Morir sin las botas puestas
Mi equipo se fue a jugar a la Complutense y yo me quedé en casa, huérfano, con las botas tan vacías como el sábado. No quiero saber si jugaron en el Central de la universidad, pero seguro que jugaron en el Central. No quiero saberlo porque en el Central vi yo una mañana de domingo, hace muchos años, a Patrice Lagisquet: aquel ala izquierdo de Francia, perfil aguileño, los ojos hundidos y los labios prominentes. El clásico balón wallabie en las manos. Un conquistador imprevisto, de heterodoxo perfil cinematográfico, un dandi a la inversa al modo de Daniel Auteil. Aquella mañana vi a Lagisquet pasando contrarios de fuera adentro, como una luz ingrávida. No quiero saber si mis amigos jugaron en el Central, en ese mismo campo que pisó Lagisquet y que pisaron y pisan tantos otros. Para mí, ahora que la edad me ha desembocado en esta confusa mitomanía del rugby, hubiera sido una ocasión tremenda comandar a mi equipo en tal ocasión.
Pero me quedé en casa, porque la vida es aquello que te ocurre mientras piensas en otras cosas o estás haciendo planes; y tal vez por eso yo no hago planes, para que la vida no me agarre despistado, aunque me va a agarrar igual. La vida también es aquello que no puedes hacer porque tienes otra cosa que hacer, como trabajar, que consiste en arrancarle tiempo al tiempo, o mejor cambiar el tiempo por dinero: necesario pero delicadamente frustrante. Se quedaron mis botas vacías al aire húmedo de la niebla de la ciudad, cuyos perfiles se deshilachan en invierno, en esta bruma. Ya no llegaré a jugar en Twickenham ni en Arms Park ni en Croke Park ni en el Parque de los Príncipes. Nunca pensé llegar a jugar siquiera en La Isla, pero lo hice. Y me di el gusto de pisar los hermosos campos que marcaban en medio de los prados los equipos de la Liga del sur de Londres, aquellos campos de césped tupido como una barba asiática, húmedos, blandos, primorosos y empinados porque no los había diseñado un hombre, sino la suave naturaleza que delineó la tierra inglesa. He jugado en el Velódromo, en la Universidad de Zaragoza, en el campo de fútbol de La Almunia, en la Ciudad Deportiva de Ejea y en el viejo campo de fútbol de Ejea. En Teruel, en Sabiñánigo, en Jaca, en Huesca, en Calatayud, en Guecho, en la Universidad Pública de Pamplona, en la Universidad de Navarra y no sé en cuántos lugares más. Debo dejarme varios por los que pasé o pasaré, aún pasaré.
Sobre todo he jugado en el Seminario. A menudo me quedo solo en su campo oscurecido y frío después de los entrenamientos. Aguardo a que me diga algo, no sé bien qué. Pero está silencioso como una cueva. Me tumbo sobre él y espanto la rigidez de los músculos abrazado al aroma de la tierra. Cuando, de vuelta a casa, saco la ropa de la bolsa, aún huele a campo. Las botas tienen pedazos de barro endurecido que se hará viejo ahí, entre los tapones, hasta el próximo día. Y suelen estar húmedas, mojadas de sudor y frío, de sangre contenida y barro. Absorben vida como una esponja. Miré ayer esas botas huérfanas y les tomé una o varias fotografías, pero no encontré en ellas ni su alma ni la tristeza de la orfandad. Tal vez debería haberme fotografiado yo mismo, vestido con el 1, pantalón corto, medias y botas de tacos y un balón de rugby, en medio de una avenida en sábado de rebajas. Para que la gente me mirase y a lo mejor me tomara fotografías. Tampoco ellos podrían capturar mi orfandad, que es un hada perdida, invisible. Las botas cuarteadas relatan partidos en su silencio agotador, como los campos. Se han rajado por los costados del empeine, sujetas con cinta que también sujeta la muñeca, los dedos torcidos, las orejas, los cordones para que nadie se enganche ni me enganche, a veces las medias, a veces los pantalones. Cinta siempre en los vestuarios, cinta para todo. Los tacos desgastados aún son legales, a pesar de un anuncio demasiado evidente de esa perversa baba, que es el arma preferida de los delanteros con cuentas pendientes y otras que abrir. Vacías, las botas son nada, pero sostienen la dignidad de haber pisado algunos campos y a muchos hombres. O a algunos hombres en muchos campos. No están hechas para caminar, como las botas de la canción. Están hechas para clavarse y avanzar, para retroceder sólo con el fin de dar impulso, para atacar y defenderse, para correr pero nunca para huir. Están hechas para la guerra y si yo tuviera que ir a una trinchera me las llevaría puestas, porque en su memoria guardan ya para siempre la oculta naturaleza brutal de un cuchillo, su misma inocencia y su misma exacta culpabilidad. Son el hombre que las calza, ni más ni menos. Con botas, uno puede morir tranquilo. Sin botas, uno se muere, sin más.
