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Somniloquios

El deporte

La lluvia gris

La lluvia gris
Martina Hingis anuncia su retirada del tenis por un positivo de cocaína.
No me importan la verdad ni la condena.
Prefiero la lluvia gris en el cristal de los ojos.

Radiografía del cáncer

Radiografía del cáncer

Juro que estoy absolutamente desconcertado con el Zaragoza. Una de las tareas más ingratas del periodismo, por ilógica, es la búsqueda de culpables y la inflación permanente de análisis. Cada lunes hay que contar y recontar un partido como si ese partido estableciese una línea absoluta de razones y argumentos; como si un partido diera todas las respuestas acerca de los problemas o las virtudes de un equipo, igual que si expusiera todos los síntomas y permitiera vislumbrar cada solución necesaria. Y no es así. La cuestión Real Zaragoza me parece intrincada. Uno puede apreciar los síntomas con cierta facilidad; lo verdaderamente difícil es diagnosticar la enfermedad subyacente. Cuando alguien me pregunta qué le pasa al Zaragoza, estos días contesto: qué es lo que no le pasa. Pero luego llego al AS y tengo que contestar a la pregunta en la forma de una página. Algo así traté de hacer ayer. No sé con qué resultado, porque yo soy escéptico. A lo mejor sirve al menos para debatir.

Demasiados problemas en muy poco tiempo

  • El equipo inexplicable El Zaragoza está en condiciones ahora mismo de enviarnos al diván a todos los que lo observamos. Se comporta de modo tan errático, comunica un grado de inconsistencia o de desorientación tan evidente, se parece tan poco a la idea que nos habíamos hecho de él, que cualquier juicio parte del desconcierto. No se trata de qué le pasa al Zaragoza; en realidad, la pregunta hay que reformularla desde el lado contrario: ¿Qué es lo que no le pasa?
  • Recuperar valores La temporada se ha torcido muy pronto. Hay problemas de rendimiento, de funcionamiento colectivo, de solidaridad, de actitud, de entendimiento entre futbolistas, problemas en la elección de los jugadores, problemas de disposición física, de ritmo de juego, de velocidad de la pelota, problemas de orden táctico, problemas de fragilidad mental y problemas de declaraciones altisonantes. En resumen: metástasis en toda regla, una proliferación de disfunciones que da para un catálogo. Demasiados problemas en tan poco tiempo, pero mucho margen para solventarlos. El equipo y su entrenador deben recuperar valores que están ahí, aunque parezcan olvidados: honestidad, autocrítica, amor al Zaragoza, serenidad, menos orgullo en los micrófonos y más vísceras en el campo. Unidad. Mucho análisis de puertas adentro. Disciplina en los modos y en la búsqueda de los objetivos. Lógica en las decisiones. Esas cosas no se logran con una valla contra la Prensa; lo que hace falta es un espejo en el vestuario.
  • El fútbol sin la pelota El Zaragoza siempre quiere la pelota, pero debe aprender a jugar sin ella. En realidad, ha de acordarse cómo hacerlo, porque el año pasado lo hacía. El principio de Víctor sigue siendo el mismo, pero el rigor en su aplicación ha decaído de modo fatal. Los puntas no molestan, los de afuera no ayudan a los mediocentros (ni hacen de interiores ni hacen de extremos), que reman en campo abierto; y los laterales se van mucho, pierden pelotas y regresan con escaso celo. En manos de un rival veloz, el Zaragoza es un muro de flan. El equipo tiene problemas de contención y balance defensivo graves. Aparece estirado, laxo y lento. Necesita juntarse más desde el fondo, y eso es cosa de los centrales. La escena de un balón ventajoso a la espalda de la zaga o la llegada en estampida del contrario son habituales. Lo retrataron el Barcelona, el Atlético y el Sevilla, aun a pesar de la victoria.
  • Cambios obligados El equipo precisa una catarsis animada por este principio: un problema intrincado también puede atacarse con soluciones de apariencia simple. Por ejemplo, no tocar lo que funciona (Sergio García y D'Alessandro) y revisar lo que no anda. Media alineación está en entredicho, y no sin motivos. Víctor debería pensar en el cambio de los laterales: Juanfran y Diogo fueron formidables el año pasado, cuando marcaban la diferencia en los rangos intermedios, ahí donde los buenos equipos se distancian de los apañados. Ahora su efervescencia la niegan la imprecisión y el desorden. Habría que preguntarse también por el perfil de los centrales: no es seguro que Ayala fuera a mejorar en el lado izquierdo, pero sí parece obvio que Sergio lo haría en el derecho, donde hizo un año pasado excepcional. Con Aimar todo es opinable. Uno cree que si no juega de media punta los argumentos para su titularidad adelgazan, pero Aimar siempre nos va a parecer más una solución que un problema. Arriba, por fin, hay que hacer algo y en serio. Hoy por hoy, lo más serio es que juegue Sergio García. Y de lo demás ya hablaremos.

23 de octubre de 2007
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El hombre que no cerró a tiempo las piernas

El hombre que no cerró a tiempo las piernas


Juan Domingo Cabrera falleció el 3 de septiembre pasado, a los 55 años. Fue un 8 de toque en Talleres de Córdoba, en los años setenta. Un futbolista modesto que apenas atisbó una gloria liviana y cuya vida compuso un largo epílogo de privaciones, combatidas en un taxi y en la memoria de un hecho legendario: Cabrera fue el hombre al que Maradona le hizo un caño en su debut en la Primera de Argentinos, el 20 de octubre de 1976.

“¿Y este pendejo quién se cree que es para tirarme un caño?”, se preguntó enseguida Juan Domingo Cabrera. Cabrera contaba que recogió en un hervor el orgullo de sus piernas chuecas y le gritó al Maradona de 15 años que acababa de mancillarlo: “Nene, una y no más. Ni se te ocurra porque no vas a pasar”. Pero en las fotos, alineado con la camiseta rayada de Talleres de Córdoba, sus rasgos anticipan a alguien más bondadoso que autoritario. El paso del tiempo y las apreturas de la vida aún suavizaron más ese perfil. Si aquella jugada del genio lo incomodó, Cabrera acabaría participando de la fantasía colectiva que representó Maradona. Puede que hasta agregase algún matiz que hiciera aún mejor la leyenda, a su costa. Como esta declaración en un libro conmemorativo de Clarín: “Hoy abriría las piernas, ni lo pensaría. De modo retrospectivo, celebraba no haberlas cerrado a tiempo: “No te está haciendo un caño un Ruggeri o un Giunta. Es un caño de Maradona, del mejor”.

