Háblame, cielo
Brad Pitt me parece uno de los grandes. Y ojo... que digo UNO DE LOS GRANDES. Pero de Babel siempre me voy a quedar con Rinko Kikuchi, actriz de gestos maravillosos en un maravilloso papel: el de joven adolescente sordomuda, ansiosa por amar y ser amada. Un prodigio de silenciosa expresividad. Uno de esos personajes de los que te puedes enamorar con secreta pasión: como la Natalie Portman de Beautiful Girls; como la Scarlett Johanson de Lost In Traslation, o la Rachel Weisz de El Jardinero Fiel, o Naomi Watts en Mulholland Drive... por citar algunos incendios recientes. Te enamoras y alegre decides rebañarte como un cerdo en la lástima, la pena, la compasión, el puro y desdichado amor de lo inalcanzable, el que precisan las almas perdidas, a las que sabes que resulta inútil intentar salvar porque no se dejan, no pueden dejarse, no saben y no quieren. La derrota también es costumbre. Adoro la precisa soledad de esa mirada, y los labios entreabiertos en una espera interrogativa. Esa imagen bastaría para presidir muchos días y defenderlos a capa y espada, contra cualquier amenaza de una felicidad despreocupada. Sería un precioso estandarte al que rendir todas las armas. Adoro la perdición del deseo que no satisface, la indefensión de sentirse ajena e impropia. La honestidad del llanto liberador, casi informe pero bellísimo, el más desgarrado que he visto en una pantalla en mucho tiempo. He temido por ella hasta el segundo final. Y cada vez que salía de la pantalla deseaba que regresase y me hablara a mí... con esos ojos.
Babel me ha ganado muy despacio, muy poco a poco. Desconfío de las películas que reiteran estructuras narrativas pretendidamente singulares, como las de González-Iñárritu, pero ese truco no se le acaba todavía a este director. Es como los regates preferidos de algunos futbolistas, que siempre funcionan pese a que los defensas se los sepan de memoria. Más aún, diría que pierde importancia en cada película y que acabará por desprenderse de esa obligación para ir aproximándose a un relato más lineal, aun sin saberlo ni quererlo. En Babel las transiciones carecen de importancia. No hay nada decisivo en los nexos de las historias; por sí mismas y de forma independiente, tendrían idéntico valor. Quizás esta película quiera hablar de la incomunicación, pero uno puede hacerla hablar de muchas cosas, todas las que desee. Hay películas que proponen una historia y la terminan con el encendido de las luces; hay otras que te cambian, que son las jodidas, las imposibles de olvidar porque se convierten en una cosa rarísima: algo así como una experiencia vital, un suceso de tu existencia. Se te pegan al cuerpo y se meten adentro con su explosiva carga de ambivalencias terribles, de triunfo y pérdida, de dicha y horror, de puro deseo implacable de volver a ella y un miedo atroz de pasar otra vez por lo mismo.
3 comentarios
Will Hunting -
Mario -
Jeremy North -
Aunque la historia más desasosegante fue la de Gael García Bernal con su tía y los chavales de Pitt en su vuelta a San Diego, terrible.