Tarde de perros, noche de genios
Me gusta que las películas aparezcan así de repente, que se pongan ante mí sin aviso previo. Que no haya mucho que hacer, nada que ver, un poco de sueño y entonces, resbalando por el mando a distancia... zas, Tarde de Perros. Las películas de atracos me gustan mucho, sirven para definir mi concepto de diversión en el cine. Atracos de bancos, sí, o robos a gran escala minuciosamente planeados: Atraco Perfecto, Ocean’s Eleven, Reservoir Dogs, Heat, El Golpe... Algunas que me vienen a la cabeza sobre la marcha. Tipos que convierten el robo en un ejercio de contundencia psicológica y en una partida de ajedrez de las mentes. Me gustan sobre todo los ladrones educados, los profesionales inmaculados del ramo, que van y hacen su trabajo con la misma asepsia con la que otro rellena informes en la oficina. Idéntica moralidad. Esos que si el vigilante de la sucursal trata de hacerse el héroe lo golpean limpiamente, sabiendo dónde le pegan, y luego le dan un consejo: "Mantenga la cabeza hacia atrás y deje que sangre, la hemorragia parará pronto...". Todos comprendemos que no le quedaba otro remedio. Había que atizarle. Y ese hombre lo hace tan bien...
Hace unos días vi Plan Oculto, la última de Spike Lee, un director que casi siempre me ha interesado y al que veo ahora maduro, visitando nuevos territorios sin abandonar la esencia social o próxima, streetwise, de su cine. Reivindico La Última Noche como una de las mejores películas de los últimos años, aunque no es seguro que nadie la recuerde. En Plan Oculto, un atraco sin las convenciones de este pseudo género, Clive Owen se comporta un poco de ese modo, ladrón de altos valores morales, aunque con matices. Los matices explican la historia, que tiene mucha miga y no es cosa de reventarla. Robert de Niro también es así en Heat. Miguel Pardeza me recordaba el otro día esa frase concluyente en la que De Niro establece el inamovible rango de prioridades en la vida del ladrón profesional: "No pongas nada en tu vida que no puedas abandonar en 10 minutos si la poli te pisa los talones". Qué felices deben ser los guionistas cuando se les viene a la cabeza una frase así. Yo diría que De Niro en Heat, con George Clooney en alguna otra, son el arquetipo moderno del personaje al que me refiero. Bueno... pues Tarde de Perros no se parece en nada a ninguna de estas cosas ni a otras películas que yo haya visto sobre atracos.
En resumen, como atraco es un atraco miserable. Los personajes componen una galería de arquetipos a la inversa. Los rehenes no quieren salir del banco ("¿Qué dice usted? Yo me vuelvo adentro...", dice una de las secuestradas cuando asoma a la calle con Pacino... y se deja entrevistar encantada con la celebridad). El policía antagonista tiene una humanidad quebradiza. Como el director del banco. Parece que van a ser amigos todos en cualquier momento, aunque esa es una de las maravillosas mentiras de esta película. El único que se hace el hijo de puta desde el primer momento es el elemento del FBI, pero claro, ahí hablamos del estado federal, nada de mandangas, la esclerosis de los sentimientos: deberes y privilegios, nada más. De los dos caracteres principales, Al Pacino compone un antihéroe maravilloso y querible. Pacino siempre se parece a Pacino sin ser Pacino. Puede ser decenas de personajes y no extraviar la esencia que hace del actor un personaje en sí mismo. O sea, un clásico. John Cazale, su apocado amigo en el robo, cumple exactamente con el papel de John Cazale: el villano frágil por antonomasia, nacido con rostro de secundario inolvidable, como si hubiera sido concebido únicamente para las películas en las que actuó. Y puede que haya sido así porque murió pronto, a los 42 años, en marzo de 1978, pero... ojo a su porcentaje de tiro: en seis años participó en las dos primeras de El Padrino, hizo La Conversación también con Coppola, hizo El Cazador e hizo Tarde de Perros a las órdenes de Sidney Lumet. Cinco joyas. Casi cinco obras maestras. Todas competidoras por los Oscar. Desde luego, cinco películas que podrían en muchos órdenes vertebrar el singular y excelente cine de los setenta.
Yo no había visto Tarde de Perros hasta esta noche, y ya me he dado cuenta de que la tardanza ocultaba un error mayúsculo. En mi enciclopedia de cine de Taschen aparece entre las grandes de 1975. Luego veo que se jugó el Oscar con Tiburón, Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco, Barry Lyndon y Nashville. Casi nada la cosecha del 75. Ganó el cuco de Nicholson y Milos Forman, pero Tarde de Perros queda sin esfuerzo en la memoria. Una película que se explica con su guión, que camina entre el ingenio y el rigor y los entremezcla de forma que, cuando la acción parece destinada a rebozarse en el absurdo de sus personajes, escapa en otra dirección para seguir creciendo. El trío de atracadores se queda en dúo a la primera de cambio. Pacino y Cazale se confunden en todo. Son perdedores, sólo que lúcidos. Son lúcidos, sólo que torpes. Van a ser héroes y luego bastardos de la audiencia televisiva. Para que un drama en que el atracador tiene por esposa a un transexual no derive en pastiche hay que escribir muy bien y dirigir muy bien. Es lo que no soporto de Almodóvar, que seamos los demás los que hayamos de ponernos generosos con su indudable genio para salvar la coherencia que pierden sus historias con esas boutades. Pero ese es otro asunto. En Tarde de Perros, siempre que la acción se aproxima a la parodia, Lumet da una pincelada que recompone el drama y le da espesor. Salva a todos sus personajes sin juzgarlos, y por esa vía les otorga la dignidad propia de cualquier persona. Su grandeza. De forma inevitable en la película va ganando la angustia poco a poco, como una mancha de aceite, expresa en los cuencas cárdenas y en retroceso de Pacino, en el sudor asfixiante de policías, ladrones y rehenes. Termina del único modo posible, pero eso no se advierte hasta el final. Uno sólo lo adivina al ver la última mirada del protagonista a su alrededor. Él ya lo sabía.
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