Botas de media caña, sobre el tobillo. Botas como un guante o una continuación. Botas que resuenan metálicas en los empedrados del vestuario, sonido inolvidable que se acalla al pisar el césped, al entrar al campo, al irrumpir en ese iniciático momento de la primera carrera. Son botas de trinchera, de bayoneta calada, botas que no retroceden, botas altivas, viejas, viejas botas queridas. Botas vacías. Decía García Márquez en El Amor en los Tiempos del Cólera: “Uno viene al mundo con los polvos contados; y los que no se usan por cualquier causa, propia o ajena, voluntaria o forzosa, se pierden para siempre”. Digo yo: uno viene al mundo con los partidos contados. Y cada partido que se juega, como cada polvo que uno echa, es un monumento al amor.
24 comentarios
Referee -
Carlos -
Sigue así.
Tubo(Sevi) -
"nunca se deja el rugby, aumenta el tiempo hasta el siguiente partido"
Jesús Rodríguez Redondo -
Desde Huelva.
Mornat -
miguel -
Mornat -
Qué reentrada en Teruel, señor, qué reentrada: don Kikone y don Harry, los dos a la vez. Animalicos...
kikone -
Cuando paseo tirando del carro con mi niña, todo el mundo me pregunta: -"...entonces el rugby ya lo has dejado?", a lo que siempre contesto: -"que va, hasta los 45 por lo menos. Ahora estoy de excedencia. En 2009 me incorporo."
Por eso proclamo desde aqui mi vuelta a los terrenos de juego este sabado en Teruel, para jugar de 1, de 3, de 4, de 5 o inclusive de 10, que no sería la primera vez, de lo que sea...
pilier-toledano -
JEE -
somos hermanos de sangre. Porque que el que derrama su sangre conmigo, sera mi hermano.
JE -
somos hermanos de sangre. Porque que el que derrama su sangre conmigo, sera mi hermano.
Mornat -
tony -
la última vez que jugamso en teruel, el autor de somniloquios metió dos chicharritos, uno de ellos tras apoyar(yo iba también, justo detrás de él, para que luego digan de lso gordos)una abierta de la tres cuartos.
y de las botas, que decir de las botas. en el seminario podemos hablar horas y horas de las botas, sobre todo de las últimas remesas que compra carmelo, que enseguida se abren por lso empeines, y al final de la temporada, siempre tienen el mismo aspecto de ese calzado que se come un chaplin vagabundo en "la quimera del oro".
el sábado nuestras botas tendrán otra hisdtoria mas que contar. In cluso las de harry, que vuelven a la acción.
Pitufo Filósofo -
El sábado nosotros no jugamos. El descanso navideño llega hasta la última semana de Enero. Pero por primera vez en Fuerteventura hubo un equipo de juveniles manchando de sangre el campo. Siempre habrá unas botas que no estén vacías
Pitufo Filosofo -
El sábado nosotros no jugamos. El descanso navideño llega hasta la última semana de Enero. Pero por primera vez en Fuerteventura hubo un equipo de juveniles manchando de sangre el campo. Siempre habrá unas botas que no estén vacías
Un 1 cualquiera. -
Fendertestas -
Tubo (Sevi) -
lep -
Repito, un texto muy hermoso el de las boticas, are you ready?
Y la vida según Lennon, también es una verdad como un templo.
Mornat -
Pablo -
lep -
Mornat -
lep -