o la helada: afuera, el termómetro caía hacia los cero grados. "What the f...". Llamé a Glasgow y ordené que encendieran de inmediato la calefacción.
Doblado el cabo de Hornos, el resto de la travesía resultó más tranquila. Me llamaron la atención algunos bosques de pinos altísimos y varios patronímicos bien escoceses. Después de todo, llegar a Glasgow resulta sencillo, aun por la izquierda: basta con entrar por el lado correcto en las rotondas y luego seguir los carteles: "¿Estados Unidos? Vas hasta Groenlandia y giras a la izquierda", dijo Ringo. Creo que fue Ringo. Esto es igual. Frente a las primeras casas de la ciudad, me llama la atención el Parque Temático de Escocia. Pienso en Inglaterra, Inglaterra, novela en la que Julian Barnes desmenuza todos los arquetipos ingleses para darle forma a un singular parque temático sobre la idiosincrasia del país y sus gentes. Aquello termina en una desmandada caricatura que tal vez Chesterton hubiera domeñado, a la manera de El hombre que fue jueves, pero que Barnes se le escurre de las manos como un balón de rugby empapado. Algo más adelante, a la derecha aprecio la robusta tribuna Jock Stein del Celtic Park, el estadio de los Bhoys, donde estaremos el domingo por la mañana. Al fondo queda Glasgow, la ciudad decadente e industrial reconvertida en capital europea de la Cultura en 1999. Alegremente provinciana. Divertida y amable. Lluviosa.
Aunque estoy entrando en Glasgow, me queda hora y cuarto de viaje. Una cosa es llegar y otra entenderse con los escoceses para encontrar el hotel. Aye, what a grrreat auld land this is!
[Foto: Lluvia en el cemento gris: el cielo de Glasgow desde el suelo de Glasgow, en Bath Street Park. Tomo la foto de un bonito blog: Uncertain Times(Midland Stories)],
6 comentarios
hudu889iikd -
Aitom -
http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=16164
Buenas crónicas.
Mario -
Para el Anónimo: los méritos de Michael Knight son menores. El carnet de conducir no se lo sacaría ni a la segunda, como yo.
Gonzalo: menos mal que he recobrado un mínimo prestigio con esa cita... Lo perderé en cuanto haya ocasión.
Gonzalo -
Y cree usted bien, al menos, así lo asegura el libro "Los Beatles vistos por sí mismos".
Minipunto para el Sr. Somniloquio.
Anónimo -
Creo que es usted como Michael Knight.
¿ Sería yo capaz de conducir en el lado contrario?
No se...Teniendo en cuenta que aprobé el carnet el Viernes...
jcuartero -