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Somniloquios

Un hombre en San Francisco

Mi nombre es Harvey Milk, de Gus van Sant (2008)

En las empinadas calles de San Francisco, una ordenanza municipal obliga a los residentes a aparcar sus coches con las ruedas viradas hacia la acera, para evitar que se vayan cuesta abajo o se crucen en la calzada si falla el hombre o el freno de mano del hombre. En San Francisco hay una bahía neblinosa de aguas frías, una prisión legendaria sobre la roca de un islote, un puente para su jubilación, una tienda de discos con miles de metros cuadrados, una calle con catorce curvas y un amplio café que sobrevuela Union Square y en el que se pueden tomar trescientas clases diferentes de tarta de queso. También, al otro lado de la bahía, está Berkeley, la universidad donde nació el movimiento estudiantil de finales de los sesenta, la esquina de Haight y Ashbury, en la que los hippies inauguraron el verano del amor con una sentada, y el barrio residencial de Castro, donde los homosexuales izaron hace más de 30 años la bandera del movimiento gay y dispararon la revolución hacia el reconocimiento de sus derechos civiles. San Francisco es a Estados Unidos lo que París a Europa: la penetrante conciencia de una civilización.

Harvey Milk había nacido al otro lado del país, en Long Island, Nueva York, hijo de una familia de inmigrantes lituanos cuyo apellido, Milch, derivó como tantos otros hacia un inglés más acomodado. Durante su juventud y primera edad adulta, Milk se trasladó dos veces a esa ciudad tan contradictoriamente adorable que es San Francisco. La segunda, a partir de los 40 años y mediados de los setenta, es la que le interesa a la película llamada Milk, aquí re titulada Mi nombre es Harvey Milk. Sospecho que si tuviéramos la oportunidad de dialogar un buen rato con quienes toman este tipo de decisiones (cómo se llamará aquí una película que allá se llama otra cosa), aprenderíamos mucho acerca del márketing, la psicología de las masas o la imaginación de los desocupados. A mí que me gusta tanto preguntar y preguntarme, me encantaría saber por qué Slumdog Millionaire se va a llamar así mismo, sin traducción, mientras que Frost/Nixon acaba rebautizada El Desafío: Frost contra Nixon, o esta Milk pasa a ser Mi nombre es Harvey Milk, lo que la convierte en una presunta secuela de Mi Nombre es Joe, con la que no tiene, claro, nada que ver. En todo caso, y poniéndonos minuciosos, habrá que decir que "mi nombre es Harvey Milk" es la frase con la que el personaje inicia sus discursos callejeros y que cualquier traductor preferiría "me llamo Harvey Milk" como versión española del "my name's Harvey Milk". De hecho, en la versión doblada se dice "me llamo Harvey Milk". Piénsenlo. ¿Los españoles decimos me llamo tal o decimos mi nombre es tal? Pues eso.

Aclarado lo cual hay que señalar que el anti énfasis con el que Gus van Sant, el director, pretende subrayar la relevante figura de Harvey Milk no pesa tanto como inteligente recurso de estilo (que no estaría mal si logra que el biopic no derive en empalagosa hagiografía), sino que aparece como debilidad de la película, cuyos personajes secundarios están apenas dibujados en un fondo poroso del que no logran escaparse los dos mejores, los que hacen James Franco y Josh Brolin. Y esa indefinición tampoco enmarca al carácter principal. En Milk no se subrayan más de la cuenta sus grandezas ni se indaga mucho en las contradicciones, los aspectos brillantes ni los oscuros. Y además se nos presenta con un anti énfasis contradictorio porque, por un lado, la narración comienza revelando el final de Harvey Milk (que es conocido porque forma parte de la historia del atribulado movimiento gay) y, por otro, introduce en Milk una deliberada conciencia anticipatoria de su destino, lo que de inmediato lo convierte en un mártir voluntario. No tengo claro que algo así acabe de ser cierto, dado que el desenlace lo provoca alguien que parece más movido por su propia frustración política que por un ideario radical contra los homosexuales. Una cosa es ponerle objeciones al matrimonio gay (cosa que ocurría entonces y ocurre ahora), otra negar los derechos civiles de los gays y, una última, matar a uno de ellos. A veces da la impresión de que la corrección política, y esta película, quiera establecer arriesgadas equivalencias entre esas tres posibilidades. En fin, que hablar de todo esto sin desvelar los detalles de la trama resulta algo confuso.

