La mano (izquierda) del diablo
-Bundini, vamos a bailar?
-Toda la noche -dijo Bundini.
-Si, vamos a bailar -dijo Ali-, vamos a bailar y bailar. ¿Qué vamos a hacer? -preguntó a Bundini, Dundee y Kilroy.
-Vamos a bailar -dijo Kilroy con una sonrisa triste y llena de afecto-. Vamos a bailar toda la noche.
-Sí, vamos a ba-aila-ar -exclamó Ali. Y volvió a dirigirse a Broadus-: Dile que se prepare.
-No pienso decirle nada -susurró Broadus.
-Dile que más le vale saber bailar.
-Él no baila -consiguió decir Broadus como una advertencia-. Mi patrón tiene cosas más importantes que hacer.
-¿Que no qué?
-No baila -dijo Broadus.
-El hombre de George Foreman -exclamó Ali- dice que George no sabe bailar. George no puede ir al ba-aile!
-Cinco minutos! -gritó alguien, y Youngblood alcanzó una botella de zumo de naranja al boxeador. Ali bebió un largo trago, equivalente a medio vaso, y miró divertido a Broadus.
-Dile que me pegue en el estómago -dijo.
(Los minutos previos al combate Ali-Foreman en el Zaire, mientras el Loco de Louisville se prepara en medio de un ambiente de depresión y derrota. Le supervisa, de acuerdo al reglamento, un tal Broadus, del equipo de Foreman. La escena la describe Norman Mailer en su libro sobre la legendaria pelea, The fight).
A veces los hechos se reúnen como si se conocieran, con un algo de magia. En el aeropuerto de San Francisco compré un libro de fantásticas semblanzas de los más grandes boxeadores de la historia. Los cien mejores a juicio de Bert Randolph Sugar, uno de los más divertidos, documentados y sugerentes escritores de boxeo de la prensa americana. Mike Tyson aparece en el número 100. Al llegar a Las Vegas, en medio de una gigantesca sala enmoquetada que hace de recepción (habría unos quince recepcionistas en un larguísimo mostrador en forma de ele), vi un aparatoso ring instalado en el centro, pegado a un grupo de maquinitas para jugarse los billetes de dólar de cuarto en cuarto. A la derecha, un saco rojo de arena colgaba de un leve trapecio, y el punching ball estaba sujeto de la escuadra con un mosquetón. Mike Tyson pasa estas semanas entrenándose en ese hotel. Tyson!!!! No uno de los más grandes de la historia, desde luego, aunque en algún momento pensamos que pudiera serlo. Eran los días en que derribaba hombres en segundos, con esos golpes en la quijada, como de Conan el Barbaro, como si le pegara a una mula y no a un ser humano. Fue el campeón más joven de la historia y también el más joven en perder el título mundial. Desde luego, me arreglé para presenciar uno de los entrenamientos de Iron Mike. La gente lo esper’o también, rodeando el ring con intereses desiguales. Ver a Tyson tiene algo de circo. Es ver a un boxeador, pero también ver a un hombre perdido, a un outcast, a un tipo derrotado, encarcelado, acusado de violación. Yo sentí que había algo de horror morboso en la escena: verlo de cerca, quizás tocarlo, sería como acariciar la panza pálida de un tiburón blanco muerto por un viejo pescador de fortunas, cazado después de que devorara a tres chavales. Tyson no ha devorado hombres, aunque sí una minima parte de ellos: un cacho de la oreja escandalizada de Holyfield, en aquella pelea que se celebró cruzando el Strip de Las Vegas, en el MGM Grand, apenas a 500 metros. Desde aquello, Tyson no tiene licencia para pelear en el estado de Nevada. En realidad, Tyson no tiene casi ni pasado. Tiene una ficha policial y, como dice Randolph Sugar, "más intentos de regreso que Frank Sinatra". Después de un rato de espera amenizado por un negro chillón que le hace de jefe de pista, veo a Tyson venir rodeado de otros negros contundentes. Hay uno con la camiseta número tres de Ben Wallace, el de los Pistons, que es aún más grande y cuadrado que el mismo Ben Wallace. Tyson viene encogido en el medio de esa barahúnda oscura que se mueve como un cuerpo único, la mano derecha cruzada sobre el pecho con cierto desmayo, como en un perpetuo acto de solicitud de perdón para el hombre sin redenciones. Una incipiente panza le abomba el estómago. Por lo demás, sigue teniendo un aspecto terrible, aunque eso ya no le sirva demasiado entre las cuerdas, pero aún asusta a cualquiera. A dos metros, su cabeza parece hecha de adobe y es desmesuradamente grande, como la de una estatua romana. Está unida al resto del cuerpo sin intermedios, sin cuello, sin península, igual que si alguien se la hubiera encajado a martillazos para que no se le moviera más. Estoy viendo al diablo vestido de negro desgraciado, boxeador en extravío imposible, campeón derrotado en lucha y revancha. Cómo no sentir lástima por esa bestia enjaulada. Pasa a mi lado. Alargo la mano: Hey, Mike!!! Tyson toma una mano contigua a la mía, me sobrepasa. Hey, Mike!!!, vuelvo a llamar. Repentinamente gira el cuello monumental y me mira. Le veo los tatuajes en la sien, que son como brea inyectada en su piel. Termina de rotar su cuerpo trabajosa, lentamente, y alarga la izquierda para tomar la mía. Es como piedra, rugosa, basta, demoledora como lo puede ser un almirez. Se detiene con unas chicas venezolanas, llamo su atención, nos hacemos una foto y le digo: Mike, you’re a champ! Y luego el diablo se larga pidiendo perdón hasta el ring, sonriendo abrumado o entontecido. Hay algo raro en él. Algo terrible. Algo diabólico, atrozmente inhumano.
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vanesa -
ASHOT -