La caza del tiburón blanco
Si uno ha leído a Herman Melville sabe que Moby Dick no trata en realidad de la caza de una ballena. Si alguien vio el partido de ayer sabe que no se trataba sólo de un partido o de un rival. Que había algo más, un algo más contenido en el aura indestructible de un equipo como este Barça, prodigio de armonía y brutal eficacia. Después de 18 victorias consecutivas del equipo de Rijkaard, el emotivo triunfo del Zaragoza supone la caza del tiburón blanco con arpones de madera, una razzia estruendosa de tres goles en cuatro minutos. Luego vino la manita de Medina Cantalejo, ese penalti inevitable frente a este equipo, la reacción y el gol final de Diego Milito. Queda un partido de vuelta y todo lo que eso supone. Pero antes queda suspendido en el aire helado el sabor de una noche inolvidable, inspirada por el genio inagotable de Cani, por los goles de Diego Milito y Ewerthon. Los leones cazan en grupo.
Este partido es para los que no creían, creen ni creerán. También para quienes se niegan a admitir que la tradición del Zaragoza en la Copa del Rey es ya un imperativo. Nada ocurre porque sí. Este resultado se agrega a la serie de noches incontestables. La historia enseña aquel 6-3 al equipo soñado por Cruyff, el 3-2 a los Galácticos en Montjuïc, la media docena que inspiró García Castany frente al Madrid de Breitner, el 4-5 de la Supercopa del 95, el 1-5 en el Bernabéu incendiado. El 4-2 de anoche se inscribe en esa línea en la que todo o casi todo sabe a gloria, porque la estatura del rival eleva el partido a la condición de cacería imposible.
Dinamismo
Y además, nadie lo hubiera podido prever. Que ocurriera precisamente así, con ese desapego de la lógica o de la cuerda que traía el partido, con una anormalidad así de resuelta. Ni mucho menos en un espacio de tiempo tan mínimo. Esa condición (la velocidad, la ráfaga) fue lo más llamativo. Tres goles en cuatro minutos. Por detrás del exhaustivo control del Barcelona y el empeño del Zaragoza en la imprecisión, por detrás de eso estaba Cani como una sombra tras la cortina. Con Ewerthon y Diego Milito.
Hubo un anuncio. Pero ese anuncio ocurrió de un modo tan fugaz que pasó desapercibido en la maraña de todo lo demás, del ir y venir a ningún lado y la prestancia del Barcelona en el medio campo, y un par de arranques de Leo Messi por su lado, y alguna patada de Delio Toledo. El anuncio fue un amago de Cani a Diego Milito, un pase incompleto que tenía la misma forma que luego tendrían los goles. A Cani ese pase le quedó en el pie, pero era un aviso. Un riachuelo soterrado. Y de pronto ocurrió. Así, como los tsunamis, como las avalanchas, como los edificios que se desmoronan, como las avenidas de los ríos. Minuto 22: Cani a Diego Milito y gol. Minuto 24: Óscar a Ewerthon y gol. Minuto 26: Cani a Ewerthon y gol. Los tres iguales, contraataques o pelotas ganadas en tres cuartos (allí donde caza siempre el Barça), un pase al espacio y Diego o Ewerthon contra Jorquera. Nostalgia de Puyol o de Valdés. Pim, pam, pum. El bombardeo sorpresivo, Blitzkrieg Bop, los Ramones, canciones de minuto y medio, hoyo en uno, un sinpa en el bar, el caliqueño de entrar y salir, tres goles en cuatro minutos. Pequeños placeres veloces.
Resultó curioso porque, cuando Cani hizo el primer pase y Diego le desgarró el dobladillo por abajo a Jorquera, justo entonces ponderábamos el acordeón del Barcelona. Rijkaard ha encontrado una forma diferente de dinamismo, una especie de noria que no es sino una serie lógica de movimientos. No hay forma exacta de saber quién es quién y dónde aparecerá al segundo próximo. Todo el mundo en el Barcelona ocupa y preocupa espacios. Es un juego de trileros con hombres bajo los vasos. Es una variación de hipnótica armonía. Y sin embargo... tan imperfecta o frágil que Cani la demolió en dos pases.
Quizás se sentía estrangulado o estábamos frente a la sugestión que producen los grandes equipos. Frente a ese desasosiego, que se traducía en malos pases, el Zaragoza se sintió algo desvalido, incapaz de acompasar la respiración y su juego. La clave del partido debía estar en la pelota, y el Zaragoza no podía o no encontraba el modo de tenerla. Lo amenazaron primero Messi y un poco más tarde Van Bommel. Luego vinieron sus goles, ya contados, y el resto del partido.
