Juicio al hombre barbado
A estas alturas os supongo enterados de que Somniloquios no es, ni mucho menos, un esfuerzo individual. En el proceso toman parte al menos tres sujetos, aunque sólo dos de ellos se pueden considerar verdaderos autores de estas líneas: el Velocista, entidad incorpórea con la que ya estáis familiarizados, un tipo agraciado con el don de la repentización, el ingenio y la velocidad de escritura, al que Ornat recurre con frecuencia cada vez mayor para que le saque las castañas del fuego en época de crisis creativa o urgencia horaria. En segundo lugar está el Hombre Somniloquio, el verdadero origen, alma y razón de este diario inconstante. El Hombre Somniloquio es ese señor, oculto del otro lado, cuya negra conciencia se expresa en desaforados gritos nocturnos que rasgan la oscuridad de las habitaciones en las que yace, confundiéndose con rezongos guturales más o menos articulados, cuasi animales, exacta metáfora de su bizarra existencia. A consecuencia de esas mutaciones lo afecta una grave dificultad para distinguir entre la realidad y el sueño, entre lo onírico y lo cotidiano, al punto de intentar adueñarse de ambos lados. Tan penosa condición le confiere a estas líneas su carácter propio: al Hombre Somniloquio lo podemos considerar el verdadero responsable de los pasajes más sombríos y desencantados. También de los más iracundos o intelectualmente nítidos. Somniloquio posee la brillantez de lo oscuro. Él es la inspiración.
Finalmente, a la espalda de ellos, aparece el barbado Ornat, un parásito que no opera sino como mero instrumento de los otros dos, arrogándose prestigios que no le corresponden. Por ejemplo, el de la firma. Una manifiesta injusticia. Deben ustedes saber que Ornat apenas puede ser considerado un vehículo para la exposición de las habilidades y muy poco humanas penurias de los otros, que por celo hace suyas, para satisfacer mediante las historias que les sisa a los otros su propio y rudo afán exhibicionista, la desnudez hedionda de sus obsesiones. Somniloquio, el Hombre, es animalmente carnal o carnalmente animal, deslenguado y montaraz. El barbado (Ornat, siempre gustoso de llamar la atención, luce hoy por hoy hirsuto vello rojizo, desordenado desarreglo capilar, un agresivo descuido en las formas) es quien pone la cara y se encarga de los comentarios y debates con el público, si los hubiere. Poca virtud hay en esas tareas, pero él firma por todos.
A resultas de tan poco piadosa trinidad, Somniloquios deriva en formas diversas, desiguales y de escasa compensación estilística, formal o temática. O sea, que no hay por dónde cogerlo. Es un verdadero milagro que se mantenga en pie. Además rezuma flagrante incoherencia, por si los anteriores pecados se juzgaran pocos. No han faltado críticas a la selección musical hecha este verano por el barbado, que se las da de melómano (pero menos) siempre que puede, cuando en realidad no junta ni dos baldas de discos y a lo más que llegó de joven es a Boney M y la versión española de Jesucristo Superstar. ‘Nighflight To Venus’, del protéico y sugerente cuarteto germano, fue el primer elepé que sonó en su giradiscos. En aquellos días canturreaba todos los temas del andrógino Miguelito Bosé y hasta tenía un poster del cantante en la habitación que compartía con su respetable hermano. Ahora, con esa escasa estima por la moral que lo caracteriza, el bravucón barbado le grita a quien quiera oírlo que bien a gusto le daría una patada en los huevos al hijo del torero y la actriz. Que alguien como él, educado en la compra anual de ‘La Gran Premiere’, las recopilaciones de éxitos, pretenda ejercer ahora de faro estilístico de la escena pop-rock y aun de sus precedentes, ha de considerarse patético. El Hombre Somniloquio se lo recuerda siempre que puede.
Esa selección de canciones de amor (el mero epígrafe obliga a la conmiseración) no ha sido sino hija de la pereza veraniega del sujeto, todo hay que decirlo. Pereza veraniega que últimamente, hemos observado, va saltando estaciones. Se aproxima el otoño y el barbado continúa en letargo. De ahí su escasa, paupérrima producción de los últimos tiempos. Llegada está la hora de decir esta verdad y desenmascararlo: en cuanto el Hombre Somniloquio y el Velocista lo dejan solo, Ornat no junta tres letras ni a tiros. Que nadie os engañe. El barbado tiene presencia, puede ser, y esa fotito en el Amoeba de San Francisco que tan bien le sienta al blog. Pero ha tratado de reclamar en cada ocasión, a tiempo completo, la presencia de un generoso ingenio como es El Velocista, para que lo indulte de sus ineptitudes y le salve la cara. Por supuesto, el Velocista no se ha dejado engatusar, ni siquiera cuando Ornat le ofreció a cambio de sus servicios favores y prebendas que no podemos reproducir aquí por obligada consideración a las damas que se asoman hasta esta ventana. Sentimos la decepción, si ésta se produce, pero cuando hablamos de Ornat estamos hablando de un completo, verdadero, definitivo farsante. Si creíais que él mismo se había delatado en aquella entrada de hace un par de meses, estáis bien equivocados: ahora sabéis que fueron otros quienes lo obligaron a confesar. El embuste, sin embargo, siempre toma desprevenidos a algunos ingenuos: hace pocos días tuvimos ocasión de comprobar cómo alguien trataba a Ornat de “adalid de la cultura zaragozana”, por haber presentado un libro cuyo autor era y es, naturalmente, uno de sus desahogados amigotes. En lugar de deshacer el equívoco, Ornat (que por cierto a esa hora sudaba copiosamente, casi vergonzantemente, en su cotidiano e inútil esfuerzo por modelar su cuerpo en el abigarrado ambiente de un gimnasio), ese Ornat desasistido de toda dignidad, decimos, calló y concedió, como el torpe vanidoso que siempre ha sido. Calló. Otorgó. Cuando se le acusa, el barbado acostumbra a callar.
Como callará ahora, frente a esta abierta, justa, pública acusación. Era hora de que supiérais algunas verdades que se ocultan como miasma subterráneo bajo la amable apariencia de este Somniloquios… No esperéis del barbado una palabra de disculpa, un arrepentimiento mínimo, una concesión a la indecencia de su comportamiento. Callará.
Porque siempre calla, ese cobarde mariconzón con barba.
[Foto: El barbado Ornat, autorretrato con morena al fondo].