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Somniloquios

Un poco de todo y de nada

Un poco de todo y de nada

RENFE suprime trenes y los junta de dos en dos. Yo ando en servicios mínimos hasta nueva orden, así que no encadeno una sino tres crónicas, las últimas del Zaragoza, aunque sólo sea por entretener el tiempo (el mío y el de quien las lea). Hay un poco de todo y de nada. En el Zaragoza y en Somniloquios... Una victoria exuberante contra el Villarreal, otra práctica frente al Almería y esa 'boutade' tan del Zaragoza que constituyó el partido con el Valladolid, por otro lado un equipo estupendo. Algún día de éstos iré al cine o veré una película en la televisión o leeré una línea en algún libro que pueda recomendar. De hecho, estoy a punto de hablar de tres libros. Mientras no tenga mucho que decir, como ocurre ahora mismo, seguiré más o menos callado. 

Real Zaragoza, 2-Real Valladolid, 3
11ª Jornada de Liga 

La vida son seis minutos

Víctor mató al Zaragoza del 27' al 33' l Empató el gol de Oliveira, sumó otro y Álvaro puso el 1-3 l Diego Milito recortó tarde l Fin a 11 meses invicto en casa

Sobre este Zaragoza no se pueden hacer afirmaciones absolutas. Como las cajas de regalo envueltas con un lazo, a veces ilusiona a su gente pensar en la grandeza de lo que tiene dentro; en otras ocasiones empuja a pensar que hay una orfandad en el fondo de su fachada. Ese hueco sombrío alterna con principios de luz rutilantes. A un equipo se le juzga el 30 de junio. El resto del año tratamos de interpretarlo a la vista de los resultados y de un amplio puñado de condiciones contextuales. Pero este Zaragoza no se deja interpretar. Ayer cumplió ese principio de infidelidad a sí mismo con terrible empeño: comenzó rápido, solidario, hecho un equipo, pero se descentraron sus delanteros por una chupada de Oliveira y el resto se lo llevó por delante Víctor, pequeño gran hombre del Valladolid. En seis minutos volteó el partido.

Voló la puerta de Europa, volaron los once meses de invicto de La Romareda, voló la línea de crecimiento, voló la credibilidad. Ese último problema puede ser grave o no; en el fútbol se cree con el corazón, no con la cabeza. Buscar la verdad de la derrota requiere tacto. Demasiadas bajas atrás obligaron a Zapater a hacer de lateral izquierdo y el partido se lo llevó por delante. Triste e injusto. Uno puede defenderse y ha de ser juzgado en su terreno. Cuando se le llama para una misión especial en tierra ajena, al menos un honor lo salvaguarda: el de la valentía para asumirla. Pero Kome le hizo a Zapater y a Chus Herrero, que salió también muy mal parado, una calamidad decisiva en la suerte del encuentro. La otra verdad es que el Zaragoza podía ganar 3-0 a los 20 minutos. Y que en el desplome posterior cayeron muchos: Oliveira, autor del 1-0 y cambiado en el descanso; Luccin, tocado en un gemelo y hundido por Álvaro. Sólo Óscar hizo algo de luz; y Diego Milito puso generosidad sin correspondencia. Última verdad: Ayza Gámez negó dos goles (uno de Óscar y otro de Diego) con fueras de juego discutibles. Y un penalti de Rafa a Sergio García. Aun siendo cierto, nada de esto explica la suerte del partido.

Leer en diagonal
El fútbol de hoy produce con frecuencia el molesto zumbido industrial de la modernidad, mareante hasta el punto de confundir lo mediocre con lo necesario. Pero cuando en el campo de juego aparece un futbolista como Víctor, con esa fisonomía corta que representa una consciente huida de la mecanización, entonces sabemos que todo sigue en su sitio; que el fútbol es lo mismo de siempre, que conserva intacta la factura de un juego ingobernable, molesto y fascinante por igual. Depende sólo del lado en el que se produzca el milagro. Esta vez, el lado del Valladolid.

