El color de la derrota
En un partido en Segunda División, en Tenerife, el Zaragoza salió al campo sin su camiseta ’avispa’, relevada por el último diseño: un azul marino, y mangas en tono turquesa, sin referentes históricos. El amarillo espantaba a Paco Flores, y esa superstición estaba en el origen de tan desconcertante variación. Con el paso del tiempo, la camiseta avispa ha desaparecido por completo, aunque no el amarillo y negro, ahora versionado. El leit motiv de la apasionada contracrónica que sigue se resumía así: los colores no ganan ni pierden, pero refieren una historia más allá de la anécdota.
Heraldo de Aragón, 30 de septiembre de 2005
Amarillo es el trigo limpio de los campos que mece el viento, y el corazón de algunas flores, y amarillo es el sol que los alimenta y que arde en el desierto, también amarillo. Amarillo es el destello último de algunos ojos y la mirada de las fieras, amarilla es la melena del león que dibuja un niño y amarillo es el oro de los tigres, que fascinaba al viejo. Amarillo el cabello laberíntico de Marilyn, amarilla la melena de Lana Turner y el fulgor radiante de Jean Harlow; amarillo el pañuelo en el cuello de John Wayne, la piel de Homer Simpson, las camisas viejas, los diarios olvidados en un cajón, el periodismo estúpido...
Amarillas las natillas de mi abuela -con galleta, por favor-, y sus manos amarillas, de un amarillo precioso; amarilla la yema del huevo frito, amarillo el plátano de Canarias y el azafrán del curry indio, y amarillos los girasoles, y amarillo el mundo soñado de Van Gogh, y amarilla la silla de su habitación en el Arlés amarillo. Amarilla es la cara interna del capote y el destello de la espada. Amarillo el impermeable de los hombres de mar, mis camisas, y el jersey del niño pijo. Amarillo era el tractor, y el submarino. Y amarillos son los taxis de Nueva York. Amarilla es la fiebre. Y amarillo el oro.
Amarillo es el campeón del Tour de Francia, y amarillo es Aitor, aunque le digan dorado. De amarillo visten los Lakers de la California amarilla. ’Verde e amarelha’ es la bandera del campeón del mundo, y su camiseta amarilla, sobre el negro de los genios. Amarilla y negra es la de Peñarol de toda la vida, y la del Iberia Sport Club lo era. Amarillo tiene también la bandera de Aragón, y el brazalete de capitán del Real Zaragoza, que llevó Aragón, claro, y después Vellisca. Amarilla podría haber sido la tarjeta a Cuartero, aunque otro día quizá lo sea, quién sabe, porque esto depende del árbitro, que también puede ir de amarillo. Y amarillas fueron muchas otras cartulinas, demasiadas, ayer en el Heliodoro.
Pichi Alonso, Valdano y Amarilla fueron un día la delantera de este club, cuyos orígenes tienen una camiseta amarilla y negra, como el tronco de las avispas. Amarilla y negra era la tradición recuperada por deseo del presidente Soláns Serrano en 1996 en Sevilla, amarilla y negra la herencia de la Gimnástica. ¿Por qué no jugar de amarillo y negro? Porque una superstición, la de Flores, vale más que una tradición o que la historia, parece. Amarilla es su fobia, y nuestra camiseta, muy vendida y muy querida. Amarillos eran, a pesar de todo, la publicidad de Pikolin y los números de los jugadores, que ayer vestían no de avispa, sino de azul marino y azul turquesa.
Azul marino y azul turquesa. Ni blanco, ni verde, ni azul cian, ni rojo de los ’tomates’, ni amarillo y negro de los ’avispas’, todos los colores en casi 70 años. Amarillos y negros fueron los cinco goles en el Bernabéu, y otros muchos. Amarillos como el pelo de Jamelli tras el penalti de La Cartuja. Amarillos como la cabeza de Pardeza, como la Copa de Sevilla. La derrota no es amarilla. Ni tampoco la victoria. Amarilla, y negra, es la camiseta de este equipo. O lo era.
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