El caso es que Van Sant retrata a Milk (el primer político gay en pisar cierto poder en Estados Unidos) siempre desde una media distancia algo fría, y si consigue algún matiz de relieve que nos haga aproximarnos a él lo logra gracias a la convincente interpretación de Sean Penn, elevado a una categoría superior desde que se puso aquellos rizos y aquellas patillas en Atrapado por su pasado ("¡¡¡¡suéltame, pasado!!!!", gritaban Les Luthiers en una de sus actuaciones), película más conocida como Carlito's Way. Desde entonces, Sean Penn no ha dejado de elevarse, aunque aquí hay más de mímesis que de construcción interpretativa, y yo lo prefiero en Acordes y Desacuerdos de Woody Allen o, por supuesto, en el Mystic River de Clint Eastwood. Como cualquiera puede sospechar y como ocurría de forma dramática en Acordes y Desacuerdos, el doblaje rebaja mucho a Sean Penn. Se diría que el doblaje no encontró el modo de matizar la meliflua voz sin incurrir en la caricatura, así que descarta ese poderoso matiz.

La película ni molesta ni asombra. Es un buen alegato a favor de la esperanza de un colectivo y una convincente reconstrucción de un tiempo y un espacio. Yo la vi a gusto pero me he descubierto olvidando demasiado pronto el racimo de detalles que la conforman. En mi impreciso cerebro, dejó apenas un par o tres de ideas de menor peso: primero, que el Oscar a la Mejor Película de este año está barato, porque el nivel de las contendientes no reclama mayor memoria. segundo, que tengo muchas ganas de volver a San Francisco y hasta de quedarme probando las 300 tartas de queso, si fuera preciso; y tercero, y en referencia directa a Harvey Milk, confirmamos que un hombre basta para defender una idea, pero no alcanza para salvar una película.

6 comentarios

fiorella -

Me encanta el actor, soy su admiradora. Lo tiene todo, un cuerpazo perfecto y un rostro hermosísimo. No se que tiene esta hombre que entre mas pasa el tiempo mas bello y atractivo se pone, sencillamente es alguien espectacular. Sin duda el mejor especimen de la humanidad..coches

Mornat -

Y ese Walter Matthau haciéndose pasar por el agente de la CIA Hamilton Bartholomew (¡qué nombre!); y el aterrador George Kennedy... Grandísima.

alex -

¡Charada! Ese Cary Grant teniendo que pasar una naranja de papada a papada a una señora de carnes generosas en medio de una fiesta y perseguido por los malos. Realmente, qué grandes momentos nos hace pasar el cine.

Mornat -

Incluso para los que amen el matrimonio, diría yo... A mí tampoco me molestó tanto Revolutionary Road, supongo que me gustan mucho los dos actores y eso se elevó por encima de otras cosas. De todos modos, temo que las películas de Sam Mendes, o este tipo de películas, provocan efectos así: radicalmente contrarios. Y entiendo que es una película que esta película pueda provocar ese efecto que provocó en ti. No me sorprende porque no pone muchos asideros a mano. Por lo demás, qué decir? Stanley Donen: también Charada, no la olvidemos... Absolutamente de acuerdo: los directores se inventan lo del "universo propio" y ya no los saques de ahí. Hasta para tener un universo propio hay que ser un genio. Y el truco no dura toda la vida: véase Woody Allen, again.
Abrazos

alex -

Hola, Mario. Vi Revolutionary Road el otro día. Vacía y cargante, de estas que sales de mala leche. Para los que odien el matrimonio, su película de cabecera tiene que seguir siendo "Dos en la carretera", sí, sí, del director de "Cantando bajo la lluvia". Ya casi ningún director hace películas dispares. Un abrazo.

Jeremy North -

No he visto la película ésta del concejal gay de San Francisco, me dan un poco de miedo los biopics bienpensantes, pero por lo que cuentas igual se merece un vistazo.

Sean Penn últimamente se está pasando, se ha creído que es Marlon Brando y no acierta en sus interpretaciones, por lo menos para mí. Desde su magnífico papel en Mystic River, no me ha vuelto a emocionar e incluso a gustar.

"Atrapado por su Pasado" es la mejor película de Brian de Palma, con el mejor Pacino, triste y confuso con su vida y con el mejor Sean Penn, un cabronazo con un justo final.