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Doctor Diogo y Mr. Hyde

Doctor Diogo y Mr. Hyde

Real Zaragoza, 2-Sevilla, 1 

Formidable partido del uruguayo: gol y asistencia - Su pelea final con Luis Fabiano afeó una noche grande - El Zaragoza regresa a la Champions

De este partido quizá quede como imagen la pelea de barrio bajo entre Diogo y Luis Fabiano, que sirvió de exagerado desenlace para un partido grande en las formas, jugado con poderes cruzados, con un ejercicio riguroso del Zaragoza en la primera parte y la fantástica recuperación del Sevilla después, cuando ya con 2-0 atropelló al Zaragoza por el carril de Alves y tuvo un par de ocasiones bien claras para poner el empate. Cuando ya la victoria tenía dueño, Diogo y Luis Fabiano se engancharon en la última jugada. Un pisotón involuntario del zaragocista, la sangre que sube a la cabeza, frente con frente como berracos, cabezazo de Luis Fabiano, gancho de derecha de Diogo al mentón y después una pelea de recreo, manotazos en aspas.Un telón amargo de dos rojas.

Una pena en medio de un partido que fue verdaderamente alegre para el Zaragoza, que como regalo de Reyes vuelve a la Champions. Lo hizo desnudando primero al Sevilla, y después sufriendo frente a un equipo orgulloso y capaz de envalentonarse hasta amenazar cualquier ventaja. Era algo sabido. Con el Sevilla los partidos se hacen largos. Para jugar de igual a igual con el Sevilla hace falta comprender ese fútbol, que es un idioma hecho de diferentes lenguajes, tomarle el ritmo y tratarle con agresividad, anticipación, solidaridad, organización, equilibrio. No sólo eso. Después, hay que jugar bien al fútbol. La derrota con el Valencia había establecido una cierta duda alrededor del Zaragoza. Si verdaderamente quiere ser algo, no puede limitarse a la condición de equipo bonito, resultón o estéticamente generoso. Además ha de manejar los partidos alternativos, los feos, los incómodos, los graves. O sea, sufrir en silencio las hemorroides.

En el primer tiempo lo hizo, aunque para poner en funcionamiento sus virtudes necesitó el gol madrugador de Carlos Diogo, a la salida de un córner. Lo tiró D'Alessandro con pie chiquito y el uruguayo peinó la pelota con el hemisferio izquierdo, que es el que se encarga del lenguaje, el habla, la memoria, la lógica, la planificación: esas pequeñas cosas de cada día. Diogo tocó apenas para modificarle la dirección, y la pelota le pasó rozando el flequillo a Palop, justo por encima de la frente. Palop manoteó como si tratara de sacudirse un abejorro, pero ya estaba vencido. Ese tanto reordenó el partido.

El Sevilla lo había iniciado con una impresión de mayor cuajo. No autoritario, pero sí con Renato en la dirección del tráfico y mayor velocidad. Al Zaragoza le faltaba algo de ritmo, y se necesita ritmo para descompensar al Sevilla, cuyos futbolistas entran y salen de sus posiciones con frecuencia. El Zaragoza estaba obligado al celo en las marcas, lo supieron pronto Kanouté y Luis Fabiano, contenidos por la defensa aragonesa. Zapater puso el pie fuerte y Piqué le agregó al medio campo la pizca de clase que lleva dentro, con la naturalidad de los futbolistas de sangre azul: a Piqué le dirán el nuevo Fernando Hierro si hay que buscarle etiquetas, pero también un Edmilson, digamos. Ese futbolista de apariencia excesiva, bien coordinado, que mezcla el juego corto y el pase largo. Con ese tipo de jugadores en el puente de mando, la masa del fútbol siempre queda en su punto y sabe bien. Así como diferente, pero bien.

Marea roja. Mientras el Zaragoza crecía con el alimento de su gol, el Sevilla atravesó el primer tiempo instalado en las dudas. No le encontraba debilidades al Zaragoza, donde hasta gente como Aimar o D'Alessandro se entregaba a la solidaridad de las coberturas y el trabajo en dirección contraria a la portería. Eso le permitió al equipo de Víctor Fernández limitar poco a poco cada una de las virtudes conocidas del Sevilla: la longitud de sus bandas, de Navas y Alves, de Adriano; el gobierno físico de Renato y Poulsen, las conexiones con los de arriba. Kanouté y Luis Fabiano no tenían tiempo ni permiso para recibir. Eso termina por hacer mella en las convicciones y luego, cuando llega la hora de decidir, una ocasión suelta, pasa lo que pasa: quizás por eso Kanouté no llegó por tres pelos o no definió un par de cabezazos.

El Sevilla trató de recuperar el paso tras el intermedio y se encontró a un Zaragoza cínico, que lo desangró al contraataque, en una feroz salida del formidable Diogo. Su centro lo ganó Diego Milito, medio con la mano. Remató, cortó Palop y Diego fue para empujarla al 2-0. Ahí se acabó el Zaragoza y empezó el resto del partido, porque Juande quitó al volátil Navas y a David, adelgazó la defensa, sumó a Maresca en el medio y a Chevantón más arriba, y el Sevilla pasó a ser ese viento de tormenta que conocemos en estos últimos tiempos. Entonces todo el mundo se soltó, o casi todos. Más que nadie, Dani Alves, que abrió su banda a sangre y fuego, destruyendo todas las barreras con su mezcla de cuchillo en la boca y sutilezas en los pies. Tiró una pared con Maresca portentosa y llegó a la línea de fondo para poner a Luis Fabiano el 2-1.

Era el minuto 70. Lo que quedó hasta el final fue un sinvivir para el Zaragoza, amenazado por completo. Se aferró a la Champions y al 2-1. Sujetó lo que pudo sujetar, que no era mucho porque el Sevilla se hizo marea roja. Al final apareció la bestia de dos jugadores calientes, competitivos. Mejor recordar un partido precioso que ese tabernario final indigno.

Diario AS, 7 de enero de 2007
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