Los hijos de Huguito
Cualquier motivo valdría para recordar a Hugo Porta, el hombre que escribió una leyenda con los pies. Aprovecharemos que los Pumas acaban de ganar en Twickenham el sábado pasado (18-25) con la patada de Felipe Contepomi y Federico Todeschini (sobre todo Todeschini) como gran argumento. La escuela hace escuela. Hugo Porta no recuerda haber cobrado jamás un peso por jugar al rugby con los Pumas de Argentina. En cierta ocasión lo seleccionaron desde Australia para participar en un alegre partido de estrellas mundiales en la Polinesia. Cuando le pidieron precio, Hugo Porta se ruborizó ante la posibilidad de percibir un sueldo por jugar al rugby, y todo lo que solicitó fue un billete extra para que su mujer pudiera viajar con él a los Mares del Sur. Ahora Gonzalo Tiesa y Juan Manuel Leguizamon juegan en el London Irish; Marco Ayerza, en el Leicester; los hermanos Fernández Lobbe, en Sale; Felipe Contepomi, en Sale; Miguel Avramovic, en Leicester; Juan Martín Hernández, en el Stade Français, como el capitán Agustín Pichot; Gonzalo Longo y Mario Ledesma, en el Clermont... Por fin, Todeschini en el Montpellier. Profesionales bien pagados. Los tiempos cambian. Esa dramática variación del rugby está contenida en la elipsis temporal que va del prodigioso pie silvestre de Hugo Porta a la tecnificación milimétrica de la patada de Jonny Wilkinson.
De chico, Hugo Porta jugaba al tenis, hasta que una tarde descubrió que ese señorial juego con red aspiraba a una atroz forma de perfección obsesiva. Lo supo cuando durante un juego el papá de su rival se puso a corregirle los golpes. Ahí mismo decidió que no jugaría más. Probó el fútbol. Recuerda haber asistido a un par de sesiones de meritorios en River Plate, y recuerda que un par de tardes lluviosas lo sacaron de ese camino. Llovió y no fue más. A los 15 años comenzó a practicar el rugby, un poco por eliminación, como acostumbra a ocurrir. En el rugby nunca llueve ni nieva ni hace frío ni calor. Jamás se suspendió una guerra por motivos meteorológicos. Porta empezó jugando como medio de melé. Pronto le pusieron el 10 del medio de apertura, una figura que reúne la prestancia del príncipe y el arrojo descarnado de un caballero de infantería. Hugo hacía todo lo necesario en ese puesto, y lo hizo durante 19 años de carrera con los Pumas. Fue reconocido como el mejor en una gira de los Barbarians por Suráfrica. Lo nombraron el más grande medio de apertura de la década de los 80 en el mundo entero. Y sí, Hugo también le ganó a Inglaterra, pero no con los Pumas. Fue con su club, en la cancha de Vélez Sarsfield, por 29 a 21 y con 22 tantos de Huguito. Hugo lo hizo a la vieja manera del rugby, con los muchachos con los que jugó al lado toda su vida. Recuerda que minutos antes del final del partido el Aguja Gómez rompió en un llanto incontenible de emoción por el triunfo y jugó los últimos minutos con el rostro bañado en lágrimas. Hugo terminó mordiéndose los labios, apenas. El fútbol es una competencia feroz entre pandillas, y en el interior de la propia partida se desarrolla la dialéctica de los líderes y la fuerza natural de las sucesiones y las vanidades, que envenena las tardes y la pared de los vestuarios. En el rugby sucede algo bien distinto, decisivo. El rugby supone una batalla librada entre amigos, y la posibilidad cierta de entregarle tu sangre a tus compañeros. El rugby es como ir al ejército cada semana con los chicos con los que creciste en el colegio. El sabor de una victoria no se parece a nada más. Ganar al rugby, al menos una vez, y el sabor de una cerveza después: eso es la vida.
Los Pumitas le ganaron a Inglaterra el sábado, en Twickenham, en memoria de Hugo Porta y los demás. Todeschini, que partió de suplente, hizo 19 puntos y 14 de ellos los metió con el pie. Hay una tradición. El seleccionador inglés, Andy Robinson, está en la picota y al fondo asoma el Mundial, que corrige todos los argumentos en este otoño de giras del gran rugby por el mundo. Inglaterra se ha pasado los cuatro años de reinado con un monarca en la cama (Wilkinson, que ya no ha vuelto a jugar jamás, de lesión en lesión) y confundido por los hechos. En realidad, y en mi modesta opinión, Inglaterra lleva 20 años sin encontrar un estilo. A principios de los 90 el estilo era el hombre, Jonathan Webb, un zaguero con aspecto de oficinista en el registro civil de una ciudad de la atardecida costar sur inglesa. Webb tenía el pelo enrulado y un pie aburrido como una calculadora. Desde entonces los ingleses han buscado algo definitivo en Rob Andrew, en Jerry Guscott (un centro de una extraña elegancia esencial, que no se manchaba nunca: parecía jugar con gabardina), en Jamie Noon, en el rolling maul, en su tercera línea. Creyeron haber dado con ello en Wilkinson, pero el sortilegio se ha esfumado tan violentamente como apareció. La derrota con Argentina los pone frente al espejo.
El fin de semana se completó con otra perversa exhibición de los All Blacks en Francia (3-47), la victoria de Australia en Roma (18-25) y la de la ciclotímica Irlanda sobre Suráfrica (32-15). Ojo a ese resultado porque los Boks andan también de lado a lado de la calle. El gallinero está revuelto, salvo por la autoridad de los neozelandeses, donde no se acaban nunca los kiwis ni los jugadores soberbios de rugby: es un mira quién baila interminable para conseguir un puesto en la danza de la haka.
Por cierto, la brava Escocia le ganó a Rumanía (48-6). Faltaría más. Por algún lado hay que comenzar la reconstrucción...
[Foto: Hugo Porta, la salvaje prestancia de un medio de apertura. Porta lo hacía todo: pateaba, jugaba, pasaba, era veloz y destalentado en las irrupciones. En 1982, jugando con los Jaguares de Suramérica (una selección continental) en Suráfrica, Hugo Porta anotó de todos los modos posibles en el juego: un drop, una conversión, un ensayo y cuatro golpes de castigo. El legendario Carwyn James dijo de él: "Verlo jugar permite reafirmar la superioridad intelectual, estética y artística en el juego de la línea". Subido en un pedestal, pienso que esa imagen de Hugo haría una estatua magnífica en el medio de Buenos Aires].
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Marlo -
Mario -
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