Dicen que por lo menos una vez en la vida todos los hombres asisten a un milagro, pero que la mayoría no se da cuenta. Cabrera vio a Maradona pero no lo vio, en todos los sentidos. Ni anticipó el caño ni anticipó nada trascendental en esa figura morena y enrulada: “Yo ni sabía quién era. Se la dio al 3 y el 3 se la devolvió. Maradona recibió de espaldas y cuando se dio vuelta, como soy medio chueco, me tiró el caño. No sentí bronca porque íbamos ganando; si vamos perdiendo seguro que lo corría y lo bajaba de un patadón”.

Desde ese día y hasta su fallecimiento, el 3 de septiembre pasado, el Chacho sólo fue el objeto indirecto de un episodio mutado en frase, lugar común y mito perdurable: el caño de Maradona a Cabrera. La leyenda gira como una peonza sobre aquel 20 de octubre de 1976, tarde de primavera en La Paternal, la cancha de Argentinos Juniors. Y en cada elipse de esa órbita repetida alguien agrega un detalle incierto, no probado. Como la frase de Cabrera o ésta otra atribuida a Maradona: “Negro, no seas mala leche”, le habría dicho el pibe al ocho de Talleres. Hay más espacios vacíos que nadie ha conseguido llenar o llenar del todo. Por ejemplo, los dos futbolistas jamás hablaron de la jugada, ni siquiera cuando Menotti los reunió en la selección después del Mundial de 1978. Más aún… no hay imágenes televisivas ni fotos del caño. Y nadie se pone de acuerdo en si el truco se dio o no en la primera pelota que tocó Diego. “Dar con una versión fidedigna de la jugada es como escarbar en la mitología del fútbol argentino”, anotó un observador diferido. Recuperar el perfil de Cabrera, la cara oculta de la luna, aún resulta más difícil.

Algunas cosas se saben. Otras se cuentan. César Luis Menotti estaba esa tarde en la tribuna de La Paternal. También Miguel Bertolotto, un joven periodista de Clarín enviado para cubrir el partido con este único encargo: contar el debut del joven Maradona, si se llegaba a producir. Maradona supo unos días antes que iba a ir al banco con la primera de Argentinos y que podría salir. Le faltaban 10 días para cumplir 16 años. Se lo anunció el técnico Juan Carlos Montes. Camino del intermedio, con el 1-0 para Talleres, Montes enfrentó al Pelusa de un lado a otro del foso: “Diego, ¿se anima?”. Por toda respuesta, el 10 le aguantó la mirada. En el camarín, el DT le anunció a Rubén Giacobetti: “Usted se queda, Giacobetti, va a jugar el pibe”. Y luego se dirigió a Maradona: “Salga y haga lo que sabe. Y si puede, tire un caño”.

El sueño colectivo
En aquellos días, la Argentina contenía un horror latente, el de la sangrienta represión que traería el golpe militar de marzo del 76. La dictadura ya hacía su feroz trabajo de liquidación embozado en ese silencio del que hablaba Kapuscinski: “A menudo los historiadores se fijan en los periodos de mucho ruido; pero los sucesos más importantes y los más atroces suelen desarrollarse en un profundo silencio”. El país vivía en uno y varios planos, como suele ocurrir. Había varias argentinas dentro de la misma Argentina y alguna argentina fuera de Argentina. Esa paranoia resulta muy reconocible, pero no alcanza a explicar las fascinaciones religiosas del criollo con algunos de sus próceres. El 8 de octubre, unos días antes del debut de Maradona, la Justicia había entrado a inspeccionar la quinta 17 de octubre en Madrid, donde víva exiliado José López Rega, el secretario del finado Perón. Con Isabelita presa en Argentina, López Rega –aficionado a la brujería y al gobierno en la sombra, al manejo sibilino del país- tuvo que huir a Suiza. Era el último bastión del peronismo.
 

El país dormía un sueño tenso y largo. Y al fondo aparecía el pórtico del Mundial 78. Diego Armando Maradona pronto se integró en el espejismo nacional. Hacía de alcanzapelotas en los partidos de la Primera. Divertía a la platea con sus prodigiosos jueguitos en los descansos de los partidos y alcanzó la fama en el programa televisivo Sábados Circulares. Cabrera jugaba de ocho para Talleres de Córdoba. Si algo lo unía a Maradona era la pobreza: Diego nació en Villa Fiorito; Cabrera, en Villa Soledad. En el fondo, eran dos negritos que crecieron jugando con pelotas de trapo en los potreros.

La vida futbolística y privada de Juan Domingo Patricio Cabrera fue sencillamente eso: una vida futbolística y privada, exclusiva de quienes lo conocieron de cerca. Nació en San Miguel de Tucumán, en una familia modesta de siete hermanos, y lo bautizaron Juan Domingo como a Perón, campeón del justicialismo y la patria obrera. Siempre quisieron considerarlo salteño y él aceptó la adopción hasta subrayarla con su muerte en esa ciudad, al extremo noroeste de la Argentina. Esos detalles insisten en la periférica modestia de su existencia, como futbolista y como hombre.
Desde Belgrano Sur, Cabrera saltó de equipo a equipo con la cautela de un gorrión. Se formó en Joaquín Castellanos y pasó por los tres grandes de Salta: Gimnasia y Tiro, Central Norte y Juventud Antoniana. Antes estuvo en el Atlético Mitre. Luego salió del interior hacia la capital federal (Talleres, después Vélez Sarsfield, más tarde San Lorenzo) y a Europa. En el Burdeos jugó 16 partidos y pronto regresó a su país. Hasta los hagiógrafos tendieron al olvido. Jimmy Burns escribió una célebre biografía de Maradona (‘La Mano de Dios’) en la que ni siquiera menciona el nombre de Cabrera al contar la jugada. En Francia los aficionados del Burdeos guardan una memoria difusa del salteño. En un foro ironizaban: “En Argentina era bueno, pero yo creo que, por lo que mostró aquí, el que vino no debía ser él, sino algún primo”.