Víctor volteó el partido, que venía de un 1-0 y en seis minutos se había convertido en 1-3 para el Valladolid. Mendilíbar lo puso en el campo en el minuto 24 por Sisi. Un cambio prematuro mueve a la sospecha, pero el entrenador del Valladolid sólo usaba una de esas condiciones extraordinarias que se dan en algunos individuos. Kennedy leía en diagonal. Devoraba renglones y páginas con vertiginosa ligereza. Eso hizo Mendilíbar: leer el partido en diagonal. Víctor entró a dividir las líneas, Kome cayó a la derecha y entre los dos hicieron papilla la banda que defendía Zapater y resguardaba Chus Herrero. Del 27' al 33', Víctor firmó dos goles y Álvaro -hijo de la Ciudad Deportiva- consagró su vuelta, medianamente anónima, con un tercero excelso. Otro que lee en diagonal.

El Zaragoza quedó desnudo en la calle. Ya no se recuperaría, ni con Aimar, ni con D'Alessandro, ni con las apariciones dulcemente protéicas de Óscar. Protestó al árbitro las jugadas aludidas, Aimar cabeceó arriba una vez y Diego Milito redujo hacia el final la derrota. Sólo hubo circunstancias, pero no fútbol. El contraataque que se chupó Oliveira, mientras Milito aguardaba para el gol, rompió el frágil principio de solidaridad y Víctor se llevó por delante el resto. El Zaragoza debería recordar aquella frase de Lennon en una canción para su hijo: la vida es lo que te ocurre mientras haces otros planes. Donde dijo vida, pudo decir fútbol.

Almería, 0 - Real Zaragoza, 1
10ª Jornada de Liga
 

Una victoria como un parto

El Zaragoza gana fuera después de nueve meses l El Almería, con pasajes estupendos, sólo se rindió por un penalti l Cobeño tiró a Óscar y lo anotó Diego Milito

Al Zaragoza le ha costado nueve meses ganar fuera de casa, un parto doloroso que no puede permitirse ningún equipo que aspire a Europa. El partido cayó de su lado por un penalti, pero  no hay engaño en el triunfo: era merecido. Sin embargo, varias contradicciones quedaron entrecruzadas a lo largo de la noche. El Almería tuvo la pelota en los pies y al Zaragoza en sus manos en el primer tiempo, cuando mostró un desempeño magnífico en todos los órdenes salvo en el gol. Si Negredo u Ortiz hubieran acertado en el arranque, el Almería hubiera podido volar, porque estaba para todo frente a un Zaragoza encadenado a sus temores por las bajas en la defensa. Pero el Almería no atinó y dejó que el Zaragoza se acomodara un tanto; que comprobase que a Goni hay que encontrarle un espacio lógico entre la Tercera División y la élite; y despertó a Óscar, que escenificó otro capítulo de su renacimiento. Esas sumas concluyeron en el penalti de Cobeño que Diego Milito transformó en el minuto 73 en la victoria aragonesa.

Fue un choque de valores más morales que futbolísticos, puede ser, también por eso hermoso: los dos tiraron guantes, valientes y honestos. Y tuvo que ser la jugada más ventajosa del fútbol la que decidiera. El Almería adornó la noche con un pasaje inicial de ligereza de ideas y ejecución fascinantes. Será un recién ascendido, pero niega la convención con ideas y jugadores estupendos embozados en nombres de rango medio. En una plaza en la que cualquiera se excusaría para jugar a la supervivencia, Unai Emery prefiere jugar al fútbol de verdad, sin prejuicios. Un entrenador para la esperanza.

Hasta el área del Zaragoza llegaban todos los del Almería y alguno más. Parecía que jugaran con 15 y varios balones. Llegaban antes y por cualquier lado: Bruno por afuera, Corona en la mezcla, Felipe Melo con su fisonomía, Ortiz por el flanco, Negredo en su obsesión episódica del delantero. El equipo aragonés no podía sacudirse esa brisa tan saludable de fútbol, porque el Almería le ganaba la pelota con energía y después le daba un uso nítido, armonía de pelota y espacio. Jugaba de memoria y movía algún recuerdo atrevido: antigua: ¿Era el Almería o el Ajax de Rinus Michels? Entiéndase la hipérbole: la verdad reside en las ideas.