Cansancio
Con el Barça todo ocurre velozmente. Una llegada de Gio por la izquierda, un centro, Gaby Milito que no alcanza el cabeceo y Larsson que la toca con la frente al gol. Al Zaragoza le costaría desde entonces cada vez más sujetar a Messi, un tipo con una arrancada fiera, como hemos visto pocas. Ronaldinho no estaba. Tirado a la banda izquierda o en el medio, Ponzio lo sujetó en corto y lo molestó cuanto pudo. El segundo tiempo era una noche interminable. Cuando Messi salió disparado como un balín perdido en perpendicular al arco, después de una pelota perdida por el Zaragoza, el pánico reunió a cuatro o cinco hombres a su encuentro. El argentino entró al área en medio de un torbellino y cayó desordenado. Medina vio penalti de Ponzio. Ronaldinho descontó.
El 3-2 redefinió todo, incluso esos cuatro minutos de felicidad que parecían lejanísimos. Recordó lo fugaz que había sido todo. Lo que aún quedaba. Jugadores cansados, ideas fragmentarias, pases inconclusos. El Barça en cuarto creciente. Impotencia o cansancio. El partido de vuelta era una losa. Víctor apuntaló el medio con la entrada de Generelo, y se fue Cani tocado mientras Rijkaard se jugaba todo arriba con Maxi y Ezquerro. Pecado. En el alargue, Edmilson tocó un centro de Cuartero con la mano y Diego Milito se fue al penalti. Disparó el arpón y cobró la pieza. La noche tenía cuatro soles.
Este partido es para los que no creían, creen ni creerán. También para quienes se niegan a admitir que la tradición del Zaragoza en la Copa del Rey es ya un imperativo. Nada ocurre porque sí. Este resultado se agrega a la serie de noches incontestables. La historia enseña aquel 6-3 al equipo soñado por Cruyff, el 3-2 a los Galácticos en Montjuïc, la media docena que inspiró García Castany frente al Madrid de Breitner, el 4-5 de la Supercopa del 95, el 1-5 en el Bernabéu incendiado. El 4-2 de anoche se inscribe en esa línea en la que todo o casi todo sabe a gloria, porque la estatura del rival eleva el partido a la condición de cacería imposible.
Dinamismo
Y además, nadie lo hubiera podido prever. Que ocurriera precisamente así, con ese desapego de la lógica o de la cuerda que traía el partido, con una anormalidad así de resuelta. Ni mucho menos en un espacio de tiempo tan mínimo. Esa condición (la velocidad, la ráfaga) fue lo más llamativo. Tres goles en cuatro minutos. Por detrás del exhaustivo control del Barcelona y el empeño del Zaragoza en la imprecisión, por detrás de eso estaba Cani como una sombra tras la cortina. Con Ewerthon y Diego Milito.
Hubo un anuncio. Pero ese anuncio ocurrió de un modo tan fugaz que pasó desapercibido en la maraña de todo lo demás, del ir y venir a ningún lado y la prestancia del Barcelona en el medio campo, y un par de arranques de Leo Messi por su lado, y alguna patada de Delio Toledo. El anuncio fue un amago de Cani a Diego Milito, un pase incompleto que tenía la misma forma que luego tendrían los goles. A Cani ese pase le quedó en el pie, pero era un aviso. Un riachuelo soterrado. Y de pronto ocurrió. Así, como los tsunamis, como las avalanchas, como los edificios que se desmoronan, como las avenidas de los ríos. Minuto 22: Cani a Diego Milito y gol. Minuto 24: Óscar a Ewerthon y gol. Minuto 26: Cani a Ewerthon y gol. Los tres iguales, contraataques o pelotas ganadas en tres cuartos (allí donde caza siempre el Barça), un pase al espacio y Diego o Ewerthon contra Jorquera. Nostalgia de Puyol o de Valdés. Pim, pam, pum. El bombardeo sorpresivo, Blitzkrieg Bop, los Ramones, canciones de minuto y medio, hoyo en uno, un sinpa en el bar, el caliqueño de entrar y salir, tres goles en cuatro minutos. Pequeños placeres veloces.
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Cansancio
Con el Barça todo ocurre velozmente. Una llegada de Gio por la izquierda, un centro, Gaby Milito que no alcanza el cabeceo y Larsson que la toca con la frente al gol. Al Zaragoza le costaría desde entonces cada vez más sujetar a Messi, un tipo con una arrancada fiera, como hemos visto pocas. Ronaldinho no estaba. Tirado a la banda izquierda o en el medio, Ponzio lo sujetó en corto y lo molestó cuanto pudo. El segundo tiempo era una noche interminable. Cuando Messi salió disparado como un balín perdido en perpendicular al arco, después de una pelota perdida por el Zaragoza, el pánico reunió a cuatro o cinco hombres a su encuentro. El argentino entró al área en medio de un torbellino y cayó desordenado. Medina vio penalti de Ponzio. Ronaldinho descontó.
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4 comentarios
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