Su mejor vida transcurrió en la T. En 1974 el presidente Amadeo Nuccetelli le había arrebatado a River el fichaje del técnico Angelito Labruna, que le inoculó al equipo albiazul un fútbol de gusto y gambeta. Cabrera llegó entonces al club y se fabricó un espacio a medida de su fútbol vistoso en el callejón del ocho, donde gobiernan el toque, la combinación y la llegada por afuera. Participó de una semifinal perdida contra River en La Bombonera de Boca; y de la final que Independiente le ganó a Talleres en 1978, con sólo ocho jugadores en el campo, mucho oficio de equipo mayúsculo y el concurso decisorio de la bota gentil de Bochini.

Eso fue lo más cerca que estuvo Cabrera de la luz. Más allá, su figura se desvanece en la memoria privada de los próximos y en la sombra de Maradona. Agotó su fútbol en el Racing de Córdoba. Con los años compró un remís (así llaman en Argentina a los taxis privados) y durante años corrió las calles de Salta en una rutina de economía pantanosa, sin definitivas privaciones pero muy ajustada. Si salió de ese pasillo opaco fue para participar en un juego periodístico que siempre lo conducía al mismo destino: el recuerdo de la jugada con Maradona. En una llegó a pedirle dinero a Diego para comprar el taxi: “Se lo voy a devolver con trabajo”. Nadie sabe en qué terminó aquello.

Si la vida de Cabrera tuvo algún énfasis fue el énfasis invertido de una sombra que se recorta contra el piso. Durante 20 años, Maradona sería la imagen positivada del imaginario comunal argentino; Cabrera compuso el inevitable negativo de esa fotografía. Aceptó su papel en la leyenda con mucha generosidad y, en el fondo, con enorme amor por el fútbol y admiración a Maradona. Ambas cosas serían la misma. La vida se le agotó pronto, como si de repente una existencia tan humilde se hubiera quedado sin episodios. Aguardaba a ser operado de un tumor cerebral cuando lo venció una neumonía. Falleció en la mañana del 3 de septiembre pasado.

Para el mundo, Juan Domingo Cabrera sólo fue el primer hombre que quiso quitarle la pelota al genio.

MediaPunta, Septiembre de 2007
www.mediapunta.es

[Este artículo -qué poco me gusta la palabra artículo y cuánto más me gusta la palabra nota, usada en Argentina-, esta nota sobre el antihéroe Juan Domingo Cabrera, la publicó el pasado mes MediaPunta, revista en la que escribo, cada vez más, desde su aparición. MediaPunta (que se reparte gratuitamente en los principales campos de fútbol de España cada domingo o día de partido) merecería por sí misma un somniloquio completo, que tal vez escriba uno de estos días. Está concebida y hecha con tan inteligente valentía y tantisimo gusto gráfico, con una habilidad de gestión tan fascinante, es tan distinta y tan libre a su manera, sin artificios, con un equilibrado desequilibrio en los enfoques y en las historias, que la tengo por una de esas utopías del periodismo que uno ha imaginado cien o mil veces a lo largo de los años de ejercicio. Naturalmente yo debí imaginar MediaPunta de forma imprecisa en muchas ocasiones, pero jamás hubiera podido darle forma, ni planteármelo. Los hermanos Pablo y Alberto Fernández-Salido lo han hecho. El caso es que MediaPunta parece un espacio concebido a la medida de un diletante grafómano y de impulsos ciclotímicos como yo. Llevo ya más de 17 años escribiendo a diario por profesión, y cada día de esos 17 años ha sido una pelea sorda por ensanchar los límites de los sucesivos periódicos para los que he trabajado. Siempre me gustó escribir de Deporte, jamás me ha pesado esa obligación; pero siempre deseé escribir de otras muchas cosas. En realidad, de lo que me diera la gana cada día. Con extensión libre, sin hora de cierre ni opinadores sobre los titulares, y tema a mi elección. Cuando más se estrechaba el cerco a mi alrededor, apareció el binomio Somniloquios-MediaPunta, que me ha permitido ejercer de forma pública ese anhelo tan privado]. 

Alegrías y miserias: dos crónicas

Alegrías y miserias: dos crónicas

Para los seguidores del velocista, si los tuviera, dejo las crónicas de los dos últimos partidos. Lo hago con cierta aprensión, por lo que cuentan y por otros motivos. La búsqueda de Archimboldi seguirá en terrenos domésticos, nada de viajes por Europa. He perdido dos ilusiones paralelas: la de ser campeón europeo y la de visitar lugares. Lo mejor de los dramas y las alegrías del fútbol es que son relativos y pasajeros. Algunos traumáticos, sí, para qué lo vamos a negar, pero muchas veces he pensado, he sentido la tentación de pensar, que del fútbol hay que hablar un poco en broma siempre, porque si no puedes ingresar en territorios patéticos. No podemos evitar que nos importe, aunque sabemos que no es especialmente importante, comparado con las cosas importantes de la vida. En ese sentido hay que considerarlo como el trabajo, cosa que me llama mucho la atención: el trabajo no es lo más importante de la vida, desde luego, pero ocupa tanto tiempo e impide tantas cosas que hay que considerarlo por fuerza como la cosa más molesta de la vida, y una cosa muy molesta termina por ser importante de cualquier modo. Lo que ocurre en mi caso es que el fútbol es al mismo tiempo para mí el fútbol y el trabajo, la misma cosa o una sola cosa, de forma que las consideraciones al respecto se enredan y me paso noches pensando o noches mirando partidos. Vengo a decir con toda esta desordenada digresión que últimamente miro los partidos con una cierta distancia, que no es desprecio sino lejanía interior. Del fútbol, de muchas cosas. El velocista es un tío íntegro y resistente, pero aun así nos profesamos mutuo afecto y él también está afectado. Se le nota. Sobre todo en la última, la del Levante. Nunca van a faltar partidos que ver, ganar, perder y escribir. Leed y olvidad.