Contraataque
Enfrente, el Zaragoza tenía una ensaimada por boina en la cabeza, como aquel Cordobés de Arús. Carlos García y Acasiete le remataron con limpieza dos o tres veces en el claro de una zaga reunida a lazo para la ocasión, como si sus componentes se acabaran de conocer un rato antes. En cierto modo, era así: Sergio se lesionó a los tres minutos, Goni venía del filial sin estaciones intermedias, Chus regresaba de una lesión y del olvido, y Paredes no había sido titular desde el Getafe. Como no ganaba balones en las zonas intermedias, decidió protegerse en grupo y probar el contraataque. Fue un gesto tribal de salvaguardia. Necesario y puede que hasta inteligente. Su validez la completó la salida de Óscar desde la izquierda hacia el carril central, al punto de enganche, desde donde sacudió las debilidades al Almería. En tres contras sin término (Oliveira, Diego Milito, el propio Óscar) el Zaragoza dibujó su aviso.

El Almería tomó nota, pero no se acobardó. Siguió buscando y tiró de su catálogo de convicciones. Tuvo hasta un libre indirecto en el área que negó César, actor principal de la segunda parte. Sin embargo, el Zaragoza cada vez parecía más próximo al gol. A veces eso no tiene nada que ver. A veces sí. Luccin mezcló la pluma y la espada y reconquistó el medio campo para los suyos. Óscar hizo el resto del desequilibrio con varios pases hermosos como un vientre en celo. Su admirable control en el penalti de Cobeño, que lo tiró, iba a culminar el partido. ¿Era injusto que un equipo tan honorable como el Almería cayese por una sutileza así? Podría ser... Como si quisiera anular esa duda, Diego Milito (recién estrenado papá) estampó la pelota en la red sin miramientos: nueve meses después, su gol alumbró un triunfo del Zaragoza fuera.


Real Zaragoza, 4-Villarreal, 1
9ª Jornada de Liga

Óscar al mejor partido

El salmantino inspiró una goleada brillante l Ayer el Zaragoza puso energía, fútbol y goles l Anotaron Oliveira, Óscar, Diego y García l Pires recortó al final

En estos tiempos en que la más burda estupidez puede hace fortuna, conocíamos el paint-ball, el derribo de hoteles, el tai-chi y la curda colectiva. Pero no teníamos contemplada la bronca y la implosión de un vestuario como posibilidad terapéutica. Se ve que el club de la lucha tenía su lógica. Como al fútbol ya no lo entiende ni la madre que lo parió, que fueron cuatro ingleses bebiendo cerveza, ahora va a resultar que decirse las verdades (a la peor hora y del peor modo) funciona como estrategia. O eso sugiere el encomiable partido del Zaragoza ayer: el Villarreal, equipo de moda, se llevó cuatro goles y cuando Pires recortó, en el 82, ya era tarde para todo. Fue un encuentro repleto de detalles que indican que la crisis era en verdad ininterpretable: a estas alturas nos atrevemos a pensar que el Zaragoza será lo que quiera ser, si quiere algo Porque no hay fórmula matemática ni ley universal que explique cómo un equipo arrastra el vientre en el Calderón y, varias broncas después, hace el mejor partido de la Liga.

