El ojo de Londres
En Londres no quedan ingleses. La frase la dijo hace hace unos años mi amigo Sean mientras caminábamos por Queensway hacia The Standard, curry house a la que ya me he referido hace poco. Es cada día más cierta. Supongo que hay que ir a buscarlos a la City, a los pubs sin música de los barrios, al Quiz Game de los domingos y tal vez a las casas de apuestas o a las películas de Woody Allen. En las zonas comunes constituyen una rareza en franca retirada. También resisten en los tradicionales taxis negros de la ciudad: para los foráneos hace tiempo que dejaron el minicab, servicio alternativo sin el cual la ciudad se derrumbaría. Ayer debían estar todos en el fútbol, creo, porque el Boxing Day es día de comidas en familia, arranque de las rebajas de fin de año, servicios públicos reducidos y deporte, sobre todo deporte; naturalmente, los ingleses permanecen en las gradas, porque en los campos ya ha quedado dicho que quedan pocos. Si acaso, en los equipos menores y en los últimos clasificados. El gran fútbol inglés ha reducido su singularidad a un desenfreno cosmopolita que, de forma paradójica, recuerda mejor que nunca el alma cosmopolita (otros preferirán decir imperialista, pero yo soy generoso y creo que con razón) que siempre iluminó a este pueblo.
Para encontrar ingleses hemos decidido obviar los partidos de la Premier League, que son un espectáculo liofilizado en el que uno ya no puede ni levantarse del asiento para animar a su equipo, y buscaremos la verdad en las categorías periféricas, las que se juegan en campos periféricos, donde Londres extravía el nombre y el London Tube se divide en ramales con trenes que serpentean a la luz del día bajo la grisalla. En esos campos no hay conservantes ni colorantes y algo así buscamos. Como los ingleses conservan un cierto atavismo tribal en su modo de relacionarse con el juego que ellos mismos inventaron, la pasión tiene las mismas formas en la primera división que en la quinta. Hay otro motivo: acreditarse para un partido de la Premiership en Inglaterra resulta más complicado que conseguir una bendición papal. A la vuelta de la tragedia de Heysel, los ingleses desarrollaron una conciencia definitiva de sus culpas y remodelaron el fútbol de arriba abajo. Una de las consecuencias laterales que han traído los años consiste en la exigencia de un carísimo seguro (hablamos de miles de libras) que la liga cobra a los medios de comunicación que quieren cubrir con regularidad sus competiciones. Si alguien aparece con una mano delante y otra detrás, como nosotros, ha de pasar por taquilla. Esa es la otra media verdad de nuestra decisión.
A estas horas ya ha amanecido en Londres, aunque con esa pereza con la que amanece aquí en invierno. Once benevolentes grados afuera, dice mi termómetro de Windows Vista. Y Ordinary People, del último Lp de Neil Young, de fondo, lo que contribuye a que todo comience despacio, a entrar en el día con cuidado, como en una piscina en calma. Ayer fue Boxing Day, fiesta nacional: aquí a una fiesta nacional le llaman Bank Holiday, que es también el título de una áspera y realista canción de Blur en su álbum Parklife. No hay fiestas provenientes del santoral, pero sí tradiciones que sostener. El Boxing Day es una de ellas: no es el día del boxeo, sino el día de los regalos. Desde la edad media y los tiempos feudales, los terratenientes concedían un día libre después del día de Navidad a los menesterosos miembros de su servicio, en compensación por su trabajo en el día de Navidad. Y les entregaban una caja (box) con regalos y sobras de la comida del día anterior para que compartieran con su familia una segunda comida de Navidad. De ahí que el Boxing Day haya quedado como día familiar, de entrega de regalos y lifaras compartidas. Pubs a media asta y una impresión equívoca acerca de la velocidad a la que se mueve este cuerpo mastodóntico.
"Londres es un pub", escribió Martin Amis a finales de los años 80. La afirmación parece ya discutible, porque el bebedor serio y silencioso de esta ciudad también hay que ir a buscarlo a los suburbios. "Todas las high streets son iguales", decía Damon Albarn, con mucha razón, en la canción referida arriba. Deberíamos subrayar con desmayo que, hoy en día, todas las ciudades son iguales y puede que hasta intercambiables, al menos su lado reciente. Los mismos comercios, las mismas cadenas de cafeterías, las mismas tiendas de ropa, las mismas franquicias de comida rápida o de comida lenta. El alma de las ciudades reside en lo que su pasado haya sido capaz de reunir y conservar, y en lo que su futuro haya sido capaz de inspirar: la curva arquitectura de Regent's Street (probablemente, la calle que más me fascinó y aún lo hace, desde que aparecí por primera vez en Londres), los memoriales de la guerra de Parliament Street, los leones que guardan a Nelson, los ribetes dorados de la torre en las Casas del Parlamento, los jardines de Kensington, los parquecitos en las plazas residenciales, los ratoncitos en equilibrio sobre las negras vías del metro, las máquinas de chocolate Cadbury's en los andenes, las librerías de Charing Cross Road... Esas y otras cosas.