Real Zaragoza, 3-Levante, 0
7ª jornada de Liga
 

Aspirina efervescente 

El Zaragoza olvida la UEFA con fútbol animado y tres goles l Sergio García, titular, y Oliveira terminaron a un Levante inofensivo l Abel se queda en el alero

La depresión es una gripe del alma. Las hay ocasionales como la del Zaragoza, que sufre la enfermedad del primer mundo, la de los ricos, la del eliminado de UEFA; y las hay crónicas, como la que amenaza a este Levante de Abel, equipo menesteroso abandonado ya por la Liga. El partido sólo presentaba una igualdad por ese lado: la circunstancia de la necesidad, el acecho de las impaciencias, que acostumbran a hacer estragos. Aunque moralmente no haya forma de defenderla, la arbitrariedad va en el sueldo. Por lo demás, el Zaragoza está tres cuerpos o diez puntos por encima del Levante. Más allá de los detalles que fueron tejiendo el partido, sobre el fondo de la tarde prevaleció la sensación de que el Zaragoza ganaría por recursos, contundencia, acumulación de juego y oportunidades. Y así fue.

Necesitaba un bálsamo y cierta efervescencia para reconciliarse consigo mismo y el entorno.Y logró las dos cosas en un encuentro de fútbol generoso para la vista, desmedido de oportunidades pero incompleto hasta que en el minuto 62 García abrió la cuenta. Luego todo fluyó. Víctor gestionó así el espinoso asunto de los puntas. Primero relevó a Oliveira de la alineación. Podemos interpretar que Diego tiene los galones merecidos por sus 23 goles del año pasado. Metió a Sergio, necesario por justicia y fútbol; y luego quitó a Diego para que entrase el brasileño. La jugada era tan diplomática como justa. Y funcionó al milímetro: Diego dio un pase y jugó un partidazo, aun sin el gol; Sergio anotó el tercero en tres partidos; y Oliveira dejó doble impacto de matador. Uno con un desmarque inesperado entre los dos centrales del Levante, Álvaro y Cirillo, que Óscar interpretó de vicio. Un baloncito perfectamente redondo, exacto de velocidad y con el espacio medido con precisión de cuento. Esos balones que le salen del pie a Óscar como la seda a los gusanos. Luego, Oliveira puso el tercero en un cuadro. La naturaleza imperfecta también fabrica arte. Tuvo esa arrancada que lo define, el egoísmo para saltarse un pase cantado a García y la clase para el remate colosal al ángulo.

Entregado. En realidad, el Levante falleció al primer disparo. Encontró pocos argumentos a los que agarrarse durante todo el partido, así que cuando encajó el 1-0 se desvaneció. Los equipos que quedan expuestos tan pronto comunican una lástima indudable. Aún más el Levante, porque no hay nada deshonesto en su actitud. El Levante muere con generosidad muy taurina, pero nada pragmática. No se comporta como un equipo desesperado, se comporta como un equipo retratado por todos los parámetros: es el equipo con menos goles de la Liga, el más goleado, el peor colista de las principales ligas europeas. Abel está en el alero y puede ser destituido hoy, pero el Levante necesita mucho más que un entrenador. Por ejemplo, gol. Por ejemplo, solvencia en sus dos centrales, que ayer bordearon la calamidad. Por ejemplo, un Savio que se parezca a Savio.  Las circunstancias no son nada generosas con un equipo así. Rigano cabeceó antes del primer minuto un balón de Juanma, lo más operativo del equipo azulgrana, y no entró por pulgadas. Tuvo otras opciones, sobre todo dos de Riga. ¿Qué hubiera sido el Levante con ese tanto del italiano? Cabe preguntárselo, pero no sirve de nada.

El Zaragoza lo arrolló con una energía de juego que no había mostrado, al menos no con esa constancia y variedad, en todo el campeonato. Reacciones como la del equipo aragonés cuestionan todas las sospechas extendidas entre la crítica: el sistema, los hombres, la preparación física, los estados de forma...  Después de tocar fondo el jueves, ayer jugó muy bien, aun con las rebajas que se le quieran poner por el estado del Levante. Jugaron muy bien casi todos, los sospechosos y los que no lo eran. Aimar y D'Alessandro por afuera, Sergio y Diego arriba, los centrales atrás, los medios en el medio... Sus goles pudieron llegar de mil maneras y por cien caminos. Con goles uno olvida todo, pero hay que conservar la memoria. La memoria siempre sirve para algo.

Diario AS, 8 de octubre de 2007
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Real Zaragoza, 2-Aris, 1
1ª Ronda de la Copa UEFA, vuelta
 

Tragedia griega 

El Zaragoza fracasa y se va de Europa a la primera l El equipo estuvo mediocre, sin fútbol ni llegada l Javito anuló los goles de Oliveira y Sergio García

Las aficiones ayudan mucho, pero nadie ha visto jamás al público meter un gol. Hoy por hoy, la hinchada del Zaragoza está por encima de su equipo y eso no es motivo de orgullo ni felicitación. No bastaba con el ánimo y el entusiasmo. Al fútbol ganan los futbolistas. La eliminación de ayer supone el carpetazo a este tramo tan indeciso del Zaragoza, que anda jugando con fuego porque no le alcanza para jugar con el balón. El Aris, un rival escaso, bastó para eliminarlo. Esta eliminatoria no era cuestión del contrario, era cuestión de la altura que fuese capaz de alcanzar el Zaragoza, que ahora mismo está para vuelos cortitos y sencillos. Para poco más. No hay fútbol ni fuerzas. Europa, aún en las versiones más modestas como las del Aris, no perdona la mediocridad.

Como suele ocurrirle últimamente con frecuencia, el Zaragoza llegó antes al gol que al fútbol. No es un mal asunto cuando uno juega por eliminatorias o tiene que remontar el marcador. No es un mal asunto en ningún caso. El gol posee una utilidad obvia; el marcador tiene la potestad de suprimir o aplazar los juicios sobre las cuestiones de fondo, pero hay que ir a ellas: el Zaragoza no tiene ritmo en las piernas ni en la pelota como para jugar a lo que le gustaría jugar. Ni en rombo ni en triángulo escaleno. Un resumen transversal sería éste: el Aris entregó en poco rato la pelota, el campo y un gol; y el Zaragoza se encontró que tenía demasiados balones para sus pocas ideas. Los griegos sabían que un tanto podía bastar frente a un enemigo tan confuso y pesado de movimientos. Y bastó.

