Un golazo y 31 velitas
AS, 9 de enero de 2005
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Real Zaragoza, 1-Betis, 0
En el día de su onomástica, Savio largó un pelotazo memorable. El balón dio tal soplido que apagó las 31 velas de su cumpleaños y luego entró por el hoyo de las agujas, vulgo escuadra. Qué gol metió ese hombre, mamita. La jugada venía bajando de derecha a izquierda, con pases convenientes que le daban ventaja al contraataque del Zaragoza. El último trámite lo hizo Óscar para el brasileño, en diagonal. Savio pisó área acuciado por los defensas y no lo pensó dos veces; ni siquiera lo pensó una. Dijo: ésta es por mí y por mi papá. Y así el wing eléctrico sacudió al primer palo de Doblas, al ángulo del amor fou. El portero apenas la oyó pasar; la gente ni lo vio. La gente contará que lo vio, pero eso es porque hay televisión. En vivo, la velocidad de la bola fue de quemar retinas, una ilusión de zigzag entre el iris y la córnea. También la sepultura prefigurada del Betis...
Dijeron partido grande y dijeron bien. Un partido con dos direcciones, como la cornada de Paquirri. Con el Betis pasó algo raro: ninguno de sus futbolistas estuvo en su nivel (ni Assunçao, ni Edu u Oliveira, desde luego no Joaquín), y sin embargo tuvo compostura y llegada al frente. Le faltó ritmo. El Betis pasó media tarde en un tran-tran contemplativo, moroso. El Zaragoza tuvo una velocidad más, jugadores muy activos y la destreza particular de algunos días: casi todo lo interpretó bien y lo hizo correctamente. Y eso sin concentrarse ni cobrar primas, para que luego digan. El fútbol es una estupenda mentira.
Vaivén
Antes de que marcara Savio, Óscar tropezó dos balones de gol en la defensa y Movilla le pegó a puerta media docena de veces. Cuánto disparó ese muchacho; y qué mal lo hizo. Pero había un anuncio en la actitud, en la ligereza del juego; un anuncio incompleto porque a la tarde le correspondían más goles. El de Savio llegó en el momento preciso para el Zaragoza. Si tuvo cualquier virtud, también agregó esa, la oportunidad. Fue en el minuto 43 y quedó resonando en el descanso.
El Betis encontraría la convicción en los cambios. La convicción y un algo de fútbol, no mucho pero sí lo suficiente para avivar el instinto. Antes, Oliveira había escapado una vez y se fue hacia Luis, pero Luis hizo la de Dios y se la paró. La de Dios le decían a aquélla que hacía Gatti y que era salir medio arrodillándose y con los brazos estirados, como un Cristo rendido en oración. Luego Savio aplastó un cabezazo contra Doblas y finalmente se marchó, la grada rendida y el tobillo en carne viva.
El melón quedó oficialmente abierto. El Zaragoza se vio en el alero y adoptó la formación tortuga, con Soriano y Pirri en la noble misión de cerrar vías. Israel, un chiquillo de 17 años, entró al campo y se ciscó en las jerarquías. El niño es extremo derecho, así no más, de forma que a Joaquín lo largaron a la izquierda, que era como largarlo a Siberia en batín de guata. Entre Israel y Alfonso la liaron. El Betis tiró dos al palo (una de Israel) y no empató porque a Oliveira lo negó otra vez Luis en el alargue, que fue una angustia mortal para el Zaragoza.
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