Éste fue uno de esos encuentros que no deberían contarse, porque la letra no alcanza para descifrar los detalles. Es un partido para verlo y revisarlo y descubrirle, como ocurre con las películas maestras o las canciones de los Beatles, nuevas perspectivas, matices inesperados, sonidos ocultos, maravillas concéntricas. Hubo cuatro goles, pero hubo muchas más cosas; el avance de la defensa para juntar al equipo, el esfuerzo de los de arriba en la presión, el pulmón incesante de Zapater y algunas lecturas magníficas del juego, la exhibición de Ayala por tierra, mar y aire, la compostura de Pavón, la solidaridad, el orgullo bien entendido, hecho fútbol con la pelota y sin ella. Por encima de todo, hubo un Óscar portentoso, un jugador mayúsculo que desde su banda izquierda (la del ausente Aimar) hizo un partido y varios partidos, todos en uno. Todos exactos. Todos precisos. Todos perfectos. Todos hermosos. Todos preñados de una visión privilegiada del juego. El catálogo de virtudes resulta imposible de precisar sin incurrir en la exageración. Será merecida. Óscar hizo memoria de su fútbol y olvidó su perfil antojadizo de ciclotimias.

Mucho ritmo
Pellegrini opinó al final del encuentro que el marcador no correspondía con la historia del partido. Esa revisión se antoja como mucho una verdad a medias, la mitad que corresponde al primer tiempo. Porque Pellegrini fue responsable también de ocultar virtudes de su equipo para dibujar un partido riguroso en el medio; darle la pelota al Zaragoza, pero acotándole los espacios Lo consiguió durante un rato. Pires elegía siempre bien, mandaba Senna y Cani invadía espacios ajenos con una interpretación estupenda de la movilidad con balón y sin él. A la vista, el partido tenía un ritmo intenso. Mucha industria, con esa hermosura rara de la competitividad y el anuncio de que algo podía pasar. Pero no hubo mucho: un gol cantado que no alcanzó Diego Milito y varias faltas untadas en veneno por Marcos Senna... Hasta que Oliveira picó con la cabeza un centro muy sutil de Zapater. 1-0. Tomasson rozó el empate tras el descanso, pero tenía los pies torcidos.

Ahí comenzó la mitad que desmiente a Pellegrini. Animado por la desventaja, cosas de los entrenadores, el ingeniero permitió a su equipo romper filas y lo abrió en un 4-4-2. Le agregó el bullicio disuasorio de Rossi y Nihat. Tomasson sólo había sido un semáforo. El Zaragoza anudó con un Ayala portentoso y Pavón atento a cualquier minucia; en el medio, Zapater y Luccin patrullaron día y noche, esquinas y avenidas. Luego añadió a Gabi. Y hasta a D'Alessandro. Ya valía todo. El equipo hizo de cada pelota una delicia. Óscar tiró del hilván hasta dejar al Villarreal en marianos. Repartió juego como si llenase copas de champán. Firmó el segundo en un regalo de Capdevila. Diego sumó el tercero de penalti. Y Óscar coronó su memorable tarde con un pase de dibujos animados que García coloreó en el cuarto. Fue tan hermoso que parecía una broma. Después de una semana de guerra civil, goleada al equipo de moda. Eso es una transición y no la del 78.

2 comentarios

Principito -

Es bueno tomarse un descanso en la vida, y aun más si nos referimos referimos a una cosa tan banal como pueda ser un blog. Mientras tanto aquí seguiremos nosotros esperando tus nuevos somniloquios.

Por otra parte, el que sea bueno tomarse un respiro, no quita a que el Real Zaragoza empiece a encadenar unas cuantas victorias seguidas e ilusionarnos con su juego.

Un saludo!

davicius -

En esta última semana de nuestro querido Real han ocurrido tantas cosas y tan diversas que paradójicamente no podemos decir nada al respecto. ¿Con qué nos quedamos?: ¿con el partidazo ante el Villarreal, con el triunfo solvente de Almería, con la empanada y el desastre de la primera parte frente al Valladolid, o con el arreón de dignidad y al menos compromiso de la segunda parte? Uffff, demasiadas cosas en tan poco tiempo.
Santi Segurola vaticinó al comenzar la liga que el Zaragoza haría cuatro o cinco partidazos frente a los grandes pero que en general sufriría. Él suele hacer gala de fracasar estrepitosamente en todos sus augurios, pero desgracidamente parece que en este caso va por buen camino. Y por cierto, ¿sabes si Oliveira fue cambiado por ser demasiado "chupón"?