El equipo de Víctor ganó la pelota con velocidad y la usó con lentitud y reiteración de recursos. En el apartado estadístico de la posesión, eso que tanto se lleva ahora, cabrían tres conceptos: tanto por ciento de posesión del Aris, tanto por ciento de posesión del Zaragoza y... tanto por ciento de posesión de D'Alessandro. El argentino la buscó y la tuvo mucho rato. Una vez que agotó sus comunicativos artificios, el equipo entró en el tranco de todos los días. Sobre el fútbol de Mandrake y la capacidad goleadora de García podríamos discutir un mes, pero ahora mismo ellos reparan apenas la media catatonia del Zaragoza. El otro ariete ese rato fue Juanfran, que recorrió su banda hasta el fondo contrario un millón de veces. Por desgracia, no acabó ninguna con una pelota comprometedora. El valenciano estuvo y está tan generoso como impreciso.

Aun así, y volvemos al argumento de arranque, bastó una combinación entre Diego Milito y Oliveira para que el Zaragoza aspirase de un golpe la ventaja del Aris. Oliveira acabó la fugaz jugada con un pelotazo raso al palo del portero. Chalkias tal vez esperaba lo que todos, mayor contundencia. O un disparo cruzado al uso. Ya lo decía Shankly: "Si estás en el área, primero mete el gol y luego ya discutiremos las alternativas". Es lo que hizo Oliveira. Dio la impresión de que Chalkias cubría el espacio con provechosa negligencia. Eso o que el brasileño le pegó justo al agujero de los ratones...

El drama. La segunda parte fue un giradiscos enloquecido. El gol de Javito, bastante increíble en su forma, dejó a Juanfran en muy mal lugar. Y al Zaragoza, jugando al poker sobre el precipicio, como esos australianos que salieron ayer en todos los telediarios. Víctor acababa de poner a Sergio García por Oliveira, y ese cambio supuso un acierto tardío o prematuro, según se mire. García tenía que jugar y lo demostró rápido, cuando cazó de cabeza un balón que D'Alessandro le envolvió en celofán con un centro insultante por preciso. Iba donde fue. Al coco de García y al gol.

Durante los últimos 18 minutos, Luccin (oceánico en su esfuerzo todo el partido) obligó a Chalkias a salvar a su equipo. Lo demás fue la frustración. El drama creciente. El Aris era un enemigo menor, pero suficiente ahora mismo para echar al Zaragoza de Europa. Así estamos.

Diario AS, 4 de octubre de 2007
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D'Alessandro y su bala de plata

D'Alessandro y su bala de plata
Real Zaragoza, 2-Sevilla, 0
6ª Jornada de Liga

 

El argentino apareció para matar al Sevilla l Los andaluces fallaron todo l Sergio hizo un 2-0 de lujo

En el estado en que llegó el Zaragoza a este partido, ganarlo jugando mal era mucho más importante que perderlo jugando bien. Y eso hizo. Entró por la puerta que le abrió el Sevilla, empeñado en el error hasta la derrota. El equipo aragonés alcanzó la victoria con más desconcierto que fútbol, gracias a un prolongado arrebato de fortuna coronado por dos golazos. Ya querrían una noche así, con todas sus imperfecciones, los equipos que se asoman a una crisis. El Sevilla, que desechó todos los goles que fue capaz de concebir, no menos de cinco o seis. Salió del banquillo D'Alessandro con una bala y pasaportó al equipo de Juande. Sergio García lo acabó de vaselina. El Sevilla cayó frente a un rival desconcertante y de efectividad fatal.

A la media hora el Zaragoza se encontró jugando frente a tres rivales: el Sevilla, su propio público y el espejo, que le devolvía una imagen distorsionada y sin embargo, muy reconocible. Para un equipo en el estado de imprecisión ideológica en el que anda metido el Zaragoza (al que lo que le vale un día no le sirve al siguiente, ya sean el dibujo táctico o los jugadores), jugar contra un rival como el Sevilla ya era suficiente problema. Jugar contra tres suponía una dramática esquizofrenia.

El Sevilla tuvo menos pelota pero más idea. Hizo un primer tiempo sin grandes virtudes (en proporción a lo que le hemos visto en estos últimos años) pero con una ligereza envidiable para llegar arriba. Hay tres o cuatro en este equipo que juegan subidos en el viento. El primero en asomarse fue Koné, que ha abierto ya de par en par la ventana de casa para que el fútbol español lo mire bien. Es un jugador de fantástico exhibicionismo. No corre, revienta. En el minuto 3 largó una cabalgada desde el medio campo hasta la entrada del área y luego le filtró a Luis Fabiano, otro jinete del aire, un pasecito en ventaja. El brasileño escapó de César por afuera, pero la salida del portero salvó indirectamente al Zaragoza porque Luis Fabiano se quedó sin ángulo en su maniobra y tiró la pelota contra la red exterior.

El Sevilla esparció su peligro por todo el primer periodo y parte del segundo, hasta que Juande decidió quitar a Navas y Koné y buscar la vía directa, con Poulsen y Kanouté. Sólo en el primer tiempo, Navas voleó una pelota cruzada por Alves a media altura, de lado a lado del área. Y Adriano apareció una vez por el carril opuesto al esperado y sacó un pelotazo que César manoteó a córner, mientras se acordaba de su defensa a voces. Navas también probó puntería y se le fue arriba y Koné cabeceó con más hueso que carne. Fuera.  Esas demostraciones incompletas del Sevilla soliviantaron al público zaragocista. Víctor Fernández había retocado el medio, en forma y fondo: dos pivotes (Luccin y Zapater) y dos por afuera (Gabi y Aimar). El hilo de juego se le partió muchas veces antes de empezar a hablar. Le caía la pelota a Pavón en el fondo con demasiada frecuencia. Una vez quiso tocar en largo y casi la lía. Como enseguida la gente empezó a murmurar y a 30.000 que murmuran se les oye muy bien, Pavón decidió que tocaría todos los balones atrás. Así que el organizador de juego del Zaragoza ese rato terminó por ser, Dios lo bendiga, el portero César.