Cuando yo vivía en Londres no existía el London Eye, esa noria gigante que observa el Big Ben y el distrito de Whitehall desde el otro lado del río. Ese ojo que todo lo ve como antes todo lo veía el almirante Nelson desde lo alto de su solemne columna en Trafalgar Square. Cuando yo vivía en Londres la Jubilee Line de metro era un agujero negro y polvoriento en inacabable reforma, y ayer salí en Westminster a una estación modernista, de aspecto industrial, que me hizo pensar en las chimeneas de la fábrica de Battersea Park; cuando yo vivía en Londres ni siquiera había alcalde de la ciudad, como ahora, y cada barrio tenía un ayuntamiento propio que regía su distrito con reminiscencias del pasado. Cuando yo vivía en Londres, ya no quedaban punkies en Picadilly Circus pero sí postales de cuando había punkies en Picadilly Circus: tengo que fijarme, pero me parece que eso también ha desaparecido. La ciudad vivía detenida en un círculo vicioso de pasados que ya no le correspondían. Ahora hay unos Juegos Olímpicos en el horizonte de cuatro años y un horizonte dominado por el Gherkin, ese edificio con silueta de supositorio o de dildo que emerge en los alrededores de Liverpool Street. Cuando yo vivía en Londres quedaban ingleses y aún deben de estar en algún lado, bebiendo cerveza en silencio, en pubs que no pertenecen a ninguna destilería, con cervezas propias, de nombres desconocidos y sabores variables: si te tirabas encima una gota, la mancha resistía varios detergentes. Productos orgánicos. Aunque siempre fue de algún modo así, ahora Londres se ha magnificado a sí misma y parece una síntesis del planeta, una especie de parque temático de las nacionalidades o de los flujos de migración que describirán los libros de historia. Venir a Londres supone ir un poco a todos los lados, a los países del este, al subcontinente asiático, al África negra, a las antípodas, a la Europa sin memoria y a la América silenciosa y deprimida... Londres pone el decorado y los demás miramos y actuamos, unos para otros, sobre un fondo de neones. Público y audiencia en un mismo cuerpo: leed Instrucciones para John Howell, de Cortázar. No faltarán calles por las que correr. Supongo que venimos a buscar a los ingleses o a buscar una ciudad franquicia del mundo, una ciudad que acoja a cualquiera con desdén y que esté dispuesta a escupir a cualquiera con desdén, y que ese cualquiera celebre la posibilidad de ser deglutido por el desorden general y luego arrojado a una orilla del escenario.
También mis amigos deben de estar en algún lado, ocultos del blitz post moderno. He recurrido a The Killers y su último Sawdust para saltar de la cama a la ducha. Londres es un ojo que lo ve todo. Una ciudad que lo ha visto todo y aún quiere ver más. Quiere verlo todo como si nada le importase.
6 comentarios
Mornat -
Pero, siendo cierto lo que dices, Londres no está perdido del todo. Como cualquier gran ciudad, hay que salir del centro e ir a los barrios para encontrar la verdadera Inglaterra y los pubs de siempre. Por ejemplo, hoy hemos estado en Brentford (estación de South Ealing) viendo fútbol, y el pub en el que hemos vaciado un par de London Pride Bitter te aseguro que estaba poblado por esos tipos de siempre a los que nos referimos. Mi somniloquio, que tanto os ha gustado y lo que lo celebro, era una exageración mitad cierta mitad tramposa...
Jeremy North -
En cuanto a la niebla, pues debe ser que nos estamos "britanizando" en Zaragoza, pero llevamos tres días sin ver la luz del sol y pasando más frío que carracuca. Dudo mucho que sufras tanto el tiempo como aquí.
Estoy viendo un Everton-Arsenal, con los "gunners" más parecidos a una selección de la Copa de África que a un equipo inglés. Igual jugarán mejor, siguen entrando al balón con una virilidad tremenda, pero... el verdadero fútbol inglés está en Escocia, lo he podido comprobar viendo el Celtic-Gretna, con balones altos, lucha encarnizada en los divididos, etc., fútbol sin colorantes ni conservantes.
La última vez que estuve en Londres no me apetecía entrar en los pubs, creo que entré en dos por cumplir con el expediente, pero son multiétnicos y para tener esa sensación puedes entrar en cualquier bar de Zaragoza o de Madrid. Si quieres encontrarte británicos auténticos en un pub tendrás que ir a Edimburgo, Newcastle o Glasgow. También las personas que los habitan allí son sin colorantes ni conservantes.
La sociedad multicultural o como quiera que se llame está muy bien, pero jolín, que nos respeten las tradiciones, como el pub inglés o la tasca española.
Toni -
Aprovecho para desearte un buen fin de año y un mejor comienzo.
Un abrazo
Mornat -
Zitor -
Me ha gustado la entrada, gracias Ornat. Cuando llegue la jefa volveremos a hablar del cuándo y el cómo.
Aitom -
Si los encuentras, a los ingleses, pregúntales qué parte del fútbol no hemos entendido. Por qué a veces en esta Zaragoza ahora en brumas tan evocadoras de lo londinense, el fútbol se complica, se hace difícil y no nos funciona. A lo mejor ellos aún entienden de fútbol.
Seguiré siguiéndote...