Pavón se centró en la segunda parte. Y Víctor encontró que la respuesta no estaba en el doble pivote ni en el rombo, sino en quitar a uno de sus dos flamantes puntas. El mundo al revés. Entró D'Alessandro y el Zaragoza formó en 4-2-3-1. De forma inopinada, llegó mejor y se protegió más. El Sevilla siguió fallando goles. El de Koné fue el gol de Abreu en versión Maradona, combinación muy vendible. Una diagonal a la vuelta del descanso que abrió a fuego la defensa del Zaragoza y volcó los bocadillos que ya mecía el pueblo en sus barrigas. Contra cualquier lógica, después de limpiar el camino de rivales Koné la cruzó fuera. ¿Por qué la mató? Porque era suya. Si uno hace semejante jugadón tiene derecho a tirar la pelota donde le dé la gana.

Entró Kanouté y nada más salir agarró una pelota cocinada por la indecisión zaragocista y en ventaja la largó fuera. Juande miró al cielo y le preguntó al cielo si se iba o se quedaba. Se quedó. Vio la falta maravillosa de D'Alessandro, el pasecito mortal de Óscar y la vaselina de García. Tres sospechosos habituales ganaron el partido. Sospechosos de virguería, vacuidad o desapego. El fútbol que hicieron los tres subrayó sus nombres, como quiso D'Alessandro al celebrar su gol. Que diga la ciencia lo que quiera: hay vida en otros planetas.

Victoria justa, justa victoria

Victoria justa, justa victoria

Real Zaragoza, 2-Osasuna, 1
4ª jornada de Liga

Diego deshizo el empate con un penalti l El Zaragoza sufrió, inspirado por Aimar y Matuzalem l Golazo del brasileño l D'Alessandro acabó de levantar al equipo

Esta victoria del Zaragoza fue tan justa como justa fue la victoria. El falso palíndromo significa que el triunfo lo construyeron a medias los méritos y el sacrificio del Zaragoza. Quedó resuelto por la vía sumaria del penalti, uno de esos penaltis que levantan preguntas airadas de los jugadores al árbitro y preguntas capciosas de los periodistas a los entrenadores. Demasiado indefinido, pero algunos árbitros tienen esa facilidad innata para convertir lo confuso en cierto y lo evidente en ambiguo. Diego Milito agarró un rechace de pin-ball en el área y Plasil fue abajo con urgencia. Milito hizo por golpear el balón y encontró carne contra carne. Medina no dudó. El penalti es jugada ventajosa y definitiva (la denostaban los antiguos por innoble) pero hay que saber tirarlos. Diego lo ejecutó de miedo.

El Zaragoza había hecho una cosa bien: no resignarse a que el partido se le muriera en los pies, tal y como amenazaba la primera parte. Supo progresar desde la obvia imperfección que aún lo acecha; se sobrepuso a su escaso ritmo del primer tiempo, y al deseo de triunfo le dio el correspondiente vigor. Por más que se empeñen, no se trató del cambio de sistema. Víctor dirigió ayer de verdad con una precisión insoslayable para el comentario. Cuando entró D'Alessandro, activó levísimas y sutiles variaciones sobre el mismo fondo: Matuzalem se aproximó  al medio, al costado de Luccin, y desde ahí la pelota salió más fluida. Eso solventó un problema básico en el primer periodo. D'Alessandro se abrió al costado. Y Aimar siguió por delante del medio campo. Zapater sí cerró al Zaragoza en 4-4-2. Era ya el minuto 80.

Donde de verdad el Zaragoza cambió fue en la actitud, en el ritmo, en la intención de mover la pelota y mover el culo, con perdón. Eso fue lo decisorio. Para empezar, los de atrás se entonaron todos, incluido Diogo, que había hecho otro primer tiempo para preguntar y preguntarse. Incluido Ayala, algo premioso en algunos cruces en la primera mitad y mucho más compuesto en la segunda. Desde luego el poderoso Juanfran y sobre todo Sergio, que se elevó a la mejor altura descontando balones por arriba y llegando a todo en la hora precisa. Sergio se puso tan exacto que parecía suizo. Si en ese estado de iluminación lo dejan en la plaza de España es capaz de agarrar todos los autobuses a la vez sin perder ni uno solo.

El agitador
El resto lo hizo D'Alessandro,  que agregó con su entrada la agilidad precisa. D'Alessandro tiene dentro un agitador profesional. Para casos como el de ayer, estamos ante un futbolista sin valor calculable: va, la quiere, la agarra, electrifica los pies, viene otra vez, tira una boba, exagera una caída. Un pirómano gestual que pone en su fútbol la exageración necesaria para convertir el juego en experiencia colectiva. Y transmisora.  Esos detalles hicieron la victoria, balsámica. Osasuna recorrió el camino opuesto al Zaragoza. Se encerró en la jaula del empate y tiró la llave. Había igualado el gol maravilloso de Matuzalem a base de orden, concierto, esfuerzo y una volea soberbia de Juanfran.  Ziganda ha hecho una interesante transformación en Osasuna, ahora un equipo paciente y curioso con la pelota, pero tiene un agujero arriba. Kike Sola corrió mucho y pensó poco; Pandiani le hizo a su equipo las transiciones, pero no entró al área. Osasuna quiso suprimir el continuo espacio-tiempo para jugar con la ansiedad del Zaragoza. Trató el empate como si fuera oro. Cuando necesitaba el tiempo que había perdido de forma conspicua, no encontró un solo argumento.

Si el partido dejó un recuerdo es el de Aimar y Matuzalem, que le entregaron al juego toda su virtud. Su reunión en el 1-0 fue como si se encontraran otra vez el saxofonista Stan Getz y Joao Gilberto, en aquel álbum que cualquier hombre con corazón debería escuchar al menos una vez por semana. El toque, la pared, el subrayado del recorte del brasileño en la entrada del área y esa finalización tenían la misma melodía delicada de La Chica de Ipanema. Estos dos no juegan al fútbol, éstos hacen música.

Diario AS, 24 de septiembre de 2007
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En el infierno también llueve

En el infierno también llueve

Aris, 1-Real Zaragoza, 0
Primera ronda Copa UEFA

El 1-0 es un resultado más falso que un cajón de doble fondo. No incluye ninguna ventaja y además incorpora una engañosa proximidad. Por eso vale tanto un gol fuera de casa en Europa. El Zaragoza incurrió en bastantes errores en el primer partido con el Aris. Se dejó ganar el partido anímico, el único en el que podía imponerse a su rival; perdió el del marcador y expuso una paradoja notable: estuvo más cerca del gol que del fútbol. Tuvo buenas ocasiones y ningún juego. En La Romareda deberá compensar el gol de Papadopoulos. Mientras, deberá ir resolviendo otros problemas. Sigue sin ganar esta temporada.

En el infierno también llueve, aunque parezca un fenómeno teológicamente improbable. Pero en el Kleanthis Vikelidis la hinchada no se calla ni debajo del agua. Aquí la liturgia del entusiasmo se desarrolla con ortodoxia muy griega. El estadio liberó en la noche un grito ahogado, oscuro y comunal. Los niños del coro en versión barrio bajo. Luego empezó el fútbol, con el campo hecho un manicomio resbaladizo. Al Zaragoza la precisión le costó sudores. Si tuvo la pelota, fue poco y mal. El Aris llegaba antes a todo, madrugando siempre a su rival en las disputas. Pronto empezó a jugar a la escaramuza, un estilo racial, orgulloso. Al frente apareció Felipe, jugador bajito y corredor como un topillo. Por el otro lado venían Neto y Toni Calvo, que empezó a poner balones con buen estilo y mala leche. Al Zaragoza sus balones se le iban a cualquier lado. Los del Aris caían sobre el área de López Vallejo como macetas sobre la acera. Ayala cruzó el pie en un tiro medio errado de Calvo. El portero del Zaragoza hizo cuerpo a tierra y la sacó con aprensión.

El Aris no se entretuvo. En cuatro minutos ganó un tiro libre en la falda derecha del área y lo licuó en gol. Calvo tocó con esmero y Papadopoulos (siempre hay uno o dos Papadopoulos) puso el parietal. No es raro que al Zaragoza le marquen por arriba. La insistencia del hecho es un juicio en sí misma. Ahí hay un problema, de esos que tienden a hacerse crónicos. El 1-0 partió la lluvia en dos. La gente bramaba y llovía hasta debajo de las tribunas. Sobre esa ventaja, el Aris compuso un vigoroso ejercicio de fútbol-ruido. Ni bueno ni malo, sino todo lo contrario. Adrenalina, cierto orden y repliegue. El Zaragoza entregaba la pelota como si se la pidiera la policía, sin hacer preguntas. Casi siempre fue una hoja en el viento, un cuerpo sin tejido ni alma, sin virtudes materiales o espirituales. Hasta la media hora no embocó un tiro con dirección a la red. Luego acumuló dos disparos altos o largos de D'Alessandro y Sergio, y otro de Matuzalem que Chalkias sacó con un manotazo desordenado. Pavón cabeceó solo y fuera. Y Ronaldo sacó una testa de Ayala que iba a gol. El Zaragoza se comportaba como un boxeador incómodo o perezoso, fiado en su facilidad para tocarle la cara al rival.

Goteo
Las obligaciones se las dejó para la segunda parte. O para Zaragoza, más bien. Componer la figura, pegar el cristal del retrato y meter algún gol. El Aris se iba a amansar y en ese claro debía entrar el Zaragoza, que durante un rato hizo un amago de tomar el peso del partido. Tocó más, favorecido por el gesto de contraataque del Aris. Sergio García probó a Chalkias en un giro imponente en el área. El portero estaba ahí. Y también su defensa, que rechazó otro intento de Matuzalem. Había mucha gente reunida en el área para empapar ese riego por goteo del Zaragoza. La pregunta se planteó enseguida. ¿Valdría con eso?

La respuesta se extendió pronto como un pliego de cargos. Le dio más trabajo el Aris a la contra a López Vallejo que el Zaragoza a Chalkias, que se limitó a descolgar un par de pelotas con la misma tranquilidad con la que bajaría un par de perchas del armario. Víctor reordenó. Diogo y D'Alessandro fuera; Diego Milito y Gabi al campo. Zapater de lateral. El efecto fue el mismo. Ninguno.

Diario AS, 21 de septiembre de 2007

El verano aún no ha acabado

El verano aún no ha acabado

Sólo hay algo más deprimente que el llamado síndrome post vacacional, y son los programas de radio y los psicólogos en televisión hablando del síndrome post vacacional. Somos estupidamente conspicuos en el empeño por crear y recrear y otorgarle complicadas naturalezas a fenómenos de lo más primario. Esto es simple: el que no aguante la depresión del regreso, el próximo año que no se vaya de vacaciones y listo. Verás cómo no era tan grave. Volver es una putada, nada más que eso; pero hay tantas a lo largo del año... Considerarlo un síndrome es tan grave como denominar curro al trabajo. ¿Quién inventaría la palabra curro y sus derivadas, currar, currelar, currelo? "¿Curras hoy?", me pregunta por ahí de vez en cuando algún/a indeseable. Yo no curro, perdone usted, yo trabajo. Y sí: desde el viernes empujo el molino del olvido, diríamos, imagen de esta semana en el sugerente (!) margen superior derecho de Somniloquios. El Zaragoza y yo estamos aún en el verano, de ahí el título de la primera crónica del año. La dejo a modo de saludo.

Real Zaragoza, 1-Racing, 1
2ª Jornada de Liga
Diario AS, 2 de septiembre de 2007

El Zaragoza sigue sin ponerse en marcha l Jugó a chispazos y reaccionó para empatar l Marcaron Serrano y Oliveira l Toño le sacó tres a Diego

El Racing dibujó un aviso frente al Barcelona y ayer lo corroboró en La Romareda, contra otro equipo de ritmo alto y variantes ofensivas alegres. A pesar de su debilidad en la delantera y de las ausencias, se las arregló para marcar el ritmo del partido y poner al Zaragoza contra las cuerdas con un ejercicio de repliegue y contraataque muy sutil. El Zaragoza se quedó a medio camino de todo. Aunque acumuló un buen número de claras oportunidades  -que Toño desactivó con un catálogo espectacular de manotazos ingrávidos- y trató de elevar el ritmo de su juego, la verdad es que parece aún atrapado en una evolución corta, como si el verano se le hubiera quedado pequeño para reunir y engrasar las piezas o las ideas. El camino que le queda es largo y el descanso le va a venir bien. Mientras el Racing se fue silbando bajito, el Zaragoza se queda rumiando las relativas ansiedades de su entorno: un punto en dos partidos le sabe muy poco al sexto club que más ha gastado este verano.

Marcelino manejó el partido, aun con errores que pudieron comprometer la ventaja del Racing. Primero nos fijaremos en los detalles laterales: su vistosa corbata verde estaba rematada con un nudo que era como un cogollo de Tudela, una floración clorofílica que le subrayaba el mentón y le daba preeminencia en la noche. Iba a juego con el césped esmeralda. Marcelino se pasó el partido gesticulando mucho, como si con sus manos pudiera tocar los costados de los jugadores o ponerlos en el campo con la misma exactitud cuidada con la que levantaría un frágil castillo de naipes. El cogollo del cuello no se le movía un ápice. Tampoco sus futbolistas. El lenguaje corporal de Víctor Fernández, por su parte, era más contenido y de agitaciones interiores. Víctor es uno de esos entrenadores a los que la ropa deportiva le queda ajena. Los trajes, sin embargo, le encajan como un guante. Pero como septiembre aún es verano, no luce corbata. Ese aire desenfadado lo negaba anoche con su tendencia a apretar los brazos sobre la boca del estómago, como si le estuviera naciendo ahí un agujero negro o una preocupación diferida. Y era así. Durante algún tiempo mantuvo compuesto el rostro, pero enseguida se le deshicieron las facciones porque su Zaragoza no encontraba la fórmula.

Aunque el partido nació vigoréxico y agitado, repleto de actividad como un hormiguero, enseguida se remansó, que es lo que preferían el Racing y su entrenador. Los dos equipos se lanzaron a toque de corneta, una hiperventilación excesiva que le dio al inicio de la noche un aire de Premiership inglesa. En ese ambiente, Oliveira hizo una sola y rotunda muestra de su autosuficiencia: él solito armó una jugada por el costado izquierdo y la concluyó con un derechazo fulgurante al larguero de Toño, que se retorció en la nada como una gamba. Fuera de ese latigazo, al Zaragoza el partido se le hizo bola en el gaznate muy pronto, y ya no encontró forma de digerirlo. La marcha de Gabi Milito ha dejado una considerable debilidad en la salida de la pelota. Ni Ayala ni Sergio -que jugaron un buen partido, en otros órdenes- tienen el desplazamiento del Mariscal. Tampoco Zapater participa demasiado de esa obligación; y aunque Gabi recorrió todos los caminos y preguntó en cada puerta, al Zaragoza le faltó el compás de tinta china de Matuzalem. En esas condiciones, el equipo de Víctor jugó a chispazos y con frecuencia se deshizo contra el rompeolas de Marcelino.

Disparos
Entre la ineficiencia del Zaragoza y la cortedad del Racing arriba, el choque se quedó mucho tiempo en las cosas secundarias. Eso delató sobre todo al equipo local. El Racing fue jugando su partido y haciéndolo cada vez más suyo. Se armó muy bien hacia atrás (hasta los delanteros incordiaban a los medios del Zaragoza, ejemplo de solidaridad o disciplina) y buscó la espalda de la zaga aragonesa con pelotas a Munitis e Iván Bolado, ayer dos delanteros de actividad frenética pero contenido menor. Bolado corrió tanto que a los diez minutos del segundo tiempo se había bebido el oxígeno de su organismo. Aun con esas carencias, el Racing tuvo el mando estático del encuentro, la tecla del ritmo. Siempre se jugó en la velocidad que más le convenía a él, lo que le otorgó cierta superioridad psicológica sobre un Zaragoza al que la impaciencia le fue creciendo igual que musgo entre las ideas.

Ganado el espacio y las dinámicas internas de la noche, el Racing se atrevió a invadir terrenos ajenos a menudo, y para ello envió a la segunda línea adelante. Colsa y Duscher eran el fuelle de ese acordeón. En lo ofensivo, el partido cántabro constituyó un ejercicio de puntería bastante pobre, pero definitivo: Jorge López, Duscher u Óscar probaron a disparar desde fuera del área, todos sin peligro concreto. Al principio parecía nada, un argumento gaseoso, pero venía a ser una prefiguración, un anticipo. En ese sentido, sólo en ese, el Zaragoza pudo reclamar una cierta injusticia pasajera, porque Diego Milito apareció ligero y venenoso en los remates y no obtuvo ningún premio. Toño le sacó dos goles de la garganta con un par de vuelos cartilaginosos, enroscándose en el aire, que de inmediato señalaron al portero como figura principal de la noche. Más tarde, Diego cruzó un tiro mal tocado; y luego le puso el filo de la cabeza a una de esas combas de niño demoniaco de D'Alessandro. Apenas la peinó, pero el balón era un mísil que Toño manoteó en otro ejercicio asombroso de levedad física. Y entonces, justo cuando se estaba viniendo el Zaragoza, entonces Óscar Serrano hizo diana. Fue de un tiro, claro, a la vuelta del rechace de un córner.

Con esa ventaja, Marcelino jugó al ajedrez y se enrocó. Más de la cuenta. Repobló primero el medio campo con Jordi, mientras el Zaragoza hacía lo contrario para ganar ligereza arriba con Sergio García. Nada se movió demasiado, sin embargo. El Zaragoza puso arrojo, desde luego. Faltaría más... Se fue a por el partido con decisión, pero apenas hay mérito en esa mera necesidad. Acabó por empatar también en un córner, para que el encuentro no se saliera de su contenida naturaleza. Ayala pegó un cabezazo demoledor, tras un salto rotundamente increíble, y Oliveira cazó la mariposa en el rechace. Fue todo. Marcelino reunió tres centrales, Víctor dejó volar los faldones de su americana y el Zaragoza apretó sin terminar de ahogar. Exactamente igual que el nudo de la corbata de Marcelino.